La historia de Lisa

El aborto no hace que su bebé desaparezca… 

Yo también me hice un aborto (realmente 2) hace unos 22 años. Dios, no me parece que haya sido hace tanto tiempo, pero nunca me imaginé lo que me iba a producir.

Verán, el aborto no hace que su bebé “desaparezca”. Ese bebé vivirá en su corazón por el resto de sus días.

Yo tenía unos 19 años y vivía con mi novio. Trabajaba en un salón de belleza y era una peluquera principiante. Un día me di cuenta de que estaba retrasada en mis reglas. En aquella época yo siempre decía que el aborto era malo, pero mis ideas estaban basadas en mi crianza cristiana. Nunca hice una investigación para descubrir la verdad de cuán preciosa era aquella pequeña vida. Cuando compré la prueba de embarazo me desperté muy tempranito, porque en lo profundo de mí ya yo sabía. Cuando me hice la prueba me senté en mi cama mirando hacia el baño, casi contando los segundos…pero sin querer saber lo que yo sentía que probablemente fuera verdad. Caminé lentamente hacia el lugar donde estaba mi prueba de embarazo y el color era evidente desde antes que pudiera mirar los resultados. ¡POSITIVO! ¡Oh, no! Regresé a la cama y me senté allí en shock. Inmediatamente, mi primer pensamiento fue «Tengo que hacerme un aborto», sin cambiar de idea. Mi novio estaba fuera de la ciudad, y lo llamé llena de lágrimas. No creo que se lo conté en ese momento, pero me sentía muy sola. «Este debería ser un momento que yo debiera compartir con alguien, pero ¡aquí estoy, muy sola!».

Bien, sin entrar en el resto de los detalles, unas 3 semanas más tarde, mi novio me llevó en el carro a la fábrica de abortos. Yo entré y él se quedó en la sala de espera. Yo lloraba tan alto que apenas podía tomar aliento. En lo profundo de mí estaba buscando ayuda, alguien que me dijera: «Puedes tener este bebé y todo saldrá bien». Alguien que me extendiera la mano y no me dejara hacer algo que yo iba a lamentar por el resto de mi vida.

Cuando entré al fondo, adonde llevaban a las demás muchachas, ¡me quedé anonadada de la cantidad de muchachas que había! Sus edades parecían ser 14 años y más. Cada una lucía triste, deprimida y asustada. Yo lloraba y lloraba, hasta el punto que me sacaron a un lado y hablé con una de las enfermeras principales en su oficina. Sus palabras fueron: «No parece como que tú realmente quieras hacer esto. ¿Estás segura de lo que haces?». Mi respuesta no fue SÍ, mi respuesta fue: «Mi mamá me va a matar si se entera, y yo tengo miedo, porque he empezado a consumir algunas drogas». Ella no me dio ninguna opción positiva. Sólo me dijo: «OK» y me dejó seguir.

Luego de 2 horas de pruebas y análisis de orina, de sangre, etc., me pusieron en una camilla en un cuarto con otras 4 muchachas, separadas solamente por una cortina que colgaba de anillos plateados desde el techo. La enfermera entró, me examinó y dijo fríamente: «Tienes 11 semanas», y siguió con la muchacha que estaba tras la siguiente cortina, la examinó  y continuó.

Lo que no sabía era que mi bebé tenía latidos del corazón, manitas, deditos de las manos y los pies. Se chupaba el pulgar. Ahora, como sé que un bebé se chupa el pulgar porque le da placer, sé que también puede sentir el dolor.

Cuando me llevaron por el pasillo, yo todavía lloraba, y el único toque amable que recuerdo durante mi experiencia fue un médico que se me acercó, se inclinó hacia mí y me murmuró al oído: «Querida, si sigues llorando así te va a doler mucho más después de la operación». Aunque eso no parece muy amoroso, me pareció así en ese momento y fue el toque más cálido que tuve. Asentí con la cabeza y me mordí los labios para aguantar las lágrimas.

Cuando me llevaron a la sala de preparación me pusieron en la camilla junto a una muchacha bella y joven. No nos dijimos nada la una a la otra. Recuerdo haber mirado en su dirección mientras estaba allá, con una lágrima que le corría por la cara. Se la llevaron. Yo era la próxima. Me parecieron apenas unos minutos cuando regresaron y me llevaron a mí. Me llevaron a una sala fría y blanca; todo el personal llevaba ropas blancas y el anestesiólogo se inclinó sobre mí, puso la máscara en mi cara y me dijo que contara de 10 a 1.

10 * 9 * 8… Perdí el conocimiento. Me desperté boca abajo y no sólo tenía dolor físico, sino también dolor emocional. Me sentía vacía y sola. Ya no tenía a mi precioso bebé dentro de mí. La preciosa vida que yo quisiera tener hoy. Su nombre era Vincent.

Unos 10 años más tarde (después de mi segundo aborto – Alicia) conocí a alguien que cambió mi vida. Me enamoré de él, porque Él me amó durante todo este tiempo, y me dio algo que quiero compartir con cada mujer que ha pasado por esta horrible experiencia. Él me mostró Su amor y Su perdón. Su nombre  es Jesucristo. El derramamiento de Su sangre me limpió de mi pecado, de mi vergüenza y de mi pena.

Sí, podemos intentar seguir adelante y alejar el “dolor” de nuestras malas decisiones, y también podemos ponernos furiosos con otra gente que no trató de detenernos, aunque podían al menos haber dicho ALGO. Pero la ira y la amargura para con otras personas no hace nada sino herirnos más de lo que ya estamos. Necesitamos aprender a perdonar como hemos sido perdonados.  También aprendí que cuando intentaba alejar el dolor por mis propios esfuerzos, tenía que hallar otros medios para cubrir el dolor y la culpa que llevaba muy adentro; el tipo de culpabilidad y dolor que solamente puede conocer una mujer que se ha hecho un aborto, con drogas y alcohol y mayor promiscuidad.

En verdad que he sido liberada del dolor y la esclavitud de la culpa y la pérdida de mis bebés. No me malinterpreten, yo sí pienso en ellos y a veces me pregunto: «¿Dónde estarían hoy si yo no hubiera tomado esas malas decisiones?», pero la quemadura de mi corazón ya no existe. Los veré de nuevo en el cielo. Ellos no conocen nada que no sea el amor de nuestro Salvador, Jesucristo.

He pasado los últimos diez años tratando de decirles a las mujeres que entran en esas carnicerías lo que puede que nunca les hayan dicho: que hay otras opciones. También he hablado en diferentes iglesias y eventos, contándoles lo mala que es esa decisión y que debemos instruir más a nuestra juventud para que sepan la verdad. Pero, aún más importante que eso: puedo ministrar y compartir el amor, la sanación y el perdón que el Señor me ha dado y que puedo compartir con las mujeres que sufren.

Si alguien lee esto y está todavía sufriendo a causa de un aborto que se ha hecho en el pasado, por favor, simplemente levante su mirada y pídale a Jesús que le muestre Su perdón. Pídale que entre en su corazón y limpie el dolor, la amargura y la culpa, y que tome posesión de su corazón para siempre.

Con mucho afecto,

Lisa