El aborto fue hace mucho tiempo, pero para un padre arrepentido la culpa persiste

Por PAUL CHIMERA

COMENTARIO

Han pasado veinte años desde que mi exesposa y yo abortamos nuestro primer hijo. Oro cada día por perdón. Estoy bastante seguro de que mi exesposa es pro-elección en el asunto divisivo del aborto. Estoy seguro, además, que no se ha dado cuenta que he crecido para convertirme en pro-vida.

Pero esas etiquetas no importaban mucho a principios de los años 1970, cuando éramos jóvenes recién casados que acaban de empezar. Era como tantas cosas en la vida. No te das cuenta de la gravedad de tus acciones hasta más tarde. A menudo mucho más tarde.

Por desgracia, usualmente es muy tarde para corregir los errores, si no pecados, del pasado.

Los medios de comunicación parecen rara vez hablar de cómo se sienten los hombres cuando una mujer decide tener un aborto. Sospecho que es porque resulta más lógico centrarse en la mujer, ya que se trata de su cuerpo y su decisión final de interrumpir el embarazo.

Quizás, también, es porque a muchos padres – casados o no – simplemente no les importa lo suficiente si un aborto se lleva a cabo o no.

Para mí, al menos, no es así. Después de todos estos años, todavía me voy a la cama por la noche pidiéndole a Dios que perdone nuestra decisión – una decisión, creo yo, que nació del idealismo y la ambición, pero también de la ignorancia y el egoísmo de la juventud.

Cuando nos casamos, nuestras metas a corto plazo estaban bien definidas: conseguir buenos empleos, ahorrar dinero, comprar una casa. Siempre pensamos que pagarle a un propietario todos los meses no era muy diferente a prenderle fuego al dinero.

Así que, con nuestros corazones puestos en comprar nuestra primera casa, nada iba a interponerse en nuestro camino – incluyendo cualquier niño no planificado. De hecho, yo no me sentía particularmente inclinado hacia los niños en ese momento. Tener un hijo nuestro era lo más alejado de mi mente.

Pero el destino quiso que mi esposa quedara embarazada. Mucho antes de que supiéramos de su condición, había estado básicamente sermoneando sobre mi repetido deseo de no tener hijos.

Mi esposa sacó una cita en el Children’s Hospital de Búfalo y abortó el feto.

Es cierto que, en aquel momento, no tenía prácticamente ninguna idea de cómo se realizaba un aborto. O más bien, tenía una idea – pero no era una idea exacta.

Asumía que el procedimiento era poco más que la disolución rápida y fácil de algunas células microscópicas. Clínico y frío.

A través de los años, por supuesto, me he vuelto mucho más informado sobre el procedimiento, y me he dado cuenta de que hay una dimensión humana muy real en el proceso.

Mucho después de que el aborto tuviera lugar, las consecuencias emocionales continúan, al menos para mí. Todavía de vez en cuando tengo noches de insomnio, pensando en lo que hicimos y en el por qué.

Yo nunca le he contado esto a nadie – verbalmente o por escrito – pero siempre me he preguntado si ese niño malogrado era un niño o una niña. Después fuimos bendecidos con dos hijas hermosas, que tienen ahora 17 y 13 años respectivamente. Son amadas más allá de lo que pudiera expresar.

Pero, ¿quién era el niño que nunca conocimos? ¿Habría sido mi hijo? ¿Cómo sería él o ella hoy, a los 20 años de edad? ¿Cómo me justificaría con cualquiera de mis hijas adolescentes si nunca se les hubiera dado la oportunidad de ser las jóvenes damas excepcionales en que se han convertido?

Estas son preguntas para las que nunca voy a tener respuestas, pero que siempre me preguntaré.

Al ver la alegría indescriptible que compartimos hoy – lo orgullosos que su mamá y yo estamos de nuestras hijas, y el amor que ellas nos dan a cambio – es difícil imaginar la decisión que tomamos en aquel entonces.

Me digo a mí mismo que no debería castigarme a causa de mi inmadurez juvenil y de mi mal juicio. Yo estaba sólo en mis 20, después de todo, y mi esposa apenas salía de su adolescencia.

Sin embargo, el dolor de esa decisión, y el pesar, persisten. Me tomó convertirme en padre de dos hijas maravillosas para darme cuenta de que la vida es verdaderamente un regalo.

A veces pienso que Dios lo entendió al revés. Él debería habernos dado, mientras éramos jóvenes, la sabiduría que sólo venimos a adquirir en nuestros últimos años.

Entonces, tal vez, algunos de los errores de nuestra juventud no dolerían tanto más tarde.

PAUL CHIMERA es un periodista independiente de Williamsville y maestro.

The Buffalo News, Box 100, Buffalo NY 14240