De la muerte a la vida
Hoy voy a contarles parte de la historia de mi vida. Quisiera que recibieran mi historia con amor y no con condenación. Esto lo quisiera dedicar a mis dos hijos mayores, que me dieron permiso para relatar esta historia a pesar de lo que sienten. Dijeron que el aborto era un asunto mucho más importante que sus sentimientos y que si esto iba a impedir que una sola persona se hiciera un aborto, valía la pena.
Si ha visto la película «Una mente brillante» eso le podrá dar una idea de a quién se parecía mi madre. Mi madre tenía esquizofrenia, como el personaje de la película, y mi padre nos dejó cuando yo tenía 3 años, pues no podía soportar la enfermedad de ella. No estoy segura de cómo él esperaba que ella se las hubiera sola con 4 hijos y sin apoyo económico.
En mis años de infancia tuve la suerte de tener buenos abuelos, y en mis años de pre-adolescente y de adolescente tuve excelentes amigos, que hasta el día de hoy lo son. Sus padres me llevaban a sus casas. Lo raro era que en ocasiones me quedaba un mes o más, mientras mi madre estaba en la sala psiquiátrica del hospital, a veces porque había tratado de suicidarse. Aquellas personas me daban de comer, me vestían y hasta me sacaban a pasear los días feriados. Una mamá postiza incluso trató de darme una mensualidad porque yo hacía los quehaceres junto con sus propios hijos.
Tuve muy buenos maestros que me alentaban a participar en los deportes y otras actividades extracurriculares. Yo estaba involucrada en todo lo que podía. Eso me ayudaba a escapar de mi vida doméstica, en la que no me llevaba bien con mis hermanos, fundamentalmente porque todos estábamos tratando de sobrevivir, cada uno a su forma.
Mi hermana mayor dejó la casa cuando tenía 16 años, y se casó a los 18. Mi hermano terminó la secundaria y se convirtió en soldador y alcohólico. Mi hermana que tenía apenas 20 meses más que yo quedó embarazada a los 17 años y llevó su bebé a la casa, a vivir con mi madre y conmigo, para poder graduarse de la secundaria. Y el novio que mi madre había tenido durante 17 años de manera intermitente era un alcohólico. A veces se pasaban los fines de semana ebrios, así que con frecuencia nos quedábamos desatendidas.
El crecer sin un padre y con una madre que no podía apoyarme emocionalmente me dejó a la búsqueda de un amor. Yo era muy sociable, me esforzaba mucho en la escuela para buscar aprobación, y era una atleta. Todos esos sustitutos me ayudaron a sobrepasar algunos años muy duros. Además, vivíamos de los subsidios, así que tenía que demostrar que yo no era BASURA. No quería que se me asociara con mi familia. A mí era a la que me iba bien en la escuela. Yo era la que jugaba en la mayoría de los equipos de la escuela. ¡Yo iba a ser alguien!
Cuando estaba en el grado 12 tuve un novio durante un año más o menos. Yo sabía que él bebía demasiado; a veces hasta me golpeaba si yo miraba a otro. Pero me amaba, o al menos eso yo creía. En ese entonces yo no sabía lo que era el amor. No me daba cuenta de que el amor es cuando alguien la respeta a una lo suficiente como para esperar a estar casados para tener sexo. Amar es ayudar a alguien a ser lo mejor posible. No me di cuenta de eso hasta muchos años después. En fin, terminé embarazada.
Recuerden: no podía acudir a nadie de mi familia, y mi novio decía que sus padres no lo iban a entender. Nadie iba a darse cuenta si yo me hacía un aborto; eso pareció ser la única salida. Estuve sola en el hospital y regresé sola a casa. Recuerdo a aquellas mujeres en las otras camas, al otro lado de la sala, hablando de «estas muchachas que se hacen abortos y no se ocupan de sus bebés». Fue horrible escuchar eso, y era demasiado tarde. Recuerdo que lloré y lloré cuando una se me acercó y me preguntó si yo quería hablar de ello. Le dije: «¡No!» y seguí llorando sola.
No hubo una gran fanfarria cuando llegué a la casa. No hubo tarjetas de anuncio para mandar. Si el aborto fuera algo de lo cual estar orgullosos, recibiríamos tarjetas de felicitación o algún tipo de recuerdos, aparte de la confusión y el dolor. Yo nunca le conté a nadie durante años, y traté de vivir como si no hubiera ocurrido. Era mucha carga tener un esqueleto en el closet. Cuando no tenemos las cosas en la luz, parecen atormentarnos para siempre.
Así era como yo justificaba mi aborto, y nunca supe la verdad sobre el mismo hasta 12 años después. Durante esos años yo trabajé, pasé por la universidad y finalmente conocí a un católico y me casé con él. Yo también me hice católica. Me sentía muy orgullosa, porque ahora había llegado a «la buena vida». Llevábamos dos años de casados cuando quedé embarazada. Estábamos muy emocionados. Pero Dios obra de maneras misteriosas, porque de alguna manera quedé sola en la sala de partos el día que di a luz a mi hijo. Mi marido se fue con las enfermeras a limpiar al bebé y al doctor lo llamaron fuera de la sala. Me quedé a solas con mis pensamientos y lloré amargamente por el asesinato de mi primer hijo. No me di cuenta realmente de que había sido un asesinato hasta que sostuve a mi bebé vivo en mis brazos. ¡Era bello! ¿Cómo puede matar alguien a un niño inocente? Ese fue el comienzo de mi sanación, 12 años más tarde, y todavía continúa hoy, más de 30 años después.
Pero Dios tenía una lección aún más grande para mí. Para abreviar una historia muy larga, mi matrimonio se deshizo después del segundo hijo y, por supuesto, todavía estaba buscando el amor. Me hallé en una relación restablecida y terminé embarazada y sola. Fue entonces que recapacité lo suficiente como para hacerme la pregunta: «¿Qué rayos estoy haciendo con mi vida y con mis hijos?». ¿Qué iba a hacer? Llamé a mi sacerdote y le conté mi situación. ¿Saben lo que me dijo? Dijo: «Yo te amo igual, Bonnie». Ese fue el día en que me convertí realmente. Conocí y sentí el amor de Jesús a través de las palabras del Padre Clair. Aquellas palabras fueron como el Padre recibiendo de nuevo al hijo pródigo. Supe entonces que no podía hacerme otro aborto, pues sabía que estaría matando a otro ser humano.
Pero ¿qué era lo mejor para este niño, crecer en un hogar con un solo progenitor o ser criado por dos padres amorosos? Después de mucha oración y consejería, decidí tomar el camino de la adopción. Escogí un matrimonio que ya había adoptado a otro niño, pues deseaba que mi hijo tuviera al menos un hermano. Y ellos eran católicos, lo cual también era importante para mí.
Fue difícil decirles a mis hijos que su hermanito o hermanita no iba a quedarse con nosotros. Ellos besaban y abrazaban mi vientre abultado y pedían a Dios que bendijera a su «bebé de regalo» especial. Tenían 5 y 3 años en aquel entonces. Les expliqué que esta era una de las formas que tenía Dios de darles un regalo de vida a las personas que no podían tener bebés. Yo quería lo mejor para mi bebé, porque conocía el dolor de creer sin un padre y con una madre que no podía apoyar.
El día que nació mi bebé fue uno de emociones encontradas. Había escogido la vida para mi bebé. ¡Me sentía tan agradecida! Pero iba a dejar a mi bebé en los brazos de otra persona. Me pasé el día acunando, alimentando y amando desinteresadamente a aquel niño antes de entregarlo a su nueva familia. ¡Ellos también estaban turbados! Se sentían muy felices de tener otro niño después de sufrir 12 abortos espontáneos sin poder tener los suyos propios, pero al llevarse a casa al bebé de otro tenían un profundo sentimiento de tristeza por mí y por mis niños que quedaban atrás.
Le escribí una carta, que entregué a los padres para que se la dieran cuando ellos sintieran que tenía la edad suficiente para recibirla. Nunca pensé que lo volvería a ver, excepto en fotos que me iban a mandar. ¡Pero Dios es bueno! Los padres continuaron llamándome y nos veíamos bastante a menudo. Asistimos a su primera comunión y a la confirmación. Hemos ido juntos a campamentos y todos los años celebramos juntos la Navidad y su cumpleaños. Él me presenta como su madre de nacimiento, pero me llama Bonnie.
Ha sido una experiencia maravillosa como ninguna adopción puede serlo. Hay paz por mi decisión de colocar a mi hijo al cuidado de un matrimonio amoroso, sin embargo, eso no borra el dolor que todavía siento. Esta ha sido la decisión más difícil de toda mi vida, pero Dios me ha favorecido con muchas bendiciones a causa de ella.
Me gustaría dejarles con este pensamiento: Ustedes no estarían aquí hoy si sus padres hubieran dicho «sí» a un aborto. Entonces, váyanse a casa hoy y denles gracias por el don de sus vidas.
Gracias.
Por favor, siéntase en libertad de usar mi historia con la esperanza de que toque el corazón de alguna mujer embarazada y salve a su hijo.