La historia de Pam

¿Una prueba de fe?

En el verano de 1994 (antes de mi último año de preparatoria), conocí a un hombre llamado Joe. Yo atendía las mesas en el Quincy’s Steak House, cerca de Furman, y él trabajaba allí medio tiempo. Era «mayor», manejaba un Mercedes Benz, siempre tenía dinero para gastar y era soltero. Todas las mujeres de allí andaban atrás de él, así que pensé: «Voy a derrotar a estas “pasmadas” y me lo voy a ganar para mí».

Salimos juntos alrededor de mi cumpleaños de los 18. Parecía perfecto. Tenía su propia casa cerca de Paris Mountain, que estaba llena de hermosas antigüedades. Me dijo que trabajaba medio tiempo para tener dinero en efectivo a la mano, porque tenía todo su dinero en el mercado de valores. Yo tenía miedo que me dejara, porque yo era una «niña», así que traté de comportarme como una adulta. Para febrero de 1995 estaba embarazada. Me asusté cuando lo descubrí, y le pregunté qué iba a hacer. Él me miró como si le hubiera preguntado de qué color era el cielo. Unos días más tarde me llevó a la Clínica de la Mujer en Greenville y me hice un aborto a las 14 semanas.

Fue estresante. Después que ingresé me dieron a leer un librito sobre la gestación y el desarrollo del feto y un papel para que lo firmara, que decía que me habían dado los materiales. Lo firmé y boté el librito sin siquiera abrirlo. Yo estaba asustada y nerviosa y no creía que pudiera leer nada en ese momento. A continuación vinieron el análisis de sangre, un ultrasonido que no me dejaron ver y el pago por los servicios. Después esperé en un salón lleno de otras muchachas jóvenes asustadas. Cuando regresé me pusieron una inyección intravenosa y perdí el conocimiento. Me desperté apenas unos 30 minutos después y me mandaron a casa con un paquete de píldoras de control de natalidad, una receta y una nota que decía que tenía que volver en un par de semanas para hacerme un re-chequeo. 

Después de eso las cosas cambiaron. Joe se volvió más controlador. No le gustaba que mi mejor amigo fuera un hombre, ¡aunque éste quería ser sacerdote! ¿Cómo me atrevía a hablarles a otros hombres? Me dijo que si me iba a estudiar a la universidad me abandonaría. Joe controlaba todo lo que yo hacía. Yo pensaba que él me amaba y que era para mi propio bien, de modo que boté todos los materiales de la universidad y renuncié a mi educación.

Las cosas con él siempre eran impredecibles. Nunca pensé que iba a terminar en una relación abusiva, pero… así fue. En 1997 quedé embarazada DE NUEVO. Esta vez lo oculté, pensando que él iba a querer a ESTE niño. Después que pasé de las 16 semanas, que es el tiempo límite para hacerse un aborto en Carolina del Sur, se lo dije. Él no dijo nada. Pasaban las semanas y se comportaba como si no pasara nada. En agosto planificó un viaje para ver a sus dos hermanas en Atlanta, pero cuando llegamos allá me llevó directo al Centro Quirúrgico. Me dijo que si no terminaba con aquel embarazo me iba a arrollar allí mismo y en ese momento. Me hice un segundo aborto… esta vez a las 26 semanas.

Este fue espantoso. Me pasé el día en la clínica. Me hicieron análisis de sangre, otro ultrasonido y la «consejería obligatoria», durante la cual sólo hablamos de cuáles eran las opciones de control de natalidad que había para mí. Después que pagué los $2,000 me dieron un Valium y me dijeron que esperara. Más tarde insertaron laminaria en el cuello de mi útero para hacer que se dilatara lentamente. Sentí como si me pincharan con agujas el cuello del útero. Algo más tarde me enviaron a otro salón, donde me dijeron que me acostara en una cama y me pusiera un puño en la parte baja de la espalda. El médico localizó al niño con un ultrasonido (que me dijeron que no podía ver), insertó una aguja en mi abdomen y «eutanizó» al bebé. Dijo que aquello iba a prevenir un parto vivo.

Después me enviaron a un hotel que quedaba al otro lado de la calle y me dijeron que regresara al otro día, a las 5 AM. Me desperté con contracciones fuertes y un ligero sangramiento. Fuimos a la clínica, donde me pusieron una intravenosa y de nuevo perdí el conocimiento. La última imagen que tengo en mi mente es de cuando me levantaban hacia otra mesa y me colocaban las piernas en unos estribos. Me desperté en un cuarto de recuperación en el cual una enfermera atendía mi sangramiento. Me pidieron que me vistiera, lo cual hice. Recibí mis píldoras anticonceptivas y me enviaron a casa. Lloré y dormí, y dormí y lloré. Echaba de menos a mi bebé, aunque no podía entender por qué. Me llegó la leche y se me desató una depresión. Yo estaba aplastada. Viví en un estado de miedo y depresión durante mucho, mucho tiempo. Yo mantenía una fachada de felicidad cuando estaba cerca de la familia y de los pocos amigos que se me permitía tener.

Bien, las cosas nunca vienen solas, así que mi tercer embarazo se produjo en septiembre de 1998. Este lo mantuve escondido, porque había planeado escaparme. Joe lo descubrió en Nochebuena y me golpeó. Me asombra que yo no abortara, pues ese era su plan. Me mandó a Charlotte, Carolina del Norte, el 22 de enero para hacerme otro aborto. Yo misma fui manejando. Era el aniversario de Roe contra Wade cuando llegué allá. Ya yo iba molesta, pero las personas que protestaban en la parte de afuera me hicieron sentir peor. Cuando ya estuve dentro no pude hacerlo. Yo estaba en la mesa y el médico estaba allí, a apenas unos minutos de hacer el procedimiento. Me levanté, me fui a casa y llamé a un centro de crisis de embarazo.

Bethany Christian Services me mudó con una «Familia de Pastoreo» en Myrtle Beach, Carolina del Sur, donde terminé mi gestación. Le dije a mi padre que Joe y yo teníamos problemas y que me iba a quedar con unos amigos por un tiempo. Que yo supiera, él no tenía ni idea de Elizabeth. Escogí a un matrimonio y coloqué a Elizabeth con ellos en adopción abierta a los dos días de nacida. Ella nació el 11 de junio de 1999.

Después de eso mi vida tuvo un descenso. Quería que me devolvieran la niña con tanta vehemencia que podía sentir su sabor. Me hice fervientemente anti-adopción y pro-elección. Prefería ver a los niños muertos antes que separados de sus madres asustadas y vendidos en el mercado de adopción de niños.

Conocí a Andy en diciembre de 2000. Yo había recibido un paquete de los padres adoptivos de Elizabeth el día anterior. Me sentía molesta, y me fui con unos amigos a la taberna irlandesa de Connelly [Connelly’s Irish Pub] después del trabajo. Elizabeth salió a relucir en la conversación y yo conté los detalles de ella y su adopción a toda la gente que estaba sentada a nuestra mesa. Andy se acercó, me dio un abrazo, y desde ese momento fue el hombro en quien podía recostarme a llorar.

Después que empezamos a salir me contó que él era adoptado… más o menos. Su padre biológico había dejado a su mamá cuando él era un bebé. Su madre se volvió a casar unos pocos años más tarde y su padrastro había adoptado a Andy y a su hermana mayor Melissa. Todavía lo lastimaba el hecho de que su padre biológico nunca lo hubiera contactado. No creía que él le importara a su padre y eso lo hería.

Contacté a una consejera y comencé a verla dos veces por semana. Al cabo del tiempo logré vencer la mayoría de los problemas con Joe y la pérdida de Elizabeth, aunque todavía tengo momentos de tristeza por eso. También he tenido problemas de salud desde los abortos. Tuvieron que extirparme una parte del cuello del útero el 11 de septiembre de 2001. Yo estaba en la consulta del médico cuando llegaron las noticias de los ataques. Después de revisar mi historia familiar y mi historia clínica, los médicos creen que los abortos le causaron el daño al cuello del útero. Esos problemas lo debilitaron, y por tanto provocaron las amenazas de parto prematuro mientras estaba embarazada con Bella. 

Me he convertido en pro-vida porque he presenciado de primera mano los horrores de los abortos tempranos y tardíos. Doy gracias a Dios por que no contraje ningún tipo de enfermedad y por mi marido, que conoce mi pasado y de todas formas me ama. Él me consuela cuando lo necesito y entiende por qué tengo esa manera de ser. Me dice que todos nosotros cometemos errores, y que Dios nos los perdona, pero yo me pregunto cómo puede Él perdonarme, si yo misma no me perdono. Sólo me queda la esperanza de que algún día yo pueda marcar una diferencia en la vida de alguien, y jugar un papel en la salvación de su ALMA y de su BEBÉ.

Pam