Nuestro coma moral reversible

Mike Adams | 12 de febrero de 2016

(Townhall.com) – El problema de los Estados Unidos es que nuestras universidades enseñan visiones del mundo y nuestras iglesias no lo hacen. En consecuencia, los estudiantes por lo general ingresan en los institutos con una capacidad limitada de responder a cuestiones morales sencillas. Para el momento en que se gradúan, esa capacidad está aún más reducida, si es que no se ha perdido por completo. Esa discapacidad moral significativa estuvo al desnudo en las preguntas y respuestas que siguieron a un debate sobre el tema del aborto en la Universidad Estatal de Oregón (OSU).  Yo participé en ese debate, y una de las preguntas que me hizo una estudiante es reproducida a continuación:

«Dr. Adams, usted ha mencionado que las cosas que están muertas no crecen. Pero entonces ¿cómo puede explicar que los vegetarianos coman plantas, que crecen, y se nieguen a comer animales? ¿Acaso la conciencia de sí mismo no ha de ser tenida en cuenta para definir lo que es una vida humana, en términos de ser una persona?».

En caso de que no haya entendido lo que me decía la estudiante, permítame explicarle. De acuerdo con la visión postmoderna del mundo, la cual profesaba claramente esta estudiante, no hay una verdad objetiva. Las cosas no tiene un valor esencial por ser la clase de cosas que son. Tiene valor solamente si las personas se lo asignan por alguna característica accidental.

Para el postmodernista, el debate sobre el aborto no debe enfocarse en aseveraciones de veracidad. Escoger el aborto es sencillamente una cuestión de preferencias. Es como decidir asignar valores a los animales y convertirse en un vegetariano o simplemente rechazar hacerlo y dirigirse directo a un Texas Roadhouse  [restaurante de filetes] para comerse un filete de 12 onzas.

Su tesis básica es que si usted personalmente concede valor a la vida humana, entonces, por favor, tenga un bebé. Si no, hágase un aborto. Esta visión del mundo usted la ha visto reflejada en las calcomanías para los carros que dicen: «¿No le gustan los abortos? ¡No se haga ninguno!». Imagínese una calcomanía similar en un calesín de los años 1800 que dijera: «¿No le gusta la esclavitud? ¡No tenga esclavos!»

¿Cómo responde uno a un problema tan amplio de visión del mundo en una sesión breve de preguntas y respuestas, con un límite de tiempo y una larga fila de gente esperando detrás del micrófono? Le respondí a la estudiante de la OSU reduciendo el alcance y aclarando su posición con una situación hipotética. Esa situación hipotética, que copio a continuación por entero, es una variante de una que leí por primera vez en Defending Life [En defensa de la vida] escrito por un filósofo de la Universidad de Baylor, Francis Beckwith:

«Digamos que – Dios no lo quiera – esta noche, mientras regresa a su casa, usted se ve involucrada en algún tipo de accidente automovilístico y cayera en un coma. Es un coma reversible y estará en él por meses, si es que no años. En el transcurso de ese coma, afortunadamente, su cerebro se irá reparando. Al final usted va a salir del coma. Cuando salga, no tendrá ningún recuerdo. No sabrá leer, ni escribir, ni hablar. Le tendrán que enseñar todas esas cosas. ¿Tengo yo derecho a matarle mientras usted se halla en coma?».

La respuesta de la estudiante fue un asombroso «No necesariamente». Ella no podía decidirse a responde aquella pregunta de «sí» o «no». El hacerlo hubiera sido reconocer un absoluto moral. Su fe en el relativismo era más sagrada que la propia vida. Incluso su propia vida debía ser sacrificada en el altar del relativismo moral.

Para ser justos, la estudiante trató de dar dos razones para justificar el hecho de no dar una respuesta: 1) No siempre se puede predecir que un coma será reversible, y 2) casos jurídicos previos han demostrado que usted no siempre puede llevar a litigio por el tiempo perdido en un coma. Pero aquello no era una respuesta a mi pregunta. Mi pregunta se refería a un coma reversible, no a uno irreversible. Lo que es más importante: le había preguntado sobre el derecho a la vida, no sobre el derecho a una compensación monetaria. Ese era el tema que estábamos debatiendo.

La razón por la cual le hice a la estudiante aquella pregunta muy directa al final de aquella situación hipotética muy específica debió haber sido evidente a todos los que asistían, porque le respondí a ella:

«Yo respeto su opinión, pero permítame responder a su pregunta: no tengo derecho a matarla. ¡Por supuesto que no! Porque usted es valiosa… porque todavía tiene su condición humana básica. Y ¿sabe una cosa? Le he descrito acertadamente la situación de los no nacidos. Cuando nazcan, desarrollarán todas estas cosas. Y tienen que enseñárselas. Pero son tan valiosos como usted. Y de la misma forma en que yo no debo matarla, tampoco debo matarlos a ellos. Esa es mi respuesta».

Después de una breve pausa, la audiencia estalló en un aplauso, por primera vez en todo el debate.

Mis colegas partidarios de la vida pueden extraer dos lecciones de mi intercambio con la estudiante:

  1. A veces tenemos que vérnoslas con gente cuyos corazones están tan endurecidos, que no podemos persuadirlos mediante la lógica ni las patentes deficiencias de su propio razonamiento.
  2. Cuando les respondemos a estas personas con respeto y haciendo énfasis en su propio valor inherente como seres humanos, aumentamos nuestra credibilidad ante las personas que están en una posición neutra, escuchando el intercambio.

En otras palabras: no podemos convertir a todo el mundo. Pero sí podemos convertir a muchas personas al discutir en público de forma respetuosa con los pocos que son inconvertibles. Es por eso que las iglesias necesitan hacer algo más, aparte de cuestionar a la sociedad en el asunto del aborto. La iglesia necesita entrenar a cada miembro de la congregación para que defienda a los no nacidos con un equilibrio adecuado de gracia y claridad moral.

Citar versículos bíblicos no nos llevará a ninguna parte en el debate sobre el aborto. Primero debemos fundamentar nuestros argumentos en la evidencia científica que demuestra que los no nacidos son humanos. Una vez que hayamos hecho eso, nuestra labor no habrá terminado. Al final de la jornada también deberemos ser capaces de tratar el tema de qué es lo que nos hace valiosos como humanos.

Con el fin de cultivar una reverencia hacia la vida humana, los cristianos necesitan un entrenamiento en perspectivas del mundo. Todo cristiano necesita saber que nuestra visión del mundo se diferencia de las demás. Como discípulos, cada uno tiene que comprender que las pretensiones a la verdad que hace el cristianismo son superiores, y vale la pena defenderlas. En el debate sobre el aborto, es literalmente una cuestión de vida o muerte.

En pocas palabras: todavía hay una posibilidad de que podamos detener la caída libre moral de este país. Pero la Iglesia debe antes salir de su propio coma moral.

Nota del Autor: El debate Adams/Strossen  ha sido reeditado y está mucho más claro. El intercambio a que se refiere esta columna sucede a los 1:51 minutos. He aquí el vínculo:

https://www.youtube.com/watch?v=Ck0CRlcIU9E&feature=youtu.be [sólo disponible en inglés]

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