Dr. Michael Brown | 28 de Diciembre de 2016
(barbwire.com) – De acuerdo con el Chicago Tribune, el 2016 fue, «Un año como no lo ha habido antes». Merriam-Webster, famoso por sus diccionarios, escogió a «surreal» como la palabra del año, y Nigel Farage, famoso por el Brexit, opinó que 2016 había sido el «Año de la “Revolución Política” de la Gente Pequeña»
Desde todos los puntos de vista, 2016 fue un año de gran estremecimiento, quizás de proporciones divinas.
Considerando tan solo a los Estados Unidos, una tremenda sacudida ha tenido lugar por medio de nuestras elecciones presidenciales, por ejemplo: los medios de comunicación principales han sido estremecidos; el sistema político (en particular el Partido Demócrata) ha sido estremecido; la iglesia evangélica ha sido estremecida; los predios universitarios han sido estremecidos; el status quo ha sido estremecido, para sólo nombrar unos cuantos. En cada caso podemos añadir que el estremecimiento no se ha extinguido.
¿Es ésta la mano de Dios obrando?
Obviamente, no podemos ser dogmáticos con esto, ya que no tenemos el comentario inspirado de las Escrituras para llevarnos tras el escenario, y algunos disturbios pueden explicarse meramente por procesos naturales. Sin embargo, desde mi perspectiva, una buena parte del estremecimiento es el resultado de la respuesta del Señor a las oraciones de Su pueblo, que por muchos años le ha estado pidiendo que sacuda a nuestro mundo (no que destruya a nuestro mundo) y nos despierte. ¿Estamos entendiendo el mensaje?
Incluso si estoy en lo cierto con relación a esto, hay una enorme diferencia entre un gran estremecimiento y un gran despertar, y la pregunta candente es: ¿Cómo podemos pasar del gran estremecimiento de 2016 a un gran despertar en 2017 y más allá?
Antes de responder a esa pregunta, permítanme darles una visión de cómo luce un gran despertar espiritual.
Considere el Primer Gran Despertar, que tuvo lugar en las colonias americanas entre 1730 y 1745. Antes del despertar, los jóvenes parrandeaban y fiesteaban la noche entera, y a las mujeres les daba miedo salir a la calle. Sin embargo, en el apogeo del avivamiento, hasta Benjamín Franklin pudo decir que «parece que todo el mundo se ha vuelto religioso, de forma que uno no puede caminar por el pueblo en las noches sin escuchar salmos que cantan las distintas familias de cada calle».
¿Puede imaginarse algo así en el día de hoy?
Antes del avivamiento de oración de 1857 – 1858, las iglesias se estaban volviendo mundanas y cerradas en sí mismas, y la inmoralidad, el crimen violento, el espiritismo, la corrupción y el ateísmo estaban en auge (según lo cuenta el estudioso de los avivamientos James Edwin Orr). Pero un espíritu de oración barrió la nación, a tal punto que los comercios y negocios de algunas de nuestras ciudades cerraban para las oraciones del mediodía (repito: trate de imaginar algo así hoy).
Según lo describe Mary Stuart Relfe: «El avivamiento de 1857 devolvió una vez más la integridad al gobierno y los negocios de los Estados Unidos. Hubo una renovada obediencia a los mandamientos sociales. Se creó una intensa simpatía por los pobres y necesitados. Renació una sociedad compasiva. Las riendas de los Estados Unidos fueron devueltas a los piadosos. Una vez más, el Avivamiento fue la solución a los problemas, el remedio de las maldades, la cura de todos los males».
¿Podría ocurrir un movimiento spiritual como éste de nuevo en nuestros días? Para usar un lenguaje bíblico: con el hombre es imposible, pero con Dios todas las cosas son posibles.
He aquí, entonces, cinco claves para pasar de un estremecimiento a un despertar
1) Como la oración jugó un papel en el estremecimiento de 2016, debe mantenerse e incluso incrementarse.
Muchos cristianos oraron fervientemente en los meses que precedieron a las elecciones, reconociendo cuán terriblemente descalabrada estaba nuestra nación y cuán desesperadamente necesitábamos la intervención divina. Pero como la naturaleza humana es como es, una vez que dejamos atrás la sensación de crisis le quitamos el pie al acelerador.
Ahora no es el momento de rendirse. Por el contrario, debemos redoblar nuestro enfoque en la oración si queremos ver un cambio real y duradero.
2) Debemos depositar nuestra confianza en el Señor, no en Donald Trump.
Digamos que Donald Trump resulta ser un presidente fenomenal, que nombra tremendos jueces para la Corte Suprema, combate con efectividad el terrorismo, fortalece la economía de nuestro país (especialmente en los barrios pobres), asegura nuestras fronteras y crea soluciones compasivas para los inmigrantes de valor; remplaza el Obamacare con un plan mucho mejor, restaura el respeto que le tienen a los Estados Unidos en el extranjero, e incluso más.
Aunque él se las arreglara para hacer todo eso, lo cual sería más que notable, no usurparía el papel de la Iglesia, ni lo podría usurpar. No podría hacer cambiar el corazón de los rebeldes y burlones; no podría devolver un espíritu de oración a la iglesia; no podría romper los yugos de las ataduras sexuales; no podría unir a las familias en quiebra, y la lista seguiría así más y más…
De manera que, aunque oramos para que nuestro presidente tenga éxito en su misión, depositamos nuestra confianza en el Señor, y no en él, para que haya un despertar espiritual.
3) Debemos dedicarnos a la Gran Comisión y a cambiar los corazones y las mentes, en especial los de los jóvenes.
El cambio no llegará a los Estados Unidos desde el gobierno. Debe ascender desde la base popular, y el «arma» más efectiva que tenemos, aparte de la oración, es el Evangelio.
Con la ayuda del Señor tenemos que hacer que a Jesús lo conozcan generaciones que no lo conocen, y debemos demostrarle al mundo que los caminos de Dios son los mejores: las mejores formas de vida, y armonía y paz.
4) Si, en realidad se nos ha concedido un respiro divino, una especie de descanso, debemos aprovechar al máximo esta oportunidad con santa desesperación. Si no lo hacemos, las cosas se pueden tornar peores que nunca y bien rápido.
Igual que muchos otros líderes, yo creo que se nos ha evitado lo que podría haber sido una presidencia desastrosa de Hillary Clinton, en particular en lo que respecta a temas de gran preocupación para la Iglesia (en especial el aborto, la libertad religiosa y el significado del matrimonio). Pero si eso es cierto, entonces lo que hagamos con este respiro tiene una importancia crítica.
¿Aprovecharemos el tiempo y sacaremos el mayor provecho del momento, no sólo en los frentes político y social, sino también en el frente espiritual y el de las relaciones? ¿Nos aferraremos a nuestras libertades y marcaremos una diferencia real? Me aterra pensar en lo que tendríamos por delante si no lo hacemos.
5) No debemos subestimar la división que hay en nuestro país. La tarea es ingente, y sólo con la ayuda del Espíritu Santo veremos un cambio positivo y duradero.
Aunque estemos en lo cierto al decir que Dios nos ha dado un respire con la elección de Trump, no podemos olvidar lo divisivo que ha sido como candidato (e incluso como presidente electo) y cómo estas elecciones han puesto de manifiesto los grandes desavenencias que hay entre nosotros, en particular según las líneas de sexo, raza, color de la piel, edad y religión.
Aunque comprendemos que siempre habrá profundas divisiones en una nación de 330 millones de personas, también entendemos que, como seguidores de Jesús, se nos ha dado el mensaje de reconciliación, con el cielo y entre nosotros, y que es mediante un gran avivamiento que esas profundas divisiones pueden eliminarse.
La buena noticia es que el avivamiento y la visitación no sólo suceden a nivel nacional. El avivamiento también se produce en una vida tras otra, así que haremos bien en seguir la costumbre de un viejo evangelista, a quien le preguntaron cómo era que él oraba por un avivamiento. Respondió: «Yo trazo un círculo en el suelo, después me meto dentro de él y entonces oro: “¡Señor, aviva todo lo que está dentro de este círculo!”».
¿Por qué no comienza a hacer esa oración por usted hoy mismo?