Debes juzgar a otros

Ramón Arias | 14 de julio de 2014

¡Oh, que nuestra mente, nuestros ojos y oídos pudieran discernir lo que está sucediendo a nuestro alrededor para no ir por el camino de la destrucción por falta de discernimiento adecuado!

¿Se ha vuelto loco el mundo? ¿Habrá un país que la gente pueda admirar por su coherencia social? ¿Puedes creer en la clasificación de ciertas naciones como los mejores lugares del mundo para vivir?

El discernimiento debe ser algo muy cotizado en nuestras vidas. Es a través del discernimiento que podemos llegar a un buen criterio al reconocer la diferencia entre puntos de vista que son opuestos en todos los ámbitos de la vida. El discernimiento nos ayuda a conocer, sin lugar a duda, lo que es y lo que no es aceptable en el mundo de las ideas y acciones.

Durante miles de años, los individuos, así como las sociedades han construido sobre un fundamento de verdad o mentira. Se podría pensar que 6,000 años de historia nos han hecho mucho más inteligente y sin embargo, ni siquiera estamos cerca de lograr ese objetivo. Así que aquí estamos, cometiendo los mismos errores que las generaciones pasadas han hecho al no entender la diferencia entre la verdad y la mentira. La peor parte es que cuando la verdad fue revelada y trajo muchos beneficios, la naturaleza humana luchó contra ella, la modificó, la mezcló con la mentira en la desesperación de crear una cultura separada de la verdad revelada de Dios, sólo para darse cuenta que las mentiras no pueden sostener a nada ni a nadie indefinidamente.

El carácter moral de cada ser humano que respira es lo que es de mayor importancia. Nadie debe estar exento o tener un pase sólo porque él o ella es una buena persona, es elocuente, parece estar bien informado(a) y es muy carismático(a). Si no valoramos el carácter moral por encima de todas las otras características, no hay que quejarse de los resultados de nuestras selecciones de individuos.

¿Alguna vez has oído hablar de John Witherspoon? Él fue uno de los firmantes de la Declaración de Independencia, el presidente de la Universidad de Princeton, miembro del Congreso Continental y un ministro. Fue uno de los individuos más famosos y respetados de su tiempo: durante 26 años se desempeñó como presidente y profesor de la Universidad de Nueva Jersey (Princeton). Durante esos años, algunos de los graduados pasaron a ser servidores públicos: 13 fueron gobernadores de sus estados; 3 fueron jueces de la Corte Suprema de los EE.UU.; 20 fueron senadores federales; 33 eran miembros del Congreso de Estados Unidos; uno, Aaron Burr, Jr., fue vice-presidente de la nación, y otro, James Madison, fue presidente de la república. Un récord bastante impresionante, ¿no te parece? Witherspoon dijo lo siguiente: «El pueblo en general debe tener en cuenta el carácter moral de aquellos que inviste con autoridad, ya sea en los poderes legislativo, ejecutivo o judicial».

«Aquellos que desean el bien para el Estado deben elegir a los lugares de confianza a los hombres gobernados internamente por buenos principios, justificados por la conversación ejemplar». 

No le creas a nadie que te diga que él o ella no juzga la conducta de los demás. Es imposible no juzgar; es parte de nuestra naturaleza. Lo tenemos arraigado en nuestra mente y en nuestros sentidos. Sobre todo ten cuidado de cualquier persona que le gusta usar las palabras de Jesús: «No juzgues, para que no seas juzgado». Estas palabras son sacadas totalmente fuera de contexto. Necesitas entender cómo Jesús usó esa declaración en Mateo 7:1-6.  En ese pasaje, Jesús estaba condenando a los hipócritas en su juicio de los demás cuando ellos tenían problemas personales más grandes, ¡su fariseísmo apestaba!

Jesús defiende el derecho de juzgar, cuando dijo: «No juzgues por las apariencias, sino juzga con justo juicio» (Juan 7:24). Los judíos injustamente juzgaban las enseñanzas sorprendentes de Jesús cuando él les reveló que su enseñanza provenía directamente de Dios, y la gente podía entender o discernir si estaba hablando de su propia autoridad o la de Dios. Jesús los condena por no guardar la ley de Dios y hacer lo que es beneficioso para los demás (Juan 7:14-24).

Para que nosotros no juzguemos por las apariencias, sino con justo juicio, debemos conocer y entender la ley moral de Dios. Jesús dijo que hay dos maneras de juzgar el carácter y las acciones, una es correcta, y la otra es incorrecta: «Ustedes juzgan según la carne; Yo no juzgo a nadie» (Juan 8:15).

Jesús no se apartó de la ley moral de Dios: «No harás injusticia en el juicio; no favorecerás al pobre ni complacerás al rico, sino que con justicia juzgarás a tu prójimo» (Levítico 19:15).

«En aquella ocasión di órdenes a sus jueces y les dije: ‘Oigan los pleitos entre sus hermanos, y juzguen justamente entre un hombre y su hermano, o el extranjero que está con él» (Deuteronomio 1:16). 

Nos guste o no, la aceptemos o no, luchamos contra ella o la ignoramos; la ley moral de Dios es la norma para la vida. «Sea hallado Dios veraz, aunque todo hombre sea hallado mentiroso; como está escrito: ‘Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando seas juzgado.» (Romanos 3:4). Nosotros somos los que debemos ajustarnos a la ética de Dios, no al revés. Cuando nos mantenemos fieles a las normas de Dios, y cuando nuestro carácter y nuestras acciones son condenados por el juicio de otros, el tiempo y Dios justificarán nuestras acciones. Nuestra fe no anula la ley moral de Dios. «¿Anulamos entonces la ley por medio de la fe? ¡De ningún modo! Al contrario, confirmamos la ley» (Romanos 3:31).

Para que podamos juzgar el carácter y las acciones de las personas correctamente debemos utilizar el discernimiento. Para que podamos usar el discernimiento adecuado debemos tener conocimiento de la verdad revelada de Dios, las Sagradas Escrituras. Tengan la seguridad de que una nación de farsantes no prosperará indefinidamente. Al aceptar la responsabilidad sobre cómo elegimos individuos que afectarán a nuestras vidas, esto incluye a los políticos; vamos a cosechar los beneficios, si no vamos a seguir pagando las consecuencias si no hacemos lo necesario para adquirir discernimiento.

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