Star Parker | 29 de noviembre de 2017
(Townhall.com) – La avalancha de acusaciones de acoso sexual, en la que cada día aparecen algunas nuevas, me recuerda la sabiduría de las observaciones de George Washington en su discurso de despedida de 1796:
«De todas las actitudes y hábitos que conducen a la prosperidad política, la religión y la moral son los apoyos indispensables…. Y seamos precavidos al suponer que la moral puede ser obtenida sin la religión».
Puede que usted esté diciendo: «Aquí vienes otra vez, Star. Agitando tu Biblia».
Sin embargo, ¿hay alguna respuesta mejor al enfrentarnos a este problema?
La sociedad y toda la vida humana están guiadas por reglas. La única pregunta que tenemos delante es: ¿Cuáles son las reglas bajo las cuales preferimos vivir?
El razonamiento de Washington es crucial. En una sociedad libre, en la cual queremos tener el mínimo de gobierno y de control político, debemos tener el máximo de auto-gobierno. La religión y la moral que emerge de ella nos dan las reglas por las cuales los hombres y mujeres libres deciden su comportamiento.
Diré además que las reglas que aprendemos de la Escritura nos dan el esquema para tener una sociedad basada en el amor, el respeto y la creatividad, todo lo contrario al poder y el control.
Ciertamente, cuando leemos los relatos del comportamiento de los hombres con poder e influencia que han llegado a lo que la mayoría de los americanos consideran la cumbre del éxito americano, leemos la descripción del comportamiento de bestias, no de hombres.
La sexualidad, fuera del marco del amor mutuo, el compromiso y el respeto entre un marido y su mujer, se transforma, de una expresión física de intimidad y hermosura, en el comportamiento grosero y burdo de unos brutos.
Que esto parezca estar tan extendido en nuestra sociedad debería preocuparnos a todos.
Entonces ¿qué haremos?
Yo soy una cristiana, pero no creo que nuestro Gobierno esté destinado a arreglar las almas de los hombres. Fue diseñado para permitir que los ciudadanos vivieran con libertad.
No podemos obligar a los ciudadanos a hacer lo que Washington aconsejaba, aprender y ser guiados por la Escritura.
¿Cuál es la alternativa?
Una es olvidarse de ello y dejar que los ciudadanos hagan lo que quieran. Que las mujeres se defiendan solas cuando los depredadores bestiales con dinero y poder las amenacen.
Pocos aceptarían esa opción
Como alternativa, podríamos hacer que los políticos nos redactaran las reglas, pero ¿funcionaría eso? Sin la guía de la Escritura, ¿cómo discerniríamos el bien y el mal, lo aceptable y lo prohibido?
Esa es la tendencia que ha habido durante años. Mientras haya menos auto-gobierno por medio de las verdades bíblicas aprendidas en el hogar y en la escuela, más haremos crecer al Gobierno para que controle nuestras vidas.
En respuesta a las violaciones de acoso sexual perpetradas por algunos miembros del Congreso, la congresista Bárbara Comstock ha propuesto una resolución del Congreso que requiere que «todos los miembros, oficiales y empleados, incluyendo los internos, contratados, y asociados, de la Cámara de Representantes deberán pasar un programa de entrenamiento anti-acoso y anti-discriminación durante cada sesión del Congreso».
Seguro que programas similares estarán surgiendo en los negocios, así que, en vez de que nuestra fuerza de trabajo esté dedicada a desarrollar nuevos y mejores productos, tendrán que dedicar más tiempo a sentarse en sesiones de entrenamiento anti-acoso, aprendiéndose reglas redactadas por burócratas.
El Centro Mercatus de la Universidad George Mason publicó un informe el año pasado sobre el costo que tiene para nuestra economía el vasto crecimiento del Estado regulador entre 1977 y 2012. El estudio llega a la conclusión de que la acuulación de regulaciones ha reducido el tamaño de la economía americana para 2012 en un 25 por ciento. O sea, $4 billones menos de lo que podría ser.
Aparte de los costos económicos, ¿cuál es el costo humano de que nuestras vidas estén cada vez más controlada por burócratas?
De acuerdo con una investigación de la Universidad Stanford, el 10 por ciento de las parejas casadas se conocieron en el trabajo. Esto se va a acabar, pues los hombres tendrán temor de echar una segunda mirada a una mujer en el trabajo, mucho más de decirle o hacerle algo que pueda indicar que ella le gusta.
Yo veo solamente una vía para llegar a ser una nación saludable y libre. Escojan escuchar la sabiduría de nuestro primer presidente.