Las políticas de «justicia» de Obama hacen más mal que bien
David Limbaugh | 19 de agosto de 2013
¿Qué hará falta para que el país despierte ante las furias destructivas del liberalismo, y finalmente haga algo al respecto?
Los liberales siguen disfrazándose de propietarios exclusivos de la compasión, pero sus políticas socavan constantemente sus reclamaciones de propiedad. Ciertamente, la «transformación fundamental» de los Estados Unidos por Obama no es nada menos que el deterioro y destrucción de los Estados Unidos en el nombre de la compasión y la bondad.
Uno no puede ni echar un vistazo a las noticias del día sin encontrar pruebas de esto. Veamos apenas dos puntos del resumen de noticias de hoy.
El Instituto Cato ha publicado un informe que documenta cómo, en la América de Obama, «el bienestar social paga mejor que el trabajo». Michael Tanner, de dicho Instituto, llega a la conclusión de que el gobierno federal mantiene 126 programas destinados a los estadounidenses de bajos ingresos; de estos programas, la asombrosa cantidad de 72 implican la transferencia de dinero efectivo o beneficios en especie a individuos. Esto no incluye a los muchos programas de asistencia provistos por los gobiernos estatales y locales.
El estudio de Cato examina el valor, estado por estado, de la beneficencia para una madre de dos niños. En el Estado de Nueva York, por ejemplo, «una familia que recibe Asistencia Temporal para Familias Necesitadas, Medicaid, cupones de comida, WIC [Programa de nutrición para mujeres, bebés y niños], alojamiento público, asistencia con los servicios y mercancías gratis (como leche y queso) tendría un paquete de beneficios de $38,004, el séptimo más alto de la nación».
Como los beneficios del bienestar social no están sujetos a impuestos, un trabajador de Nueva York tendría que ganar por encima de $21 por hora para superar a estos ingresos por beneficencia, que son superiores a lo que gana un maestro principiante. Aunque los beneficios varían de un estado a otro, para muchos que los reciben, sobre todo por muchos años, el bienestar social paga sustancialmente más que un trabajo de principiante.
Analice el poderoso desestímulo al trabajo que esto constituye, lo mismo que la prórroga indefinida de los beneficios de desempleo en aras de la cual Obama está siempre tan dispuesto a cerrar el gobierno. ¿Cómo puede una sociedad que tiene una ética de trabajo dejar de estremecerse de horror ante estos eventos? Sin embargo, una buena parte de nuestra sociedad y la clase política no se estremecen.
Obviamente, este estado de cosas amenaza la integridad fiscal de los Estados Unidos y castiga a los que están en la fuerza de trabajo. Quizás lo que no es obvio, al menos para los utópicos de ojos legañosos, es que semejantes pagos excesivos de transferencia perjudican a la larga a los que los reciben. Igual ocurre con los impuestos punitivos a los «ricos». Un artículo contundente en el Wall Street Journal de esta semana demuestra que «apuntar a los ricos elimina trabajos». En otras palabras, muchachos: la compasión liberal no es compasiva.
Cato afirma que la mejor cura para la pobreza sigue siendo un trabajo. Y, contrariamente a lo que creen sin duda los presuntuosos de la compasión, hasta los trabajos de ingreso mínimo pueden sacar a la gente de la pobreza.
Una solución específica es hacer más estrictos los requisitos de trabajo en los programas de beneficencia. De hecho, lo hemos practicado y ha funcionado, pero a Obama no le gustaba eso y lo revertió, porque está atrapado en su concepción radicalizada del mundo, una ideología estrecha que lo desinforma con que tenemos una economía cerrada con un número finito de ingresos, un pastel finito de suma cero que ofrece la oportunidad de crecimiento individual solamente a través de la redistribución. ¿Es de extrañar que nos haya traído una enfermedad económica permanente?
En nuestros siguientes artículos de noticias del momento leeremos la enorme expansión del estado regulatorio bajo Obama y cómo durará más allá de su mandato en el cargo.
En mis dos libros más recientes, en los cuales documenté el ataque actual de Obama a los Estados Unidos, he fundamentado el temible crecimiento del estado regulador bajo Obama, que desde entonces ha empeorado… por designio de Obama. De la misma forma en que mintió sobre el aumento de la producción nacional de petróleo, dijo falsamente que había reducido nuestro ambiente de regulaciones.
A menudo resopla que usará todos los medios a su alcance –muchos de ellos regulatorios– para hacer avanzar su agenda cuando el Congreso no se someta a su voluntad. Ha actuado unilateralmente con relación a la inmigración, el trabajo, la energía, el control de armas, la seguridad cibernética, los lineamientos de sentencias para los delitos con drogas y el medio ambiente, para mencionar unos pocos.
The Hill informa que en los primeros tres años de Obama en el cargo, el Código de Regulaciones Federales creció un 7.4 por ciento, casi el doble de la proporción durante el primer mandato del presidente George W. Bush. Douglas Holtz-Eakin ex director de la Oficina de Presupuesto del Congreso, organismo no partidista, afirma: «Sería difícil que alguien dijera que no es una marca de marea alta en términos de regulaciones».
Estas reglas y regulaciones no sólo están asfixiando nuestra economía, sino que también están destruyendo nuestras libertades individuales y nuestro marco constitucional, porque son promulgadas y puestas en práctica por burócratas no elegidos y que no responden ante nadie.
Uno no necesita ser un economista para comprender que los enormes impuestos, gastos y regulaciones de Obama están provocando el deterioro económico de los Estados Unidos. No necesita ser un sociólogo para ver que los esquemas de beneficencia desbocados le están robando la dignidad a la gente y no hacen nada por aliviar la pobreza.
En algún momento, Obama y sus amigos liberales tendrán que ser juzgados por los efectos de sus planes, no por la grandiosidad de su retórica de auto-alabanza.
A menudo se dice que no hay nada de compasión cuando uno es caritativo con el dinero ajeno. No se dice lo suficientemente seguido que los experimentos liberales arrogante de «igualdad» forzada son positivamente crueles, porque destruyen de forma integral la riqueza y la prosperidad, y perjudican en gran manera al pueblo que dicen beneficiar.