La historia de Kelly

Cuando tenía 13 años salí encinta. Durante meses ni me di cuenta de que había algo anormal, pues mis menstruaciones no eran regulares en aquella época. Finalmente, cuando fui a ver al médico, este me dijo que tenía 5 meses de embarazo. Mis padres me convencieron de que el aborto era la única solución. Como tenía un embarazo tan avanzado tuve que ir en avión a Kansas para hacerme el aborto. El proceso duró cinco días.

Cada mañana mi papá me llevaba en el carro por entre la multitud de manifestantes reunidos alrededor del portón que me gritaban, agitaban carteles de fetos muertos y golpeaban mi ventanilla. Durante los cinco días del proceso el cuello de mi útero fue forzado a dilatarse, lo que me causó las peores contracciones que yo he sentido. El cuarto día, mientras estaba acostada en una mesa de operaciones, mi bebé empezó a patear frenéticamente… mucho más de lo que había hecho antes. Yo no sabía lo que estaba pasando, pero el bebé sí. El doctor se apareció con una aguja larga que introdujo en mi vientre. Después de eso ya no sentí moverse más a mi bebé. A la mañana siguiente entré en una sala grande con otras cinco mujeres. Nos colocaron a todas en camas de hospital y nos pusieron un suero, que supuestamente debía mantenernos en un estado «ambiguo» de conciencia. Desafortunadamente, recuerdo todos los detalles del proceso.

Estaba congelada, temblaba, tenía calambres y estaba sola. Alguien me dio dos pastillitas que pensé que me iban a hacer sentir mejor, pero eran para provocarme el parto. La enfermera pasó por la línea de ensamblaje de asesinatos de bebés para ver cuán dilatadas estábamos y una por una fuimos llevadas a otro cuarto aparte en una silla de ruedas. Cuando me llegó el turno me quedé sorprendida de ver que era un cuarto pequeño con lo que parecía ser un inodoro. Me dijeron que me sentara en el inodoro, me apoyara de la enfermera y pujara. Así lo hice. Expulsé a mi bebé muerto en un inodoro.

Después de todo este trauma estaba en otra mesa esperando al doctor cuando una enfermera me puso la mano en el estómago y me dijo con una sonrisa: «¡Mira lo flaquita que estás ahora!». Yo simplemente lloré.

Durante semanas después del proceso me sentí severamente deprimida. Rara vez salía de la cama. Mi cuerpo estaba sangrante y atontado, porque había pasado por el proceso de tener un bebé, sin embargo, no había ningún bebé al que atender.

Finalmente salí de la cama, pero hasta hoy lucho contra la depresión y he tenido impulsos suicidas muchas veces en mi vida. He abusado de las drogas y el alcohol. Fui muy promiscua, pero nunca disfruté el sexo. Tenía muy baja autoestima y desarrollé la bulimia. Odiaba a mis padres, y me rebelaba de cada manera que podía.

He estado en terapia desde el aborto, y en los últimos dos años he progresado mucho. Con cariño me persuadieron para que asistiera a un Retiro de la Viña de Raquel en abril de 2005. Ese retiro cambió mi vida, porque siempre había escuchado «Dios te perdona», nunca había sentido Su perdón. Su misericordia estaba cayendo como lluvia alrededor de mí, pero yo tenía una sombrilla abierta. El retiro me ayudó a cerrar mi sombrilla y me permitió empaparme en el perdón que Dios había estado derramando todo ese tiempo. Estar con las otras mujeres también me ayudó, pues vi que ellas habían cometido el mismo error que yo y sin embargo, yo no las condenaba. Me hizo darme cuenta de que tenía que dejar de condenarme a mí misma. 

Las personas necesitan saber que los bebé que nuestro país permite que sean asesinados cada día no son cúmulos ni masas de tejido, sino niños vivientes con almas y dignidad. Yo sentí a mi bebé moverse dentro de mí, tenía una personalidad, y abandoné a ese bebé muerto en un inodoro.

Desafortunadamente, mi historia se multiplica día tras día. Es absurdo pensar que el aborto es la solución de ningún problema, porque el sufrimiento y el dolor que produce no terminan cuando el bebé se muere. Yo creía que lo iba a superar…

Se nos dice que, como mujeres, tenemos una elección, pero nadie nos explica qué es lo que estamos escogiendo. Dudo que muchas escojan sentirse como yo me he sentido durante 10 años, así que es por eso que ¡NO ME CALLO MÁS!