¿Nos Puede Salvar la Política?

por Ramon Arias 

La pregunta “¿nos puede salvar la política?” puede ser contestada de diferentes maneras; algunas de las respuestas más conocidas: “sí”, “no”, “tal vez” o “quién sabe”. De estas cuatro, ¿cuál escogerías tú? Si respondiste “sí”, “tal vez” o “quién sabe”, ninguna de estas tres es la respuesta correcta. La respuesta correcta es “no”, la política no salva al ser humano ni a su sociedad.

Si analizamos la historia de la humanidad y su desarrollo político no es difícil llegar a la conclusión de que siempre ha sido un peligro creer que la política pueda salvar. Cuando prestamos interés muy especial a una nación en particular como Israel y estudiamos su historia después de que Dios constituyó a la nación como una identidad social, con sus leyes y su sistema de gobierno bajo la jurisdicción de Dios, es mucho lo que aprendemos de nuestros tiempos. Una vez que Israel fue establecido en la Tierra Prometida, confrontaron la filosofía-religión de Baal.

El baalismo no era más que una forma antigua de humanismo secular. Esa confrontación nos recuerda cómo la gente de Dios, a través de milenios, sigue enfrascada en esa lucha y en los tiempos que actualmente vivimos no ha cambiado, ya que sigue la lucha entre la Iglesia que Cristo estableció y el humanismo secular.

El libro de los Jueces, que todo cristiano debería no sólo leer, sino estudiar con mucha seriedad y compararlo con los tiempos en que vivimos, demuestra cómo la gente de Dios pecaba al revelarse contra la ética y moral de la Ley de Dios. Esta actitud de los israelitas no le dejaba a Dios otra opción más que la de hacer que se levantara en contra de ellos una sociedad adversa que adoraba a Baal (humanismo), quienes llegaron a dominarlos. Lo más impresionante es cómo los israelitas adoptaban el baalismo (Jueces 2:13; 3:7), que son las ideas humanistas con las que el hombre absurdamente cree desplazar a Dios, buscando en esas ideas su salvación nacional.

La lección dolorosa que los israelitas tuvieron que aprender, lo mismo que la gente de Dios a través de toda historia, es que existe una guerra cultural y que dar concesiones a Baal (humanismo secular) es imposible, ya que no hay reconciliación con las dos perspectivas de la vida y con sus instituciones sociales. Finalmente, los israelitas tenían que aprender a luchar para retomar las ideas de Dios.

Los púlpitos de Estados Unidos de Norteamérica harían un gran servicio a sus congregantes al darse tiempo para estudiar versículo a versículo todo el libro de los Jueces y darse cuenta que no es un libro en el que sobresalga la estrategia militar, sino una fe en el Dios viviente, Su ética y moral, como lo revela Su ley, para traer orden, estabilidad, paz y progreso social.

En la historia de los Jueces, el cristiano encuentra mucho valor práctico y lo que se le enseña a la Iglesia sobre cómo debería ser. Y, lo más importante, descubrir que las ideas humanistas sólo destruyen y esclavizan al ser humano y a sus instituciones sociales, incluyendo a la Iglesia.

Es verdad que la política no nos salva y que el cristiano no debe buscar a su redentor social en el Estado, pero esto no lo exime de cuestionar todas las promesas y sobre qué fundamento las están basando los políticos. Esto forzosamente obliga al cristiano a prestar atención y a involucrarse en la actividad política por la sencilla razón de que la política y quienes las ejercen afectan a toda la sociedad.

Es impresionante lo que las estadísticas demuestran de la apatía por parte de la mayoría de los evangélicos de no involucrarse en la política. Esto es el resultado de las pésimas enseñanzas que han recibido en las últimas décadas acerca de que los cristianos no se deben involucrar en la política por lo sucia que es.

Esta perspectiva no sólo es contraria a todo el contexto bíblico, sino que aniquila la influencia de los cristianos en contra de las ideas humanistas seculares. Lo que todo cristiano debe reconocer es que el gobierno civil no es una idea establecida por los seres humanos, sino por Dios mismo. Puesto que Dios estableció al gobierno civil, esto, por lógica, o sentido común, obliga a los cristianos a involucrarse de manera legítima para traer limpieza y sanidad social a la política (Mateo 22:21; Romanos 13:1; 1 Timoteo 2:1-4; 1 Pedro 2:13-17).

Como hijos de Dios no debemos pasar por alto que Dios vio la necesidad de establecer un gobierno civil como resultado de las acciones del pecado que dominaba a la humanidad y para que ésta no se destruyera a sí misma (Génesis 9:4-6).

La responsabilidad de cada cristiano ante Dios y ante la sociedad es elegir a los mejores hombres y mujeres para puestos de servidores públicos para que éstos a su vez sepan proteger a todo ciudadano que se apegue a las leyes y se pueda vivir en estabilidad social (Éxodo 18; 1 Timoteo 3:1-7). Cualquiera que te diga que un cristiano no debe involucrarse en la política es porque se considera más sabio que Dios mismo y es una persona a favor de que los malvados sigan dominando la esfera política, tal persona no es más que adoradora del baalismo (humanismo secular), aunque quiera usar lenguaje bíblico para camuflajear esta verdad.

Si los cristianos de las colonias no se hubieran involucrado en la política y en la Guerra de Independencia contra Gran Bretaña, jamás habría existido un Estados Unidos de Norteamérica.

El carácter de esos cristianos, que tuvieron que reconocer la supremacía de la autoridad bíblica sobre el mismo parlamento inglés y sobre la corona del rey, fue lo que determinó qué tipo de política tendría la nación que estaba por nacer. Esta nación se fundó sobre la creencia de que la perspectiva bíblica, como la vivían las personas, era lo que debería forjar a esta sociedad. Pero, por supuesto, eso no lo escuchamos hoy en día en las escuelas, en las instituciones de estudios superiores, en los medios de comunicación ni, es triste decirlo, en la mayoría de las iglesias. Que nadie te engañe, todo gira alrededor de lo que pensamos y creemos. 

Lo que actualmente vive la nación en su sistema político y en su gobierno civil no es más que las convicciones que reflejan el pecado de quienes la ejercen o la vida consagrada a Dios. No podemos pasar por alto que los políticos que son elegidos a esos puestos públicos también son el reflejo de quienes los eligen.

Si verdaderamente queremos ver cambios positivos, constructivos y duraderos en la política y en el gobierno civil, es tiempo de que comencemos a elegir personas que verdaderamente reflejen su convicción en la ética y moral de Dios fundamentada en Su Ley, tal como sucedió en el tiempo de las colonias y en la formación de esta nación, en la que aun aquellos que no abrazaban la fe bíblica se sometían a ella porque era lo más inteligente y sabio para gobernar y para desarrollar con efectividad a una sociedad.

Ya es tiempo de que dejemos de ver las etiquetas partidistas, sean éstas demócratas, republicanas, independientes o de cualquier otro partido. Ya es tiempo de que únicamente elijamos a aquellos que no sólo hablan, sino que viven los preceptos bíblicos y que esa convicción se puede corroborar. Ya es tiempo de elegir hombres y mujeres que sean valientes y se sostengan firmes para cambiar el curso político de la nación.

Si no elegimos a esa clase de hombres y mujeres los cristianos seguirán sometiéndose a la cultura de Baal (humanismo secular), que finalmente los destruirán.

Es tiempo de que más hombres y mujeres temerosos de Dios se lancen a la arena política sin importar cómo se vea el coliseo social y lo que éstos quieren hacer de nuestra vida. Es tiempo de que todos los cristianos veamos la política y el gobierno civil como Dios lo ve para nosotros: un ministerio en el que debemos involucrarnos de manera sabia, inteligente y con conocimiento de lo que Dios quiere establecer.

La política no nos salva, ése es un atributo que sólo le corresponde a la gracia de Dios para la humanidad y la razón por la que vino Jesucristo. Pero los hijos de Dios, que son transformados por medio de la renovación de sus pensamientos, están obligados a limpiar a la política para que ésta sea un instrumento efectivo para el bien de la sociedad.

Si los justos no toman acción política, entonces los injustos seguirán dominando.