Como nación, nos hemos olvidado de Dios

Jerry Newcombe | 9 de agosto de 2018

(Townhall.com) – Cuando era niño, existía una expresión: “Detén el mundo. Quiero bajarme”. Leer los titulares a veces me hace sentir así.

Por ejemplo, estas son algunas de las historias destacadas en el Drudge el lunes (6/8/18):

• Una ofensiva contra la libertad de expresión por parte de Apple. La empresa decide qué es y qué no es “odio”. En consecuencia, al teórico de la conspiración, Alex Jones, ahora se le ha denegado su plataforma.

• El movimiento #MeToo continúa pronunciándose en contra de los presuntos depredadores sexuales, y CBS está trabajando para capear el temporal de acusaciones en torno a su CEO.

• Canadá llama a boicotear a los Estados Unidos.

• El sexo con robots es una moda creciente.

• El presidente es acosado con acusaciones de conspiración con los rusos.

• Hay llamados para censurar en los medios sociales a los que niegan el cambio climático.

• En Chicago, una ciudad con algunas de las leyes más estrictas de control de armas, 63 personas fueron baleadas durante el fin de semana; 44 de ellas fueron asesinadas en un plazo de 14 horas. Como señaló un colega: “Es como Faluya, solo que peor”.

• Las víctimas de Parkland protestan contra la NRA [siglas en inglés para Asociación Nacional del Rifle]… sin embargo, tienen guardias armados.

• Los estadounidenses de edad avanzada tienen problemas monetarios. The New York Times (5/8/18) informa: “La tasa de personas de 65 años de edad o más que se declara en quiebra, es tres veces mayor de lo que era en 1991”.

¿Por qué los Estados Unidos parecen hundirse en el abismo? Nos hemos olvidado de Dios. Como nación, al igual que como individuos, cosechamos lo que sembramos.

Alexandr Solzhenitsyn, el gran escritor ruso y crítico de la URSS atea (que pasó años encarcelado en uno de los gulags de Stalin), dijo una vez: “… [Cuando] yo todavía era un niño, recuerdo haber escuchado a varias personas mayores ofrecer la siguiente explicación de los grandes desastres que habían sucedido en Rusia: los hombres se han olvidado de Dios; es por eso que todo esto ha sucedido”.

El escritor, galardonado con el premio Nobel, llegó a decir que había leído cientos de libros sobre el estado soviético ateo y había hablado con muchas personas sobre la catástrofe criminal que fue, y dijo que nadie había dado una mejor explicación que esos simples campesinos: Nos hemos olvidado de Dios.

No en el mismo grado, pero algo similar podría decirse sobre los Estados Unidos. Nos hemos olvidado de Dios y estamos cosechando las consecuencias.

Hace unos 200 años, el presidente de la Universidad de Yale, Timothy Dwight (1752-1817), nos alertó sobre olvidarnos de Dios: “Sin religión posiblemente podamos conservar la libertad de salvajes, osos y lobos, pero no la libertad de la Nueva Inglaterra. Si nuestra religión desapareciera, el estado de nuestra sociedad perecería con ella y no quedaría nada que valiera la pena defender”.

Dwight también agregó: “Donde no hay religión, no hay moral… Con la pérdida de la religión… se derriba la base fundamental de la confianza; y la seguridad de la vida, la libertad y la propiedad queda enterrada en ruinas”.

¿Por qué? Porque si no hay Dios, no hay nadie a quien rendirle cuentas. Es por eso que muchos niegan a Dios cuando en el fondo saben que: “Por supuesto, existe un Dios”.

Unos 50 años después de la independencia de los Estados Unidos, Alexis de Tocqueville, un notable francés, llegó a estas costas para evaluar a la nueva nación. Escribió en 1835 sus famosas observaciones sobre la Democracia en América, un libro que aún se imprime, en el que señaló: “Nunca se debe olvidar que la religión dio a luz a la sociedad angloamericana”.

Uno de los mejores oradores estadounidenses del siglo XIX fue el senador de Massachusetts Daniel Webster. Webster está representado con estatuas en el Distrito de Columbia y es el personaje central de una gran pintura en el Faneuil Hall de Boston.

Webster declaró una vez: “Finalmente, no olvidemos el carácter religioso de nuestro origen. Nuestros padres fueron traídos aquí gracias a su alta veneración por la religión cristiana. Viajaron guiados por su luz y trabajaron basados en su esperanza. Intentaron incorporar sus principios a los elementos de la sociedad y difundir su influencia a través de todas las instituciones, civiles, políticas o literarias”.

El famoso orador también opinó: “Vivimos bajo el único gobierno que ha existido, que fue formulado a partir de las… consultas deliberadas del pueblo. Los milagros no se acumulan. No puede esperarse que lo que ocurrió una vez en 6,000 años suceda con frecuencia. Tal gobierno, una vez desaparecido, podría dejar un vacío que sería llenado durante siglos, con revolución y tumulto, motín y despotismo” [énfasis añadido].

La revolución, el tumulto y los disturbios se están convirtiendo en algo habitual en los Estados Unidos. Tenemos una congresista estadounidense, Maxine Waters, que declara que la gente debería unirse públicamente y avergonzar a los miembros del equipo de Trump. La líder de las minorías en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, se pregunta por qué no hay más “disturbios en las calles” en contra de esta Administración.

Durante los días de la Guerra Civil, nuestra nación enfrentó peores desafíos. Sin embargo, Abraham Lincoln convocó un día nacional de arrepentimiento y oración en 1863, durante el cual nos advirtió que dejásemos de olvidar a Dios como nación y que recordásemos esta verdad: “sólo las naciones cuyo Dios es el Señor, son bendecidas”.

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