Conozca al personal de intervención inmediata que presencia la muerte por sobredosis de opioides.

Josh Siegel | 8 de junio de 2017

Bastiaan Slabbers/NurPhoto

(Daily Signal) COLEBROOK, N.H.— Sally Zankowski viene cuando ya es demasiado tarde. Ella llega para clasificar, investigar –y buscarle sentido- a una muerte más causada por sobredosis de opioides en el condado más remoto y pobre de Nuevo Hampshire.

Zankowski, de 55 años, es la médico forense del condado de Coos, el cual posee la tasa de muerte combinada más alta de toda Nueva Inglaterra, producto de las drogas, el alcohol o el suicidio.

La causa de los fallecimientos con los que ella se topa en la vasta, poco poblada región que cubre, es usualmente fácil de determinar.

El personal de intervención inmediata que presencia un estrago terrible

Una persona anciana muere de causas naturales mientras duerme en su cama. Una persona enferma y deteriorada ha perdido su batalla contra el cáncer, un desenlace que tanto ella como su familia sabían que llegaría. Las autopsias son innecesarias.

“La mayoría de las veces, podemos decir que estas son muertes esperadas”, dice Zankowski a The Daily Signal.

“Escribes un documento de una página, haces el seguimiento con la funeraria, el hospital, la familia. Firmas un certificado de defunción, y listo”.

“Lo que involucra realmente a un médico forense es un accidente o una muerte inesperada”, añade Zankowski, quien es conocida como la asistente asociada de médico forense del condado de Coos y de las zonas vecinas del condado de Grafton.

Recientemente, Zankowski ha estado investigando este tipo de muertes inesperadas, difíciles de resolver, relacionadas con opioides, ya sean calmantes prescritos, heroína, fentanilo, o la mezcla de todos o algunos de ellos.  

Indiscriminadas y persistentes, estas muertes desconciertan, frustran, entristecen, enojan y agobian.

“Una de las cosas acerca de la que hemos escuchado a través de los años es que la epidemia de las drogas opioides cruza cualquier barrera  – socioeconómica, de edad, sexo, raza, no importan cuál – y esta realidad me ha dado en las narices”, dice Zankowski. “No puedo entenderla.”

“El fin del mundo”

Mientras el condado de Coos, como el resto de Norteamérica, enfrenta una epidemia de adicción a los opioides y busca soluciones para ralentizar su furia, Zankowski busca respuestas para prevenir la consecuencia última de esta crisis de narcóticos: la muerte. 

En los casos en que una sobredosis fatal es sospechada, Zankowski, una residente de largo tiempo en el condado de Coos quien ha sido por cinco años doctora forense del lugar, debe decidir si una autopsia será realizada para determinar con seguridad la manera en la que la muerte se produjo y sus causas.

Ella toma esta decisión de conjunto con médicos de la Oficina Estatal del Médico Forense Jefe y el fiscal del condado de Coos, John McCormick. Los familiares pueden solicitar una autopsia, pero las autoridades pueden autorizar el procedimiento sin la autorización de la familia. 

Las autopsias, realizadas por doctores especialistas conocidos como patólogos, son procedimientos quirúrgicos que consisten en exámenes externos, extracción y disección de órganos, y recogida de muestras para exámenes.  

La Asociación Nacional de Médicos Forenses, recomienda autopsias para todas las muertes por sobredosis.

Zankowski dice que, en el condado de Coos, la mayoría de las muertes que se sospechan sean causadas por drogas, terminan en autopsias porque los casos pueden involucrar actividad criminal y los resultados pueden ser de ayuda en el proceso judicial.

Habitualmente, las autopsias confirman lo que el ojo experto de Zankowski ve.

Diez años antes de convertirse en médico forense, Zankowski trabajaba como enfermera de la sala de emergencia en el Upper Connecticut Valley Hospital en Colebrook, un pueblo con 2,300 habitantes en el condado de Coos.

En un día común, dice, al menos 10 camas del hospital, o poco menos, estaban ocupadas por drogadictos.

En Nuevo Hampshire los médicos forenses no tienen que ser doctores. Por tanto, Zankowski pensó que su experiencia en la sala de emergencia con los traumatismos asociados con las drogas – que no siempre terminaban en muerte – la había preparado bien para este asunto:

Durante toda mi vida, recuerdo las estadísticas y las personas relacionadas con la adicción a las drogas porque la población aquí es muy pequeña. Aquí arriba, usted está en el fin del mundo. Cuando mueren, muy raras veces me encuentro con alguien al que yo al menos no reconozca por su apellido. Aún así, una y otra vez me quedo sorprendida –por el joven, la persona de mediana edad, o lo que sea- que las drogas estén relacionadas con el fallecimiento.

 “Prepararme para lo que voy a ver”

Para Zankowski, la sorpresa realmente significa “es difícil creer que esto siga sucediendo”; porque los escenarios relacionados con las drogas empiezan a lucir similares, con el mismo final poco satisfactorio.

El trabajo de Zankowski comienza cuando recibe una llamada de la policía – local o del estado, y muchos pueblos en Coos no tienen departamentos de policía –  que la alerta sobre alguna muerte.

Algunas veces Zankowski está lejos de la escena. Puede llevarle una hora y media manejar a través del área que cubre.

Coos es el condado más grande de Nuevo Hampshire en términos de terrenos, 1,830 millas cuadradas – las cuales contienen numerosos pueblos diminutos, muy distanciados entre sí – y el que tiene la población más pequeña.  Sus 33,000 residentes representan menos del tres por ciento de la población del estado.

Usualmente, Zankowski llega a una casa. Camina hacia el dormitorio, reiteradamente en el piso superior. Los muebles son escasos. A veces la cama es un colchón en el piso.

“Estas son personas que habitualmente han perdido todo lo que tienen”, dice Zankowski. “No se trata de un dormitorio lindo”.

En “numerosos casos”, dice, un hijo de la persona fallecida encuentra el cadáver.

Cuando ella misma encuentra el cadáver, sobre la cama o en el piso, Zankowski primero busca indicios de abuso de drogas: encendedores, cucharas, pajillas, polvo, frascos de píldoras, jeringuillas, alcohol o agujas – en ocasiones todavía clavadas en el brazo.

“Por naturaleza, todos estereotipamos en alguna medida, y yo lo detesto, pero mientras más me imagine una escena típica y la categorice, mejor me preparo para lo que voy a ver”, dice Zankowski.

“Obtener una conclusión de mi parte”

Zankowski logra, además, conocer más que las características visibles o los hechos del caso.

Ella quiere conocer el contexto, un ejercicio que espera traiga entendimiento, y potencialmente una conclusión al proceso, tanto para ella como para los familiares.

Zankowski entrevista miembros de la familia e invierte en sus vidas poniéndolos en contacto con  iglesias o clínicas de salud que les puedan ayudar a recuperarse de la pérdida.

“Es muy impactante, porque le hablo a los familiares, los cuales confían en mí”, dice Zankowski. “Ellos transmiten lo que saben. Dicen, yo sé que él ha sido correcto, que quiere mejorar. Yo leí su diario. Está ganando peso. Está comiendo. Sé que es saludable – yo miré sus ojos. Y entonces tienen una recaída. Es muy triste”.

Algunas familias no quieren hablar con Zankowski. Con el objetivo de lucir más accesible, se viste normalmente, sin uniforme. Ella no es indiferente a la muerte. Puede perder la compostura y llorar:

Si actúas como un ser humano, y muestras emociones, eres bien recibido. Yo nunca he sentido que soy una desventaja en la situación. Creo que sería percibida como – no quiero decir la mala –  pero para que un médico forense esté involucrado, el escenario es bien oscuro. Estoy asombrada de que las familias sean capaces de sacar algo positivo de la situación, y quizás obtener alguna conclusión de mi parte.

‘La última parada’

Michael Pearson reacciona ante la muerte de una manera diferente. Como director general de la Jenkins & Newman Funeral Home [Casa Funeraria Jenkins & Newman] en Colebrook, la muerte es su negocio.

“En este negocio, nosotros somos la última parada”, dice Pearson. “Somos lo que sucede cuando el sistema falla”.

Pearson, de 49 años, cuya alta estatura y comportamiento serio se adaptan a su duro trabajo, llega a todas las escenas de muerte para recoger el cadáver y prepararlo para el enterramiento o la cremación.

“Hay decisiones que tienen que ser tomadas: cómo van a ser eliminados los restos, ¿actadooides.  las muertes causadas por sobredosis lusive mientras estoy recogiendo el cadaver»gar la factura»entaja no reconozcavan a ser enterrados o van a ser cremados?, quién va a pagar la factura”, dice Pearson. “ Yo tengo que lidiar con los que quedan vivos, inclusive mientras estoy recogiendo el cadáver”.

Al igual que Zankowski, Pearson está impactado por la frecuencia de las muertes causadas por sobredosis de opioides.

“Desde la primera llamada, habitualmente, ya sé lo que me espera”, dice Pearson. “En la mayoría de las sobredosis por opioides, los exámenes para confirmar la causa de muerte toman varias semanas. Sin embargo, la causa resulta bastante obvia”.

La Jenkins & Newman Funeral Home, que Pearson ha dirigido por 15 años, cubre Colebrook y algunos pueblos de los alrededores, con una población total de 8000 personas aproximadamente.  

Pearson vive en el mismo lugar en el que trabaja: frente a la calle principal de Colebrook, en un edificio de aspecto residencial en el que el primer piso es su oficina y el segundo, su vivienda.

Nació en el condado de Coos, y ha formado una familia aquí. Dice que trata de aislar a sus hijos – un varón y una hembra – de la crisis de los opioides. Su hijo mayor, de 20 años de edad, está sirviendo en la Marina.

“No estoy preocupado por él: no se acercará a esta cosa”, dice Pearson.

Pearson simpatiza con la muerte. Sin embargo, como tiene que interactuar con los sobrevivientes en términos de transacciones, Pearson está particularmente preocupado por el efecto dominó de una vida perdida por la drogadicción”.

“Podemos ver el gran lastre que esto es para las familias, la sociedad, el área, la economía”, dice Pearson. “La mayoría de estas personas no pueden pagar mi factura. Por tanto, es un lastre para mi negocio”.   

“Es trágico”, añade Pearson:

No entiendo la adición, ni cosas parecidas. Si es una enfermedad y un padecimiento, tenemos que aprender a entenderlo. Estas personas no saben lo que están haciendo. No saben lo que le están haciendo a las personas que dejan detrás. Están acabados. En consecuencia, no les importa. Sin embargo, el resto de nosotros nos sentimos como “no debería estar en esta situación”. Es un problema terrible. Yo no sé cómo resolverlo.   

Relacionados por la adicción

Pasando la Jenkins & Newman Funeral Home se encuentra una pizzería familiar, que sólo acepta pago en efectivo, oportunamente llamada Colebrook House of Pizza [La Casa de la Pizza de Colebrook].

Dentro, Bonnie Hammond, de 56 años de edad, una camarera que ha residido su vida entera en el condado de Coos, cuenta – sin que se le pida – su relación con la crisis de adicción a los opioides.

Su hijastro, Jason Wood, era adicto a las drogas y al alcohol. A los 18 años de edad se enlistó en la Fuerza Aérea para escapar a su adicción, la cual comenzó pocos años después de haber probado su primer sorbo de alcohol a los 12 años de edad.

Estacionado en Alaska como especialista de municiones, Wood regresó peor a casa. Tomó antidepresivos y, eventualmente, analgésicos opioides y se volvió adicto a ellos. Dejó la Fuerza Aérea con una baja con honores, dice Hammond.

La adicción corría por las venas de Wood. Su padre biológico, con el que Wood no mantuvo relaciones, murió de una sobredosis de drogas hace dos años, y su madre ha enfrentado problemas de abuso de sustancias. 

El esposo de Hammond, Stanley, no es el padre biológico de Wood. Sin embargo, estuvo casado con su madre biológica y crió a Wood desde que tenía un año de edad. Por tanto, Wood lo consideraba su figura paterna y a Hammond la consideraba su madrastra.

De regreso en Colebrook después del ejército, Wood tocó fondo. Hammond escribió a sus amigos de Facebook que alguien le había robado dinero. Wood respondió rápidamente, aceptando su responsabilidad. Hammond hizo el reporte a la policía, acusándolo.

Hammond y Wood se perdonaron mutuamente, y él fue a rehabilitación. Wood se fue a vivir con Hammond y Stanley –quien no tenía hijos propios– y lejos de su madre biológica.

Wood se acomodó en casa de Hammond, en un dormitorio en el primer piso, y trató de sacar provecho del entorno natural del condado de Coos, pasando tiempo en el exterior pescando, practicando snowboard y “todoterreno”. Sin embargo, su adicción fue un lastre, sus síntomas eran fáciles de ver y difíciles de vencer.

“Siempre sudaba sobremanera porque sus órganos estaban trabajando duro”, dice Hammond. “Trató de trabajar y hacer cosas al aire libre, pero tenía que regresar a casa y cambiarse de ropas varias veces al día porque estaba muy mojado”.

Hammond trató de ayudarlo, pero se sintió atrapada entre cuidar de su hijastro o estimularlo.

“Facilitas las cosas porque es tu hijo”, dice Hammond. “Yo sabía que mi hijastro esta excesivamente medicado. Sabía que era peligroso. Sin embargo, él dijo que moriría sin drogas”.

Una mañana de lunes, el 19 de noviembre de 2012, Hammond entró en el dormitorio de Wood para coger las llaves del camión de Stanley. Su hijastro no le había respondido el celular.

Antes que pudiera encontrar las llaves, Hammond encontró a Wood desplomado, su cuerpo estaba contenido en el pie de distancia que había entre su cama y la pared trasera de ésta.

“Sabía que se había ido”, dice Hammond refiriéndose a su hijastro, que tenía 23 años de edad. “Jason dijo que no quería vivir más de aquella manera. Dijo que quería saber lo que era ser normal, porque había pasado mucho tiempo. Ahora está muerto”.

Pearson, el director de la funeraria de Colebrook que trabaja más abajo en la misma calle de la pizzería en la que Hammond prepara las mesas, recuerda la escena de manera similar.

Él respondió a la muerte de Wood, publicó un obituario y cremó el cadáver.

El obituario decía que Wood había muerto de manera “inesperada”, pero las causas estaban claras.

“Me acuerdo de todo”, dice Pearson cuando piensa en la muerte de Wood. “Recuerdo a este chico. Yo he ido a la pizzería”.

Pearson cuenta cómo remover el cadáver de Wood fue difícil: estaba sudado cuando lo puso en la bolsa de cadáveres. Tuvo que cargar el cuerpo hacia abajo por escaleras inclinadas para salir al exterior.

Hammond vivía – y Wood murió –  a 100 yardas aproximadamente del hospital local donde Zankowski, la doctora forense, solía trabajar

La epidemia de drogas opioides del condado de Coos se ha convertido en un círculo cerrado.

Era demasiado tarde.

“Los padres del muchacho estaban muy devastados por todo el asunto”, dice Pearson. “Ellos pensaron que él estaba mejorando. Tuvo una recaída. Tenía poco más de veinte años, y se ha ido para siempre. Era adicto a las drogas, y eso lo mató”.

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