El testimonio de un padre: Yo fui un cobarde

Mi esposa y yo teníamos dos hijos. Habíamos estado pasando por dificultades sexuales. Después de un largo período de evitarnos sexualmente, de manera espontánea y misteriosa nos disfrutamos el uno al otro de forma total. La concepción ocurrió en ese momento. Temiendo que la nueva vida fuera a trastornar por un buen tiempo la intimidad renovada y largamente esperada, con «renuencia» decidimos tener un aborto.

Acompañé a mi esposa al hospital y esperé. Recuerdo muy poco de cómo pasé las horas de espera. Seguro que las tengo bloqueadas. Ya han pasado más de 11 años.

Mi esposa todavía sostiene que hizo lo que tenía que hacer en ese momento para preservar su salud mental y de esa forma no tener un hijo que podía haber sido no deseado y que hubiera crecido sintiendo esos efectos. Aunque incluso ahora ella parece despreocupada, me doy cuenta de que se siente incómoda cuando las realidades del aborto salen a relucir y a menudo abandona la escena. Ella descartó cualquier posibilidad de consejería para sí misma (sobre el aborto) aunque parece estar crónicamente deprimida desde entonces; se queja de estar siempre cansada, a pesar de que las muchas evaluaciones físicas no revelan ninguna enfermedad objetiva. A menudo parece estar triste, inquieta e insatisfecha. (Sé que nuestra relación marital y una grave herida sufrida por uno de nuestros hijos también contribuyen a eso.)  Ella se enfurece cuando yo admito que hicimos algo terriblemente malo. Se pregunta si más tarde, Dios nos ha castigado con la herida a nuestro hijo por el pasado aborto. Ha buscado consejería psicológica.

Mi reacción como Padre: pienso que he estado mucho más en contacto con my congoja y mi profunda tristeza por la vida que yo ayudé a terminar. Pienso en mi hijo que nunca estará sobre la tierra. Detesto el autoengaño y la falsedad que creí. El argumento falsamente «ilustrado» que yo acepté en la oscuridad, en realidad ha demostrado ser el momento MÁS OSCURO de mi vida, que me ha llenado de un dolor y un remordimiento sin fin. Difícilmente pasa un día sin  que me estremezca y casi llore de nuevo por el asesinato que ayudé a cometer. Muy a menudo me despierto por la mañana, pensando con dolor en el acto innegablemente egoísta que cometí hace más de 11 años. ¡TODAVÍA! Sé que, en lo más íntimo de mi ser, acallé mi conciencia (embotada en ese momento) y mi instinto paternal. No hay ambigüedad posible: actué… no, fui un cobarde. Mi acción, a pesar de mi confesión y arrepentimiento ante mi Creador, sigue robándome casi todo el gozo de vivir. Si no fuera por mi renovada fe en el amor de Dios y Su misericordia para conmigo, el aborrecimiento de lo que hice seguramente que hace mucho me hubiera llevado a suicidarme, pero eso no hubiera hecho sino aumentar un pecado que ya era abominable. Yo daría cualquier cosa (si Dios aceptara el trato) por darle marcha atrás a ese terrible error. Con toda sinceridad le pediría a Dios que tomara mi vida ahora para restaurar la vida de mi niño nonato sobre la tierra. Aunque esté seguro del perdón de Dios, todavía estoy tratando de perdonarme a mí mismo. El problema preexistente con la intimidad marital ― lejos de mejorar ― ha empeorado con los años. El aborto ha dado un nuevo giro, que es que el cuerpo de mi esposa no parece tan acogedor ni tan nutriente, y además siento que no tengo el «derecho» de disfrutar del placer que antes me proporcionaba hacer el amor. Esta enajenación es difícil de curar, y mi esposa no parece compartir conmigo el horror y la pena que todavía siento: ella piensa que todavía estoy tratando de hacerle sentir culpa (pero me pregunto qué ha hecho con sus sentimientos de culpa como madre). Ella se niega a asistir ni siquiera a una reunión del Proyecto Raquel para las mujeres. Logré que viera a un clérigo junto conmigo, lo que probablemente la ayudó a avanzar, pero las dificultades se mantienen.

He buscado y recibido el perdón de Dios, después de lo cual mi fe volvió a despertar y se profundizó. Estoy activo en el movimiento a favor de la vida como voluntario y contribuyente para tratar de salvar a personas nonatas. Me he convertido en una persona menos egoísta, que doy tiempo y mis esfuerzos a las personas olvidadas, marginales de nuestra sociedad, pues sus vidas SÍ tienen valor.

. . . Además, estoy más triste, soy más prudente, me veo honestamente y sé más que nunca que cualquier bien que haga proviene de mi cooperación con la acción y la gracia de Dios en mí: Sé lo radicalmente egoísta que sería sin Dios. Soy más perdonador y misericordioso (espero) solamente porque Dios me ha tratado con tanta bondad.