Borrando el pasado bíblico de nuestra nación

Gary DeMar | 18 de junio de 2018

(GaryDeMar.com) – Como mencioné en un artículo previo, Katherine Franke, quien también se desempeña como directora del Centro de Leyes de Género y Sexualidad de la Universidad de Columbia, “afirmó que la creencia de los conservadores en la ‘ley natural’ está llevando a una ‘radical teocratización de la Constitución’”. Los fundadores constitucionales de nuestra nación no creían únicamente en la Ley Natural, sino que muchos de ellos creían que la Biblia ofrecía orientación con relación a los principios básicos de gobierno. 

De igual manera, se ha afirmado que el deísmo era la cosmovisión teológica prevaleciente durante la era constitucional. El deísmo es un sistema de creencias filosóficas que afirma que Dios existe pero que no está involucrado con el mundo; que, a pesar de que Dios creó todas las cosas y puso el universo en movimiento, ya no supervisa su funcionamiento. Teniendo en cuenta esta definición de deísmo: ¿cuál de los padres fundadores era deísta?, ¿qué documentos expresan los preceptos fundamentales del deísmo? Los documentos oficiales, tanto presidenciales como del Congreso, escritos antes y después de la redacción de la Declaración de Independencia y de la Constitución, mencionan a Jesucristo, al pecado, a la necesidad de perdón y a la justicia de Dios. Estas ideas no constituyen ni leyes naturales ni declaraciones deístas.

Por ejemplo, el presidente George Washington, a solicitud del Congreso, convocó un día de “Acción de Gracias General” para reconocer la Providencia de Dios Todopoderoso y el deber de “obedecer Su voluntad”. La promulgación fue solicitada poco después de la redacción de la Primera Enmienda a la Carta de Derechos.

Aunque toda la evidencia histórica indica lo contrario, es Thomas Paine quien ha sido elegido por los revisionistas históricos como el verdadero fundador filosófico de los Estados Unidos. ¿Se pudiera probar esto? El Sentido Común de Paine presentó argumentos a favor de la independencia de Gran Bretaña, pero ¿cómo defendió su caso?, ¿cuáles fueron sus fuentes?, ¿siguió argumentos deístas como los de los revolucionarios franceses? “[Paine] Construyó sus argumentos a partir de contenidos que le resultaban familiares al colono promedio, favoreciendo las alusiones a la historia popular, la naturaleza y las Escrituras, en lugar de Montesquieu, Tácito y Cicerón”1.

J. Ayer subraya que “el primer argumento que Paine presenta contra la institución de la monarquía es bíblico”2. Ayer señala que la apelación de Paine al Antiguo Testamento es curiosa “teniendo en cuenta la falta de respeto que más tarde mostraría por el Antiguo Testamento” (Ayer, Thomas Paine, p. 40). Paine declaró que “el gobierno monárquico fue introducido por primera vez en el mundo por los Paganos, de los cuales los hijos de Israel copiaron la costumbre …. Ya que tan grande exaltación de un hombre por encima del resto no encuentra justificación en los derechos igualitarios de la naturaleza, y tampoco puede defenderse con la autoridad de las Escrituras; porque la voluntad del Todopoderoso, como lo declararon Gedeón y el profeta Samuel, desaprueba explícitamente el gobierno monárquico. Todas los segmentos anti-monárquicos de las Escrituras han sido disimuladamente pasados por alto en los gobiernos monárquicos, pero sin lugar a dudas, merecen la atención de los países cuyos gobiernos están en ciernes. ‘Dad al César lo que es de César’ es la doctrina bíblica de las cortes, sin embargo, no expresa apoyo al gobierno monárquico, ya que los judíos en ese momento no tenían rey y eran vasallos de los romanos”.

Paine realiza un extenso comentario sobre Jueces 8:22-23 donde califica al “Rey del Cielo” como el “soberano adecuado” para Israel. Luego pasa varias páginas citando, discutiendo y aplicando la importancia de 1 Samuel 8 a la entonces situación del momento. Concluye esta sección de El Sentido Común con las siguientes palabras: “En resumen, la monarquía y la sucesión [monárquica] – no solamente éste o aquel reino- se han establecido en el mundo mediante sangre y cenizas. Es una forma de gobierno contra la cual la palabra de Dios testifica y la sangre la acompañará”.

Es el Paine posterior, el Paine post-Constitución y autor de La Edad de la Razón, al que acuden los secularistas para apoyar su afirmación de que era un deísta y un ardiente crítico del cristianismo y de la religión organizada en general. Mientras que El Sentido Común fue escrito en 1776, La Edad de la Razón se publicó en tres partes en 1794, 1795 y 1807, mucho después de la redacción de la Constitución en 1787. Si bien los estadounidenses en general aceptaron El Sentido Común – “hacia finales de 1776, cincuenta y seis ediciones se habían impreso y 150,000 copias se habían vendido”3– , La edad de la razón no encontró apoyo por parte de Thomas Jefferson, John Adams, Benjamin Rush, John Jay y Benjamin Franklin:

En cuanto a la suposición de que los otros fundadores aceptaron La Edad de la Razón o su mentalidad, Jefferson le aconsejó a Paine que nunca publicara el libro. Benjamin Franklin, protector y amigo de Paine, le dio a su protegido el mismo consejo. Después de leer un borrador, Franklin señaló: “El que escupe contra el viento escupe en su propia cara. Si los hombres son perversos a pesar de la religión, ¿qué serían sin ella?”.

* * * * *

 John Adams, que una vez fuera admirador de Paine, después de recibir su copia, llamó a Paine un “canalla”4 que escribió desde las profundidades de “un corazón maligno”. Y Washington, previamente uno de los defensores más ardiente de Paine, atacó los principios de éste en su Discurso de Despedida (sin mencionar su nombre)5 como antipatrióticos y subversivos6.

Las opiniones posteriores de Paine encontraron tanta oposición por parte  del público, que pasó sus últimos años en Nueva York en relativa oscuridad. “Paine había expresado su deseo de ser enterrado en un cementerio cuáquero, pero la Sociedad de los Amigos no aceptó su petición. A su lugar de sepultura, en su granja, asistieron su amigo cuáquero Wilbert Hicks, «Madame Bonneville, su hijo Benjamin y dos hombres negros que deseaban rendir homenaje a Paine por sus esfuerzos para poner fin a la esclavitud. Es probable que algunas otras personas estuvieran allí pero nadie que representara oficialmente a Francia o a los Estados Unidos”7. Stokes y Pfeffer afirmaron en Church and State in the United States [Iglesia y Estado en Los Estados Unidos], que “durante mucho tiempo Paine, a pesar de sus grandes contribuciones a la causa revolucionaria, tuvo poca popularidad en la opinión pública estadounidense”8.

La descripción que hizo Theodore Roosevelt de Thomas Paine “como un ‘pequeño ateo indecente’ representó con demasiada precisión la valoración pública”9 sobre él en ese momento. Aunque Paine no era ateo – creía en Dios y en la inmortalidad- algunos de sus puntos de vista religiosos en La Edad de la Razón eran poco ortodoxos. Sin embargo, esto no le impidió tomar prestada de la Biblia su moralidad:

  • “Creo en un solo Dios, y en ningún otro; y aspiro a la felicidad más allá de esta vida”
  • “Creo en la igualdad del hombre, y creo que los deberes religiosos consisten en hacer justicia, amar la misericordia [Miqueas 6:8] y esforzarnos por hacer felices a nuestros semejantes”

El Thomas Paine de El Sentido Común y el Thomas Paine de La Edad de la Razón deben mantenerse separados, tanto por la distancia temporal como filosófica. El último Paine no debe imponerse sobre el anterior. Sin los argumentos bíblicos de Paine en El Sentido Común, el libro habría sido estudiado con gran sospecha y podría haberse hundido sin dejar rastro. Mark A. Noll, profesor investigador de Historia en el Regent College, expresa un argumento similar:

Si La Edad de la Razón de Paine (con su actitud desdeñosa hacia el Antiguo Testamento) hubiera sido publicada antes de El Sentido Común (con su despliegue completo de las Escrituras en apoyo de la libertad republicana), la disputa con Gran Bretaña pudiera haber tomado un curso diferente. También es probable que la lealtad de los creyentes cristianos tradicionales a la libertad republicana no hubiese estado tan ampliamente consolidada. Y es posible que la relación íntima entre el razonamiento republicano y la confianza en la Escritura tradicional, que llegó a ser tan importante después del cambio de siglo, no hubiera tenido lugar como sucedió10.

Este breve análisis de la historia religiosa de los Estados Unidos muestra que ni el deísmo ni el ateísmo fueron fundamentales para el origen de nuestra nación. Cualquier movimiento completo en una de estas dos direcciones conducirá a un desastre nacional en el que “llegaremos a ser objeto de burla y menosprecio para las generaciones futuras”11.

  1. Scott Liell, 46 Pages: Thomas Paine, Common Sense, and the Turning Point to American Independence (Philadelphia Press, 2003), p. 20.
  2. A.J. Ayer, Thomas Paine (Nueva York: Atheneum, 1988), p. 40.
  3. Ayer, Thomas Paine, p. 35.
  4. “La religión cristiana es, sobre todas las religiones que alguna vez hayan prevalecido o existido en los tiempos antiguos o modernos, la religión de la sabiduría, la virtud, la equidad y la humanidad, que el canalla [sinvergüenza] de Paine diga lo que quiera; es resignación a Dios, es bondad misma para el hombre”. (John Adams, The Diary and Autobiography of John Adams, ed. L.H. Butterfield [Cambridge, MA: The Belknap Press of Harvard University Press, 1962], 3:233–234).
  5. “De todas las tendencias y hábitos que conducen a la prosperidad política, la religión y la moralidad constituyen soportes indispensables (…) Y tengamos cautela al suponer que la moralidad puede mantenerse sin religión (…) La razón y la experiencia nos prohíben esperar que la moralidad nacional pueda triunfar sobre la exclusión de los principios religiosos”.
  6. Steve Farrell, “Paine’s Christianity”—Parte 1.
  7. Ayer, Thomas Paine, p. 180.
  8. Anson Phelps Stokes y Leo Pfeffer, Church and State in the United States, edición de 1 volumen. (Nueva York: Harper & Row, Publishers, 1964), p. 50.
  9. Stokes y Pfeffer, Church and State in the United States, p. 50.
  10. Mark A. Noll, America’s God: From Jonathan Edwards to Abraham Lincoln (Nueva York: Oxford University Press, 2002), p. 84.
  11. Benjamin Franklin, “Motion for Prayers in the Convention,” The Works of Benjamin Franklin, ed. John Bigelow (Nueva York: G. P. Putnam’s Sons/Knickerbocker Press, 1904), 2:377-378.
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