R.C. Sproul Jr. | 2 de noviembre de 2013
(www.ligonier.org) – Entre las innumerables perlas de sabiduría que he recibido de mi padre a través de los años está este pedazo de oro – cuando estés leyendo tu Biblia y te encuentras con algo que te hace sentir incómodo, resiste la tentación de pasar simplemente a otra cosa. Cuando la Biblia nos incomoda es precisamente donde tenemos que desacelerar. Es una evidencia convincente de una debilidad específica. Cuando nuestros pensamientos o sentimientos se inquietan bajo la Palabra de Dios, Él está bien y nosotros estamos mal.
Habiendo dicho eso, es comprensible que muchos se echen para atrás ante el mandato de Dios de ejecutar a cada persona viviente en Canaán mientras que Su pueblo conquistaba la tierra. Sin misericordia para las mujeres y los niños, sin compasión para los ancianos, las instrucciones de Dios fueron tan claras como lo fueron crueles.
Muchos fuera de la fe han plantado su bandera aquí, argumentando que nuestro Dios es inmoral y monstruoso. Muchos en la periferia de la fe hacen un sinfín de maromas exegéticas para esquivar el relato. Muchos creyentes fieles simplemente están confundidos y avergonzados. Sin embargo, el Dios que adoramos, el Dios vivo y verdadero, de hecho dio esta orden, y con justa razón. Si es que Lo adoramos de verdad, aun en esto alabaríamos Su nombre.
Por lo menos hay dos razones por las cuales Dios hizo esto. La primera se manifiesta en lo que aconteció cuando Israel no obedeció a Dios en esta orden. Dios quería la tierra despejada de todas las tentaciones que pudieran alejar a Su pueblo de Él, de Su adoración y de Su ley. Los cananeos eran una amenaza para mantener la pureza del pueblo de Dios. Los había separado, consagrado, y adoptado. Al dar esta orden, Él los estaba protegiendo.
Josué, a pesar de su fidelidad, dejó el trabajo sin terminar. Una vez que Israel estaba prosperando, una vez que se sentían seguros, empezaron a pensar que podría ser útil dejar a algunos de los cananeos para que les acarrearan el agua y cortaran la leña. El libro de Jueces revela los resultados. Los pocos que perdonaron se convirtieron en un tropiezo, tal y como Dios predijo que sucedería. Al poco tiempo, todos hicieron conforme a lo que les parecía bien ante sus propios ojos.
Por supuesto, uno podría entender este motivo y estar horrorizado de todas maneras. Estos cananeos no eran meras abstracciones, sino personas reales. ¿No sigue siendo bastante cruel matarlos a todos simplemente por tratar de proteger la pureza moral de Israel? Tal vez, si ese hubiera sido el único motivo de Dios. La segunda razón de Dios de ordenar la ejecución de todos se debe a que todos ellos eran, cada hombre, mujer y niño, pecadores. Y la paga del pecado es muerte. En resumen, Dios hizo esto por la misma razón que Él hace todo lo que Él hace, por el bien de Su pueblo, y por Su propia gloria porque debe castigar el pecado.
Porque somos pecadores, y porque Dios seguido nos muestra gracia, es que perdemos de vista la justicia de Dios, y la negrura del pecado. Cuando leemos acerca de la ejecución de los cananeos no deberíamos preguntar: «¿Cómo pudo hacer esto Dios?» sino, «¿Por qué no nos mata a todos?» La parte más impactante de la historia de la conquista de Canaán es el amor de Dios por Su pueblo rebelde, y no solamente Su ira justa hacia otros rebeldes. Desde el momento de nuestra concepción, justificablemente todos estamos ya bajo la pena de muerte de Dios. Cada momento de cada día es un aplazamiento momentáneo de la ejecución. Cuando nos olvidamos de esta verdad solo nos mostramos ser los pecadores que somos. Pero alabado sea Su nombre que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores. El que no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, y murió como un pecador para que tuviéramos vida. Esperamos que los que llevamos Su nombre nunca perdamos de vista lo asombroso de Su sublime gracia.