La historia de Diane

Habla una niña buena

Por Diane Fial Svoboda, trabajadora social licenciada.

Llegué a la adolescencia a comienzos de los años ’60, en la época de la revolución sexual. Yo escuchaba de mi familia y la iglesia que esperara hasta el matrimonio para tener relaciones íntimas, pero la cultura se imponía con eso de «Haz el amor y no la guerra» y los «derechos» de las mujeres a tener las mismas experiencias sexuales que los hombres, etc., etc. Dos mensajes contradictorios confundían mi mente y yo finalmente «cedí» a la influencia cultural secular. Después de todo, no quería quedarme fuera. También quería obedecer los mandamientos de Cristo, pero una vez que estuve sexualmente activa me fue difícil poner fin a ese comportamiento. Sentí culpa en cada encuentro sexual anterior a mi matrimonio.

Yo estaba en la universidad, y comencé a salir con un joven que había abandonado poco antes el seminario y estaba asistiendo a la universidad a la que yo iba. Empezamos a salir, y en algún momento comenzamos a tener intimidad física. Él era el primer hombre con el cual tenía un encuentro físico. Yo estaba en mi último año de universidad cuando descubrí que estaba embarazada. Quedé en un estado de shock e incredulidad. Pienso que a esa edad yo no creía realmente que un embarazo pudiera ocurrirme a mí. Entré en pánico, no podía dormir. Sentía que no podía soportar tener el niño, porque estaría defraudando a mis padres y haciéndolos quedar mal a ellos y a mí ante la comunidad en la que vivíamos. Estaba muy avergonzada y no quería que nadie supiera que había estado sexualmente activa fuera del matrimonio. 

Les conté a mis padres, porque no sabía a quién más acudir. Eso fue durante el tiempo en que los abortos todavía eran ilegales. Mi padre era médico y conocía a otro médico que hacía abortos ilegalmente. Mi madre me dijo un par de veces que aquel era su primer nieto, y yo sé que lo hubiera aceptado con amor, pero yo estaba empeñada en hacerme el aborto. No quería casarme con mi novio, o mejor dicho, no quería casarme con un hombre bajo la presión de un embarazo. Así que creí que al hacerme el aborto se iban a resolver numerosos problemas. Nadie iba a saber lo inmoral que era yo como persona, se salvaría el honor de mis padres y yo podría terminar la escuela.

No recuerdo mucho de aquel día. Como era una operación ilegal, mi padre tuvo que dejarme en un lugar del centro de la ciudad. Me recogieron y me llevaron a un edificio alto de apartamentos, donde me hicieron el procedimiento. Todo lo que recuerdo del médico es que parecía amable, y que era negro. Sentí que después de aquel día podría continuar con mi vida normal.

Durante los siguientes 19 años no le hablé de mi aborto a nadie, con la excepción de un sacerdote (fui a confesarme porque temía ser excomulgada) y a mi marido antes del matrimonio. Él no reaccionó ni pareció darle mucha importancia. Tuve 2 niños saludables durante nuestro matrimonio. Aproximadamente 18 años después de mi aborto comencé a trabajar en un hospital infantil en el pueblo donde vivía. Como era una técnica médica, una parte de mi contenido de trabajo incluía la flebotomía, o sea, la extracción de sangre a los pacientes. Eso incluía a los bebés prematuros y recién nacidos. Fue en aquel cunero de cuidados intensivos, en que el personal hacía el máximo esfuerzo por salvar las jóvenes vidas de los niños prematuros, donde yo empecé a enfrentar lo que había hecho muchos años antes. Fui a un sacerdote y le volví a contar mi historia. Comencé a ver a un consejero, y se inició para mí el proceso de sanación. Debo añadir que mi autoestima fue prácticamente inexistente durante esos 18 años. Mi vida era un sufrimiento, sentía que nunca sería perdonada aunque hubiera recibido el sacramento de la Reconciliación [antes llamado Penitencia] y estaba deprimida. Después de todo, había matado a un ser humano inocente. ¿Cómo iba a tener un hueso sano en mi cuerpo?

Yo sabía que quería dedicarme, en algún momento, a ayudar a las mujeres que se hubieran hecho un aborto o lo estuvieran pensando. En mayo de 2004 asistí a un retiro Rachel’s Vineyard [La Viña de Raquel] con el propósito de trabajar en futuros retiros o de ayudar de alguna manera en ese ministerio. Un requisito que tienen es que usted debe asistir a un retiro en calidad de participante para ayudar en el futuro. La semana del retiro ¡fue una  de las experiencias más sanadoras de mi vida! Sentí como si me quitaran un gran peso de encima y ya no sentí la necesidad de mantener el secreto por más tiempo. Se lo conté a mis hijos, que estaban a comienzos de sus 20, y a mi hermano, que nunca lo había sabido. Ya no tengo temor de hablar ni de decírselo a la gente, porque hay sanación. Y por encima de todo, sé que realmente Dios es  muy amoroso y generoso, y me ama a pesar de mis caminos torcidos. Siento que ahora puedo verdaderamente ministrar a hombres y mujeres que han pasado por el horror del aborto.