Mi nombre es Angie, vivo en Ohio, y me he hecho dos abortos. Procedo de una familia de 6 hijos y soy la segunda (somos 4 varones y 2 hembras). Mi mamá y mi papá no nos criaron en una iglesia porque ambos son hijos de militares y nunca realmente se quedaron en el mismo lugar el tiempo suficiente para establecerse en una familia eclesiástica. Ellos trataron de llevarnos a varias iglesias, pero no ocurrió ningún evento que nos cambiara la vida, así que crecí sin conocer el amor o el perdón de Cristo.
Cuando era una niña y vivía en San Antonio, me di cuenta de que podía ganarme el afecto de los varones si estaba de acuerdo en dormir con ellos. Yo tenía muy poca confianza en mí misma, así que para cuando tuve mi primer aborto, a los 14, no tenía ninguna. Sabía que había decepcionado a mis padres y, si había algo parecido a un Dios, lo había defraudado a Él también. Caí en una profunda depresión. Me imaginaba que no había forma de mejorar, así que ¿para qué intentarlo? Mi comportamiento empeoró y terminé embarazada de nuevo a la edad de 16. Otra vez mi mamá y mi papá me llevaron a la clínica de abortos. Esta quedaba en Indianápolis. Me dejaron en la puerta principal para que me ingresara yo misma. Mientras ellos buscaban un lugar para estacionarse me llevaron muy rápido a la parte de atrás.
Recuerdo el olor y los ruidos de aquel aborto. El primero fue vago porque yo estaba anestesiada, pero sí recuerdo que me desperté en un cuarto lleno de otras mujeres que estaban allí por el mismo motivo.
Arrastré aquella depresión, la culpa y el odio a mí misma a través de mis años de maternidad renovada y matrimonio. Tengo tres hermosos niños que ahora saben mi historia. Me divorcié de su padre después de un matrimonio miserable de 11 años. La mayoría del sufrimiento fue autoinfligida, pues no había habido consejería ni perdón.
He estado casada con mi actual marido por 10 años ahora, y he sido cristiana durante unos siete. Él me ha ayudado a encontrar a Cristo al vivir una vida cristiana y amarme a pesar de mi pasado. Ahora yo hablo en muchas clases de la Confraternidad de la Doctrina Cristiana y grupos de oración femeninos. Sé que Dios conoció mi corazón durante todos esos años y tenía un plan para mí. Él me salvó de la enfermedad, los pensamientos suicidas y la adicción a las drogas. Sabía lo que yo andaba buscando incluso desde antes de conocerle.
Yo solía llorar cuando escuchaba las palabras «Hijo de Dios», al saber que yo nunca iba a ser una de ellos. ¡¡¡Ahora lloro de gozo cuando las escucho!!! ¡Gloria a Dios!