Mi nombre es Eric Watson. Yo soy un cristiano, un esposo y padre, y trabajo como peluquero en la ciudad de Nueva York. Y estoy desgarrado por el hecho de que no detuve el aborto de mi preciosa hija. Aunque estoy cubierto por la sangre de Jesús, que murió por mis pecados pasados, presentes y futuros, siento que hay aún un precio que debo pagar, una consecuencia, una sentencia por mi decisión. He aquí mi historia.
En diciembre de 2002 empecé a decirle a todo el mundo, compañeros de trabajo, clientes y amigos, lo importantes que eran dos días de mi futuro. El primero era el 23 de enero, la fecha en que mi hija de 3 años iba a estrenarse como modelo de GAP. Iba a ser un día emocionante al verla en fotos más grandes que la propia vida en las ventanas de tiendas de todo Manhattan. El otro era el 7 de mayo de 2003, fecha en que estaría a término mi hija Emmanuelle. Pero antes que llegara ninguna de esas fechas, mi esposa y yo fuimos a un ultrasonido y supimos que Emmanuelle tenía una rara anomalía cerebral, que le iba a causar ataques y puños cerrados, El doctor estaba muy molesto por tener que darnos la noticia de que nuestra hija no era perfecta. Dijo: «Hablaremos de las opciones mañana por la mañana», pero nunca hablamos de las opciones.
En lugar de eso, el 15 de enero mi esposa y yo dejamos que los médicos mataran a Emmanuelle. Yo estuve sentado cerca orando, mientras el médico insertaba una aguja grande en el vientre de mi esposa, que estaba bajo los efectos de un sedante, e inyectaba una solución salina directo en el corazón de mi preciosa hija, matándola al instante. Más tarde he pensado: ¿Cómo puedo pedirle a Dios que me bendiga después de lo que he hecho? «La oración eficaz del justo puede mucho». (Santiago 5:16). Por tanto, la oración de un hombre injusto no puede nada.
Cuando mi esposa fue al médico para su chequeo post aborto, supo que el doctor le había hecho una foto a Emmanuelle después de abortada. Me imagino que es una fotografía de ella muerta en la mesa poco después del procedimiento. Nunca he mirado la foto. Todavía no puedo creer que mi esposa haya llevado a casa esa foto.
No sé si mi matrimonio podrá ser restaurado algún día. Miro a mi esposa y me acuerdo del pecado que cometimos. Aunque amo a mis dos hermosos hijos, recuerdo constantemente que falta una. ¿Cómo les diré a mis hijos que tiene una hermana en el cielo? ¿Alguna vez me veré libre de la culpa y la vergüenza? Espero con ansiedad el día en que yo pueda pedirle a ella humildemente que me perdone.
El 23 de enero de 2005 viajé a Washington, DC, a participar en la Marcha por la Vida. Mientras estaba allá conocí a hombres y mujeres que también había tenido experiencias de aborto, algunas de ellas más de 20 años antes. Sus abortos los habían herido y habían cambiado sus vidas igual que el mío cambió mi vida. Todos abortamos por conveniencia, sólo para darnos cuenta de que más nunca nos vamos a sentir cómodos.
Hay recordatorios constantes de lo que he hecho, y me veo preguntándome si alguna vez volveré al camino en el cual, al final, me recibirá Dios diciendo: «Bien hecho, buen siervo y fiel». Por ahora me dedico a hablar, con la esperanza de hacer despertar a la comunidad médica y de alcanzar a otras víctimas del aborto, en particular a los maridos y padres. Quizás, al ayudarles a ellos, yo me pueda ayudar a mí mismo.