Gary DeMar | 29 de mayo de 2014
Esta pregunta me la hizo una amistad de Facebook: «¿Cómo argumentas el caso contra el matrimonio homosexual, si los activistas pro-homosexuales dicen que el matrimonio homosexual estaba prohibido en el Antiguo Testamento, pero también el comer mariscos?» Tratan de decir que, junto con el matrimonio homosexual, esas otras cosas como los mariscos estaban también prohibidas. ¿Cómo responderemos nosotros como cristianos?
Argumentos como el «juego de los mariscos» llenan la Internet, y mucha gente es confundida por ellos. Hasta los cristianos. En una entrevista publicada en la revista Christianity Today, la artista de música cristiana y lesbiana declarada Jennifer Knapp usó el argumento de los mariscos (El entrevistador no la cuestionó al respecto.)
Jennifer Knapp tiene un nuevo libro que verá la luz en octubre, en defensa de la homosexualidad y de ser una cristiana: «Facing the Music: Discovering Real Life, Real Love, and Real Faith» [«De frente a la música: Descubrir la verdadera vida, el verdadero amor y la verdadera fe»]. De acuerdo con la promoción preliminar de su libro, Knapp es «ahora una defensora de los asuntos LGBT en la iglesia» y ella está tratando de utilizar la Biblia para defender sus posiciones en esto.
«También ella nos habla de la importancia de su fe, y a pesar de que muchos dicen que ya no puede decir que es una creyente, ella sostiene que es al mismo tiempo homosexual y cristiana… Jennifer ha presenciado luchas desgarradoras cuando las iglesias se enfrentan a asuntos de la homosexualidad y la fe».
Dicho sea de paso, no hay ninguna prohibición de amar a nadie. El amor no es lo mismo que el sexo.
Hay varias formas de argüir contra esta falsa analogía. En primer lugar: las relaciones sexuales están definidas en los primeros capítulos de Génesis. La soledad de Adán fue remediada con la creación de Eva, una mujer, alguien diseñada en lo físico, lo emocional y lo constitucional específicamente para él (Gn. 2:18-25). Dios no creó otro hombre y una mujer para que Adán pudiera escoger. Creó una mujer, un complemento humano diseñado sexual y literalmente para que se ajustara a Adán.
Es por eso que Pablo habla de la homosexualidad como anormal (Ro. 1:26-27). El aspecto físico de la homosexualidad es antinatural, es como tratar de meter una estaca cuadrada en un hueco redondo. El argumento de los mariscos no tiene validez, porque la identidad sexual (varón y hembra) y la definición del matrimonio (hombre y mujer) son ordenanzas de la Creación. No hay ninguna prohibición en Génesis relativa a los mariscos (Gn. 1:28-31).
Segundo: El Nuevo Testamento reitera la ordenanza del matrimonio del Antiguo Testamento al definirlo como entre un hombre y una mujer. Jesús confirma esto en Mateo 19:4-6:
¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. (ver también Ef. 5:25–33; cf. 1 Co. 7:2–3, 10–16; 1 Tim. 3:2, 12).
No hay opción homosexual… Jesús no se remite a Levítico para apoyar su enseñanza; se remite a Génesis.
Tercero: Levítico, aparte de prohibir las relaciones homosexuales (Lv. 18:22; 20:13), también prohíbe ciertos alimentos (Lv. 11:2–31). Al contrario de la homosexualidad, no hay penas civiles asociadas con el comer alimentos prohibidos. Es obvio, desde el punto de vista de las sanciones, que comer mariscos no es lo mismo que dedicarse a relaciones homosexuales. Con la llegada de Jesús, el Segundo Adán, volvemos a las ordenanzas de la Creación, en que todos los alimentos son «limpios» una vez más, porque el Evangelio es para todo el mundo (Juan 4:42; Hechos 1:8):
¿Tampoco ustedes pueden entenderlo? —les dijo—. ¿No se dan cuenta de que nada de lo que entra en una persona puede contaminarla? Porque no entra en su corazón sino en su estómago, y después va a dar a la letrina. Con esto Jesús declaraba limpios todos los alimentos. Luego añadió: Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona (Marcos 7:18–23).
Otros pasajes se refieren al mismo tema: (Ro. 14:2-3, 6, 14-23 y Col. 2:16-23). Aprendemos, del encuentro de Pedro con los «alimentos impuros» que Dios le dijo que comiera, que ellos representaban a las naciones (Hechos 10:9–48; 11:5–9): «Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro»” (Hch. 10:15; 11:9). Comer alimentos que habían sido separados como impuros es reconocer que el Evangelio no sólo es para los judíos: «Por tanto, si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros al creer en el Señor Jesucristo, ¿quién soy yo para pretender estorbar a Dios? Al oír esto, se apaciguaron y alabaron a Dios diciendo: ¡Así que también a los gentiles les ha concedido Dios el arrepentimiento para vida!» (Hch. 11:17-18).
Las leyes con prohibiciones de alimentos eran una forma de obsolescencia planificada.
Cuarto: De los comentarios de Jesús en Marcos 7 y de las instrucciones de Dios a Pedro en Hechos 10 hay una revelación especial directa que cambia ciertas leyes del Antiguo Testamento. Además de los alimentos impuros, ya no hay lugar para el Templo, los sacrificios de animales, la circuncisión ni los sacerdotes. ¿Cómo lo sabemos? Porque se nos dice que esas ordenanzas y leyes fueron cumplidas en la persona y obra de Jesucristo. Cualquiera que esté familiarizado por la Biblia deberá saber estas cosas.
Quinto: Al igual que las leyes que prohíben el homosexualismo que se hallan en Levítico, el Nuevo Testamento prohíbe la homosexualidad (Ro. 1:26–27; 1 Co. 6:9–11; 1 Tim. 1:8–11) y, si prohíbe la homosexualidad, también prohíbe el matrimonio homosexual. Note lo que dice Pablo en 1 Corintios 6:9: «Y esto erais algunos».
Algunos podrán decir que la Biblia no usa la palabra «homosexual». La definición es inherente a los pasajes de Levítico (Lv. 18:22; 20:13): «No te echarás con varón como con mujer». Osea, está prohibido tener relaciones sexuales con alguien del mismo (en latín: homo) sexo. Pablo emplea un lenguaje similar: «los hombres… se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres» [un sexo con el mismo sexo] (Ro. 1:26–27).
Sexto: El mismo «Código de Santidad» que condena la homosexualidad también prohíbe el adulterio (Lv. 18:20), el sacrificio de niños (v. 21), y el sexo con los animales (v. 23) y manda a amar a tu prójimo como a ti mismo (19:18), una ley que se repite en numerosas ocasiones en el Nuevo Testamento (Mt. 19:19; Mc. 12:31; Lc. 10:27; Ro. 13:9; Gá. 5:14; Stgo. 2:8).
¿Nos están diciendo los «marisqueros» que el adulterio, el sacrificio de niños y el sexo con animales son ahora estilos de vida alternativos aceptables y deberían estar protegidos por la ley? Si la respuesta es que sí, allá ellos. El Nuevo Testamento promueve la ley del Código de Santidad respecto a amar al prójimo junto con las leyes que prohíben la actividad homosexual (Ro. 1:26–27; 1 Cr. 6:9–10; 1 Tim. 1:8–11). Los escritores del Nuevo Testamento no tenían problemas en aplicar la legislación del Código de Santidad referente a la homosexualidad en el Nuevo Pacto.
Levítico 19 (todavía parte del Código de Santidad) –entre los pasajes anti-homosexuales de Levítico 18:22 y 20:13– prohíbe hurtar y engañar (v. 11), oprimir al prójimo y robarle (v. 13), retener el salario al jornalero (v. 13), maldecir al sordo y hacer tropezar al ciego (v. 14), hacer injusticia en el juicio (v. 15), chismear (v. 16), y tomar venganza (v. 18).
Levítico 20 repite las prohibiciones de sacrificar niños (vv. 2–5), del adulterio (v. 10), la homosexualidad (v. 13), y la bestialidad (vv. 15–16). ¿Debemos llegar a la conclusión, empleando la lógica de los mariscos, que esas leyes ya no se aplican debido a que están en el Código de Santidad?
Jesús cita a Levítico 19:18 (Mt. 19:19; Mc. 12:31; Lc. 10:27) y 20:9 (Mc. 7:10). También cita a Levítico 19:18 (Ro, 13:9; Gá. 5:14), al igual que lo hace Santiago (Stgo. 2:8). Pablo tomaba la ley del Antiguo Testamento tan en serio, que esgrimía una ley que al parecer era sólo para aplicarla a los animales (Dt. 25:4) y aplicaba sus principios a los seres humanos (1 Co. 9:9; 1 Tim. 5:18).
Si Pablo pudo hallar un uso contemporáneo a una ley que se aplicaba a los bueyes, entonces ciertamente el resto del cuerpo legal tiene una vigencia similar, aunque no siempre podamos saber cómo aplicarla.
Jennifer Knapp y la gente que usa el argumento de los mariscos están mal informados. Tan sólo un poquito de estudio se los haría evidente. Pero, como escribe Pablo, nosotros los pecadores somos notorios por detener con injusticia la verdad (Romanos 1:18).