Por el Dr. Joel McDurmon
Publicado el 16 de octubre de 2013
Así ha dicho, por lo menos, 25 profesores de la facultad de la Universidad de Iowa, quien escribió una breve carta [disponible en inglés] de protesta a las noticias del campus, IowaNow, por atreverse a permitir que un colega y miembro de la facultad publicara cualquier duda sobre «el hecho de que la vida en la Tierra ha evolucionado» (el énfasis es mío).
De hecho, la policía del pensamiento de la universidad ha decretado que ya no se permite el debate de este tema: «Ya no discutimos los principios centrales de la teoría evolutiva. . . . «
Así se expresan los mayores logros y joyas de valor incalculable del progreso científico liberal: la libertad académica, y, sobre todo, de tolerancia.
Sí, la dama Tolerancia ha mantenido en alto la llama sagrada de la iluminación, luego tocó las estacas de todos los puntos de vista que son rivales. En los incendios que siguieron, muchos blasfemos han recibido su merecido, y han comenzado su descenso hacia el noveno círculo del infierno académico, el círculo de traidores a sus señores y benefactores.
La víctima chamuscada en este caso es el profesor de química Ned Bowden, quien cometió blasfemia, descaradamente desafiando la ortodoxia de los sumos sacerdotes del Reino Universitario al sugerir que la ciencia y la religión pueden, o sea, llevarse bien.
Ahora, yo personalmente estoy en desacuerdo y rechazo la evolución genérica y teísta de Bowden, y no tengo ningún interés en defenderlo en ese aspecto. Pero aprecio su mente abierta, que, como demuestra su artículo, le permitirá tener una discusión con incluso un creacionista que cree que la Tierra es joven, al menos, sin ridiculizar y descartar de antemano. Y aunque creo que su pieza probablemente estaba tratando de ganarse a algunos jóvenes cristianos a ser más receptivos a sus propios puntos de vista racionalistas, cometió dos errores de juicio que arrojaron señales de alerta ante la autonombrada gran inquisición de la universidad.
En primer lugar, él anticipó las denuncias dictatoriales acerca de la ridiculización que seguiría. Él escribe: «En nuestra era de la erudición, parece que sólo las voces más fuertes, más extremas, y más intransigentes son escuchadas. No es suficiente simplemente tener una opinión; uno debe abuchear a cualquiera que exprese una opinión diferente para demostrar qué tan ‘correcta’ es la suya».
Fue este «abucheo» por los defensores de la ortodoxia científica que Bowden previó, y recibió. En retrospectiva, hace que los gritones se vean muy tontos. Porque no hay nada más bochornoso para los científicos supuestamente desapasionados que se prediga de antemano que va a responder a la insensatez con la previsibilidad de los perros de Pavlov, sólo para salivar en el momento justo cuando alguien como Bowden suene el timbre.
Sin embargo, un estímulo aún más poderoso fue el menú que Bowden sirvió. Él no sólo sugiere que la creación y la evolución de alguna manera podían armonizar, se atrevió a proclamar: «Hay, por supuesto, agujeros en la teoría de la evolución que son lo suficientemente grandes como para conducir un camión semirremolque a través de ellos». Y eso condujo a los perros de la policía más allá de salivar a abiertamente echar espuma rabiosa por la boca.
Es por eso que le siguió un esfuerzo para responder con una denuncia colectiva, al declarar que todo debate de este tema está vedado, y denunciar a todos los detractores como herejes sin esperanza que desafían los «hechos» del neodarwinismo claramente revelados.
Todo esto me recuerda al maravilloso artículo de Robert A. Nisbet que escribió en “Inquisitions” [«Inquisiciones»] en su colección de ensayos titulada Prejudices [Los prejuicios] [1] hace unos treinta años. Para empezar, para un laico, Nisbet era un erudito tan impecable que jamás se ha visto, y sin embargo, por lo general, era honesto, servicial, conservador, y verdaderamente lo suficientemente productivo que no merece la condena de ser llamado un «sociólogo», aunque ese era su campo. Su ensayo revienta la mitología de la universidad, que la ilustración produjo sobre la supuesta persecución eclesiástica de Galileo. Con una breve reseña de los hechos históricos, Nisbet nos alinea:
La primera censura de Galileo era la suya, el resultado del miedo, no de la opinión eclesiástica, sino de la opinión científica y académica. En una carta a Kepler en 1597 Galileo confesó su propia creencia en la visión copernicana de los planetas, incluyendo la Tierra, moviéndose alrededor del sol, pero manifestó su temor a las burlas de los académicos aristotélicos en las universidades si él hacía conocer su creencia públicamente.
Cuando Galileo finalmente tuvo el coraje, unos catorce años después, «la respuesta fue laudatorio y alentador de manera abrumadora» en general, y ni el Papa ni la iglesia parecían tener ningún problema. Pero,
[L]as protestas comenzaron después de su visita triunfal a Roma, y no vinieron en primera instancia del lado eclesiástico en lo más mínimo. Venían de profesores universitarios celosos y aprensivos, la mayoría de ellos eran aristotélicos y temerosos del efecto de las enseñanzas fuertes y arrogantes de Galileo.
Resulta que, «el enemigo principal de Galileo no era un hombre de la iglesia, sino un colega científico, profundamente celoso de Galileo y convencido de que Galileo había robado uno de sus propios trabajos científicos».
Los profesores, con intereses propios y arraigados usaron cualquier palanca e influencia que pudieron reunir, que en ese entonces era considerable, para ejercer suficiente presión para que, finalmente, el Papa y otros funcionarios eclesiásticos mandaran a la Inquisición detrás de Galileo.
En resumen, mientras que los cristianos y la iglesia siempre reciben la mala reputación, han sido los autoconvencidos, los sabelotodos, «la abrumadora mayoría de los científicos. . . en todo el mundo», los profesores universitarios quienes encabezan las inquisiciones y los ataques contra los disidentes.
Hoy en día, este tipo de policía del pensamiento y de la ortodoxia iluminada han decretado que los disidentes de Darwin serán acumulados, escarnecidos, azotados, despellejados, marcados en la frente, y sus lenguas serán removidas por su blasfemia. «No tendrás otros dioses delante de Darwin». «No harás imagen o semejanza de Darwin más allá de la presentada en los libros de texto». «No darás el nombre de Darwin en vano».
Que viene en el nombre del progreso científico, la iluminación, y la tolerancia, es aún más tortuoso. Pero cada religión tiene sus hipócritas.
Al final, hay que recordar la conclusión del Nisbet:
La rivalidad, los celos y la venganza de otros científicos y filósofos fueron el destino de Galileo, y no son raramente el destino de mentes poco ortodoxas de los tiempos modernos. Cualquier persona que cree que las inquisiciones salieron con el triunfo del secularismo sobre la religión no ha prestado atención al registro de fundaciones, agencias federales de investigación, asociaciones profesionales e instituciones académicas y departamentos. . . . Las ideas, las teorías, los paradigmas y los valores se instalan tan cómodamente tanto en la fraternidad científica como en la fraternidad teológica. Y las áreas vitales de ayudas financieras, reconocimiento profesional, y el nombramiento académico, estos ídolos cuentan en gran medida. Los creyentes en la macromutación en la biología, los catastrofistas en la geología, y los teóricos de la psicología cognitiva se encuentran entre aquellos que han conocido las inquisiciones en la ciencia. Fue la ciencia del siglo XX, no la teología, que trató de impedir por todos los medios en la década de los 1950 la publicación de Worlds in Collision [Mundos en Colisión] de Velikovsky. La iglesia no llegó tan lejos con Galileo.
La lección aquí para aquellos que valoran una perspectiva bíblica, y que planean enviar a sus hijos al guante de las universidades públicas, es que será mejor que tengas hijos bien preparados al punto de la inoculación intelectual antes de que vayan. Como se puede ver aquí, lo mejor que pueden obtener es una evolución teísta excesivamente racional que no le importa comenzar con premisas como: «Si nos deshacemos de nuestra definición moderna de un día como un período de 24 horas . . . . » Sin embargo, aún esto es una minoría perseguida. La gran mayoría de los profesores universitarios son abierta y rabiosamente hostiles incluso a esto.
No tienen escrúpulos en devorarse a uno de los suyos. Su lealtad es a su dios que no debe ser debatido o cuestionado de ninguna manera. Y ellos están salivando ante la oportunidad de enseñar a tus hijos.