«¿Cuánto quieres de Dios?»

Shane Idlemanon | 16 de febrero de 2017

(barbwire.com) – «Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón» (Jeremías 29:13).

«Quisiera comprar tres dólares de Dios, por favor. No lo suficiente como para que mi alma estalle ni me quite el sueño, pero sí lo suficiente para que sea equivalente a una taza de leche tibia, o a una siesta al sol… Quiero el éxtasis, no la transformación. Quiero la tibieza del útero, no un nuevo nacimiento. Quiero una libra de lo eterno en un cartucho de papel. Me gustaría comprar tres libras de Dios, por favor» (Wilbur Reese).

En 2014 dije que uno de los aspectos más difíciles que conllevaba el pastoreado no era la preparación de los sermones ni las citas de consejería, sino presenciar los trágicos resultados de la deshidratación espiritual, el morirse espiritualmente con el agua viva a apenas un paso de distancia.

Es triste que estemos tan ocupados, tan absortos en nosotros mismos, que nos bebamos el agua viva de la que hablaba Cristo con tanta frecuencia. Las excusas son muchas, la solución es una: «El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás» (Juan 4:14).

Muy pocos están realmente hambrientos y sedientos de Dios. Aunque la mayoría de nosotros citamos: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» muchos no lo han nunca experimentado. Pablo decía que él quería conocer a Cristo en el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos (Filipenses 3:10). El rey David clamó: «Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré; que esté yo en la casa del Señor todos los días de mi vida» (Salmo 27:4).

Tener hambre y sed de Dios es una pasión que lo consume todo y que dirige cada aspecto de la vida. Un verano di un paseo en bicicleta por el desierto llevando poco agua. Cuando me di la vuelta para regresar a mi camión me di cuenta que se me había acabado el agua. Cada milla me producía un nuevo nivel de sed y desesperación. Mis pensamientos los absorbía el agua; nada más me importaba. El paisaje y la quietud de que disfrutaba minutos antes habían perdido su atractivo.

La esperanza surgió cuando divisé a mi camión en la distancia. En unos minutos solté mi bicicleta, abrí de un tirón la puerta del camión y devoré el agua que quedaba. La deshidratación y el agotamiento dieron paso con rapidez a una refrescante sensación de satisfacción. La sed extrema que había sentido ahora estaba satisfecha.

Esto me record la sed que Dios a menudo describe en Su palabra: aquellos que de verdad tienen sed de Él (lo buscan) con todo su corazón quedarán satisfechos. Esto no es una obediencia parcial, es una rendición total; no es tratar de escurrir un poco de Dios, es permitir que Él sature cada aspecto de nuestras vidas.

Es irónico que podamos recibir la letra de la Ley, pero no el corazón de Cristo. Podemos desmenuzar la Biblia, pero los corazones permanecen duros como piedras. Gobernamos nuestras casas con una vara de hierro, pero no sabemos nada de la compasión, la bondad y la humildad. Vamos a la iglesia a juzgar en vez de ir realmente a buscar de Dios. El fariseísmo nos impide conocer de verdad a Dios. Justificamos las acciones diciendo: «Es solo que me apasiono», pero no es pasión… es arrogancia.

Están también los que han sustituido la convicción con el compromiso. Si se descubre diciendo: «No me siento convencido», quizás sea el momento para que se haga una autoevaluación. Si uno se ofende por un llamado a la santidad o a la humildad, eso puede ser un buen indicio de que hay que buscar el arrepentimiento.

La santidad es una señal de la convicción y de una vida rendida. La santidad no es una opción, como si fuera una variante en una mesa sueca. La santidad es la señal de alguien que está lleno genuinamente del Espíritu de Dios. Sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14).

La iglesia tibia desdeña el calor de la convicción, por eso se queda tibia. El tibio no sabe nada de la santidad, de rendirse, ni de una vida llena del Espíritu.  Puede tener una apariencia de santidad, pero niega a Dios con su estilo de vida (ver 2 Timoteo 3:5). Charles Spurgeon tenía razón al señalar «Producirá tres efectos la cercanía a Jesús: humildad, felicidad y santidad».

¿Por qué hay muchos que no buscan de verdad a Dios? Primero: puede ser que uno no sea salvo realmente. Puede tener «religión», peo no una verdadera «relación» con el Dios viviente.

Segundo: muchos no quieren buscarle. La excusa es, a menudo: «No me siento como de buscarle». Pero tenemos primero que disciplinarnos antes que llegue el deseo. Primero tenemos que vaciarnos antes de ser llenos. Primero debemos obedecer antes de recibir la bendición. Primero debemos quebrantarnos antes que haya restauración. Primero tenemos que orar antes que suceda una transformación. Y primero tenemos que buscarle a Él antes de hallarle de verdad.

El fuego de Dios, la presencia manifiesta de Dios, no se produce en un altar vacío: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios» (Romanos 12:1). La fe genuina se refleja en una humildad sincera, un amor desinteresado, un arrepentimiento verdadero y una vida rendida. ¿La vida suya reúne esas características? ¿Está de verdad buscando a Dios? No es demasiado tarde.