Queridas iglesias, se están matando a sí mismas y he aquí cómo

Matt Walsh | 13 de septiembre de 2017

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(theblaze.com) —  Cierto sermón que escuché hace algún tiempo se me ha quedado grabado en la mente. Comenzó con una referencia a Toy Story  [Un cuento de juguetes]. Sí, a Toy Story, el muñequito de los juguetes que hablan. La película de Pixar -explicaba el pastor- contenía muchos ejemplos de amistad.

Vean, la amistad es importante. Es bueno tener amigos. En caso de que alguno pensara que la amistad era mala, él estaba dispuesto a declarar lo contrario. ¿Recuerdan aquella canción de Randy Newman titulada «Tienes un amigo en mí», de una película? Él sí. La citó largamente. Después nos repartió cajitas de jugo y galleticas de chocolate y tuvimos un tiempo de siesta en la alfombra de letras.

No me molestan los sermones que citan al arte o la literatura fuera de las Escrituras para ilustrar un tema contenido en ellas, pero ¿de todos los poemas, novelas, canciones, películas, pinturas, esculturas que pueden revelar alguna verdad divina, él escogió Toy Story? Oh, pero es que Toy Story algo con lo que uno se puede identificar, podrían decir ustedes. ¿Sí? ¿Quién puede identificarse? ¿Los niños de kindergarten? Bueno, ¿estamos en una clase de kindergarten o en una iglesia? Ciertamente que ya es difícil de discernir. Añada unas cuantas cajitas de crayolas y un par de barritas de cola y ya algunas de esas iglesias serían indistinguibles.

Por supuesto, esta disertación sobre el significado teológico de Buzz Lightyear es una cosa bastante normal. El mensaje que se predica en la mayoría de los púlpitos de los Estados Unidos es justamente así: superficial, infantil, vacío y al parecer diseñado para insultar la inteligencia de cualquiera que lo escuche. El cristianismo es aburrido y yerto en este país, porque así es como lo han puesto la Iglesia y sus líderes. Lo han convertido en algo tan blando, genérico e inofensivo que ya no se parece en nada a la fe de nuestros antepasados cristianos. Hasta los mismos edificios de la iglesia reflejan esta tendencia. La mayoría parece centros comerciales o edificios del gobierno: adustos, grises, feos, seculares, pero inofensivos. Inofensivos de la misma manera que el Departamento de Vehículos de Motor.

Ciertamente, el objetivo primordial de la iglesia moderna es evitar ofender a cualquier costo.

Y eso es precisamente por lo que se están muriendo. El problema no es meramente que aburren a la gente. Después de todo, los hay  que se aburren mirando cualquier cosa que no implique explosiones o persecuciones de carros. El problema es, más específicamente, que dejan a la gente hambreada. No hay sustancia, no hay alimento en el mensaje que se predica. Los feligreses se sientan ahí y se mueren lentamente de hambre.

Vuestros rebaños se están muriendo de hambre, iglesias. Los están matando ustedes.

Juan 1 nos narra una conversación entre Nuestro Señor y San Pedro. Tres veces Nuestro Señor le dice a Pedro que «apaciente» o «alimente» a Sus ovejas. Ustedes no nos están alimentando cuando nos dan un mazo de clichés, paños tibios e insulsas referencias a la cultura pop. Las ovejas necesitan algo real, Necesitamos que nos guíen, Necesitamos que nos enseñen. Necesitamos que nos capaciten. Necesitamos que nos llamen al arrepentimiento, Necesitamos escuchar del pecado y la redención y del Cielo y del Infierno. Estamos confundidos. Necesitamos explicaciones. Necesitamos que nos digan cómo navegar por el campo de minas de la cultura moderna. Necesitamos algo a lo cual aferrarnos. Algo en qué pensar cuando volvemos a nuestra vida cotidiana. Algo real. Algo verdadero. Algo inquietante. Algo peligroso. Algo increíble. Algo religioso.

Nos están matando allá afuera. ¿No lo comprenden? Arrastramos nuestros cuerpos lastimosos, golpeados, a la iglesia cada domingo (y cada vez son menos los que se molestan en hacerlo) después de una semana languideciendo en Sodoma y ¿qué es lo que usted tiene que decir?

¿Que es bueno tener amigos? ¡No me diga! ¿Eso es todo? El Canal Disney me lo podría haber dicho. ¿Qué más tiene? ¿Nada? ¿Es posible que no tenga nada más que decirnos? Entonces ¿qué es lo que está haciendo? ¿Para qué existe usted? Derriben los edificios, conviértanlos en estacionamientos. Al menos servirán para algo.

Las tropas están sufriendo derrotas tremendas en la batalla, y cuando consultan a su oficial al mando, ¿qué es lo que escuchan? «Sí, allá afuera está la cosa difícil, muchachos, así que déjenme contarles lo que aprendí del trabajo en equipo cuando miraba los Guardianes de la Agalaxia». En un evento reciente hablé con uno que me contó que un pastor de su iglesia metodista dio realmente un sermón sobre lecciones del Hombre Araña. Me imagino que estuviera tratando de sacar provecho de la locura esa de los súper héroes. Extrayendo el tema de sus sermones de Stan Lee en vez de San Pablo. ¡Seguro que a los nacidos con el milenio les gustará eso! Bueno, pues a este no. Se fue en mitad del sermón y halló una nueva iglesia ese mismo día.

Una mujer me envió un correo electrónico la semana pasada para quejarse de que su párroco había pronunciado tres homilías  —tres seguidas, domingo tras domingo— sobre la «inclusión». Sí, el bravo guerrero de Cristo se paró delante de su iglesia y sin temor alguno le hizo la guerra al gran peligro espiritual de la no inclusión. Este es el problema real que tenemos, como ustedes ven. No basta con lo que está sucediendo. No es que nuestras familias  y matrimonios se están derrumbando. No es que millones de bebés son muertos. No es que los Estados Unidos están llenos de adictos a la pornografía. No es que nuestros niños son absorbidos en una cultura pagana de decadencia y degradación moral. Es la falta de inclusión. El camino del Infierno está pavimentado de gente que no era lo suficientemente inclusiva. Eso es lo que piensa ese sacerdote, al menos. Un sacerdote que se hizo sacerdote por razones que no me quedan claras a mí, como probablemente tampoco a él.

Hablando de sermones corajudos, hay una iglesia no denominacional cerca de mi casa, a la que asisten algunos de mis familiares, en la que la congregación fue alimentada durante semanas con sermones que trataban del tema del racismo. Los feligreses blancos asentían a las explicaciones del pastor de que no debíamos juzgar a las personas por el color de su piel. Todo el mundo se sintió agradecido por la oportunidad de estar de acuerdo profundamente con él.

El racismo puede ser un problema todavía en los Estados Unidos, pero con toda probabilidad no es un pecado que tiente a los que estén sentados en los bancos de una iglesia de un suburbio liberal del nordeste en el año 2017. Es más probable que ellos se las tengan que ver con la lujuria, el egoísmo, el materialismo y la mundanalidad. Les garantizo que ni una sola persona de la iglesia estaría en desacuerdo con el concepto de que las personas de todas las razas son iguales. Pero con toda seguridad estarían en desacuerdo con otras enseñanzas cristianas fundamentales, que es la razón por la que su iglesia debería estar concentrándose especialmente en ellas.

Probablemente no había ningún neonazi ni miembro del Ku Klux Klan entre los asistentes, pero sí había  —me imagino—  fornicarios, adúlteros, chismosos, cobarde morales, glotones y herejes. Sin embargo, este pastor tenía cuidado de evitar todas esas áreas por temor de poder decir algo que accidentalmente impulsara a alguien al arrepentimiento. Ahora bien, para el cristiano actual es cada vez más difícil evitar hablar de pecados que nos tocan de cerca, teniendo en cuenta que tiene un extenso y diverso resumen de ellos. Si un pastor va a intentar condenar algún mal y ha decidido hacerlo sin mencionar ninguna de las maldades que sus ovejas hayan cometido o se sientan tentadas de cometer, tendrá una variedad cada vez menor de pecados entre los cuales podrá escoger. Le quedan básicamente el racismo y la contaminación. En este último punto el Papa está enfrascado.

No es que todo esos asuntos sean una verdadera herejía (aunque también hay mucho de ella andando), pero es que no es nada. No tiene la suficiente sustancia ni para ser una herejía. Es solo flatulencia retórica. Vapor en el aire. Una brisa suave con un ligero olor pútrido.

El cristianismo en los Estados Unidos es tan hueco porque nuestros líderes impávidos han decidido que es mejor mantener a la gente en la iglesia poniéndolos a dormir, y no llevarlos a profundizar en su fe con toda la fuerza de la verdad desnuda, así que se ponen a ronronear sobre la amistad y la tolerancia y el reciclaje, mientras Satanás merodea alrededor, devorando almas. Y Satanás nunca ha tenido un tiempo en que le haya sido más fácil hallar almas para devorar  —es un verdadero banquete allá abajo en el Infierno— en primer lugar porque la mayoría de los cristianos nunca escuchan de Satanás ni del Infierno

Las personas necesitan que las despierten. Necesitan que las ofendan. Oféndanos, pastor. Haga que me sienta incómodo. Hágame mirar a mi reflejo y ver las cosas que no me gustaría ver. Sáqueme de mi zona de comodidad. Haga que me sienta airado conmigo mismo, o con usted por ponerme airado conmigo ¿Puede soportar que la gente se ponga airada contra usted? Si no, creo que usted ha escogido la profesión equivocada  —y la religión equivocada.

He aquí un ejemplo de cómo esto puede funcionar. Hace un par de años escuche un sermón benditamente ofensivo en una iglesia de Pennsylvania mientras me hallaba de vacaciones. Era sobre la importancia de la reverencia y lo olvidado del tópico. El tema era que a menudo somos demasiado casuales en cómo nos acercamos a Nuestro Señor, dentro y fuera de la iglesia. Los hombres de la congregación fueron amonestados porque muchos de ellos ni siquiera se molestaban en ponerse pantalones ni una camisa decente, y algunas de las mujeres llegaban vestidas como si acabaran de salir de un bar de la universidad a las 2 AM (mi expresión, no la de él).  Se explicó que su atuendo descuidado y desarreglado era un síntoma de un problema mucho mayor. Muchos cristianos tienen una vida espiritual descuidada y desarreglada. Su vestimenta lo único que hace es reflejarla.

Digo que eso fue ofensivo para mí porque, mientras yo escuchaba, me miré y me acordé que yo llevaba puesto un pulóver, un short y unas chancletas, que Dios me perdone. Oh,  yo tenía una explicación razonable: se me había olvidado empacar una vestimenta formal, vea. Empecé a sentirme embarazado y furioso contra él por hacer esta declaración en general, sin tener en cuenta que algunos de nosotros podíamos tener una buena razón para estar vestidos como vagabundos de playa. Sabía que tendría que caminar por el pasillo como un escolar castigado, llevando exactamente lo que se me había dicho que no me pusiera. Yo estaba ofendido. Tenía una excusa y era escandaloso que este hombre no hubiera empezado sus observaciones eximiéndome a mí personalmente de todo lo que iba a decir. ¿Cómo se atrevía a asumir que a mí me faltaba reverencia, solo porque llevaba ropa deportiva en la iglesia? ¡A mí no me faltaba reverencia! ¡Yo, que soy tan reverente! ¡Ustedes no creerán lo reverente que soy!

Sin embargo, no pude convencerme. Él tenía razón. Yo no tenía excusa. Había sido amonestado y lo merecía. AL pensar en eso, entendí que este incidente aislado no era tan aislado. Con frecuencia me falta la reverencia y humildad apropiada cuando me acerco a Dios en la iglesia o en oración o en cualquier situación. En mi vida de fe hay poco de lo solemne y lo sagrado,   lo acepto. Él dio en el clavo: este fallo del guardarropa era un síntoma de un problema mayor. Ese día me fui resuelto a hacerlo mejor y, aunque todavía estoy lejos de ser perfecto en este sentido ni en otro, creo que he mejorado, por la gracia de Dios. Y todo comenzó porque me sentí un poco ofendido.

Seguro, pude haber salido aprisa de la iglesia, con mis sandalias sonando furiosamente al caminar, y nunca regresar. Pude haberme quejado de aquel hombre malo y «condenatorio» que tenía la audacia de criticar mi comportamiento. Pude haberme sentido tan ofendido que hubiera abandonado la fe por completo y nunca hubiera regresado. Pude haber pasado el resto de mi vida haciendo cuentos, como hace a menudo la gente, del viejo santurrón puritano  que me hizo abandonar el cristianismo, aunque yo no tenía culpa alguna. Pero si me hubiera ido por ese camino, no hubiera sido gran pérdida para la iglesia.

Escuché una historia de un sacerdote que, recientemente, vio a algunos de sus feligreses  —incluidos algunos miembros del coro— abandonar su iglesia en mitad de un sermón porque predicaba contra el aborto. Eso no lo detuvo, ni debió hacerlo. Que los cobardes se vayan. Que huyan de la iglesia llenos de lágrimas. Que tengan sus perretas. Que los cobardes y egoístas se desenmascaren y se separen. Si hay solamente dos personas en los bancos, mejor. Al menos sabremos cómo estamos.

Ninguno que no quiera que se le cuestione, ninguno que piense que está por encima de todo reproche, ninguno que quiera nada más que cosas dulces murmuradas en su oído, ninguno que quiera un cristianismo cómodo, desea realmente el cristianismo. No son ramas del Cuerpo de Cristo. Son excrecencias malignas. Son tóxicos. Córtenlos. Oremos porque regresen a la fe, pero no hasta que sea la fe lo que ellos deseen en realidad. Si están ahí sentados esperando que les hagan caricias en las orejas y les confirmen sus ideas preconcebidas, es el deber del pastor o el sacerdote desengañarlos. Y ofenderlos. No hay otra forma de decir la verdad.