Por qué la pobreza en los Estados Unidos es una condición autoimpuesta

Gary DeMar | 13 de junio de 2013

Durante décadas, a los estadounidenses se les ha dicho que la manera de ayudar a los pobres es redistribuyendo la riqueza para darle a la clase desposeída. Hemos presenciado una redistribución de riquezas desde los programas contra la pobreza de la Gran Sociedad de los años ’60, bajo la Administración de Lyndon B. Johnson.

La cantidad de redistribución de riquezas que hay hoy en los Estados Unidos es descomunal, pero de todas formas seguimos teniendo una clase desposeída, una clase que está en crecimiento. La naturaleza humana se refleja en cada transacción económica que se realiza. La gente hará cosas por dinero. Un cambio de la percepción moral determinará lo que las gentes harán por dinero.

Los gobiernos facilitan a la gente no hacer nada a cambio de dinero. Si una persona no tiene que trabajar para obtener dinero, la naturaleza humana dice que en la mayoría de los casos la persona invertirá la menor cantidad de esfuerzo para obtener la mayor cantidad de dinero.

Los gobiernos se aprovechan de este principio para legalizar el juego y las loterías que ellos controlan. 

Los programas de transferencia de riqueza del gobierno también apuestan por el lado más vil de la naturaleza humana. Los liberales, que ahora se autotitulan «progresistas», se aprovechan de la naturaleza humana al crear programas que facilitan recibir pagos de transferencia de riqueza y sólo requieren que el que los recibe haga una cosa: votar para mantener en el poder a su «benefactor».

El siguiente párrafo de Business Week captó mi atención:

«Los investigadores que han analizado el reto de la difusión de Internet por el mundo generalmente se concentran en una de tres soluciones generales. Está el acceso satelitario, que tiende a ser lento, caro, y no funciona bien en áreas urbanas de alta densidad de población. Está la banda ancha inalámbrica con base en tierra, la solución más convencional, pero en algunas partes del mundo las torres en que se instalarían los transmisores de banda ancha serían rápidamente desmanteladas y vendidas como chatarra.

«Y entonces está la solución menos probable, pero quizás la más prometedora: lanzar globos aerostáticos equipados con antenas de banda ancha a la estratósfera, desde donde pueden derramar conectividad desde una distancia de sólo 20 kilómetros».

La primera y tercera de las soluciones mantienen el equipo caro fuera del alcance de la gente que podría robárselo. En los primeros días de la televisión por cable, era fácil robarse la programación. Las compañías de cable y satélite han ideado desde entonces vías para proteger sus señales. Esos costos han sido trasladados a los usuarios.

La segunda opción es la menos cara, pero la más difícil de implementar a causa de la naturaleza humana. La gente se robaría los equipos para obtener una ganancia a corto plazo. La gratificación diferida es un rasgo necesario para que las culturas avancen. La moral también lo es. 

El sistema inalámbrico basado en tierra también es vulnerable a los déspotas políticos. Lo mismo es válido para la ayuda extranjera, que rara vez llega a las personas a las cuales estaba destinada.

En su libro The Book that Made Your World: How the Bible Created the Soul of Western Civilization [ El Libro que hizo a su mundo: Cómo la Biblia creó el alma de la civilización occidental] Vishal Mangalwadi muestra cómo las concepciones del mundo importan y cómo fue el concepto cristiano del mundo el que inspiró la idea del excepcionalismo cultural. Empieza por relatar una conversación que tuvo en 1982 con un caballero sikh que regresaba a Inglaterra después de visitar a sus padres en una aldea del Punjab, en el noroeste de la India. 

Este le explicó a Mangalwadi que hacer negocios en Inglaterra era fácil y de mucha ganancia. El hombre no podía hablar bien el inglés, mas a pesar de eso era un hombre de negocios exitoso. Mangalwadi se preguntaba: «¿Cómo puede una persona que habla tan mal inglés tener éxito como hombre de negocios en Inglaterra? Entonces le pregunté: «Dígame, señor, por qué el negocio es tan fácil en Inglaterra? Sin pensarlo dos veces, me respondió: «Porque allá todos te confían».

Más adelante, en el mismo capítulo, Mangalwadi cuenta la historia de una vez que él y su anfitrión holandés fueron a una granja lechera a comprar un poco de leche. No había nadie allí para recibirlos ni para recibir su dinero. Él y su anfitrión abrieron el grifo, llenaron el cántaro, pusieron el dinero en una jarra y tomaron su vuelto. Esta fue la reacción de Mangalwadi:

«No podía creer a mis ojos. “¡Hombre” –le dije-, “si tú fueras un indio, te hubieras quedado con la leche y el dinero!” [Su anfitrión] se rió. Pero en ese instante comprendí lo que había tratado de decirme el hombre de negocios sikh».

Mangalwadi resume todo esto en una observación astuta: 

«¿Cómo fue que el holandés ordinario llegó a ser tan diferente de la gente nuestra en la India o Egipto? La respuesta es simple: la Biblia le enseñó al pueblo de Holanda que, aunque ningún ser humano hubiera estado mirándonos en aquella granja lechera, Dios, nuestro juez supremo, está mirando para ver si obedecemos Sus mandamientos de no codiciar ni robar. De acuerdo con la Biblia, “No hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” [Hebreos 4:13]». 

Si quiere ver cambiar las culturas, entonces será necesario llegar a la raíz del problema: la perspectiva del mundo que tienen las personas.

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