3 de octubre de 1863
Por el Presidente de los Estados Unidos de América.
Una Proclamación.
El año que se acerca a su fin, ha estado lleno de las bendiciones de campos llenos de fruto y cielos saludables. A estas riquezas, las cuales disfrutamos tan constantemente que tendemos a olvidar la fuente de dónde provienen, otras han sido añadidas, las cuales son de tan extraordinaria naturaleza, que no pueden dejar de penetrar y suavizar hasta el corazón que es habitualmente insensible a la siempre vigilante providencia del Dios Todopoderoso. En medio de una guerra civil de sin igual magnitud y severidad, la cual le ha parecido a veces a Estados extranjeros que invita y provoca su agresión, la paz ha sido preservada con todas las naciones, el orden ha sido mantenido, las leyes han sido respetadas y obedecidas, y la armonía ha prevalecido en todas partes, excepto en el teatro del conflicto militar; aunque ese teatro ha sido reducido grandemente por el avance del ejército y de la marina de la Unión. La necesaria desviación de riqueza y de fuerza de los campos de la industria pacífica hacia la defensa nacional, no han detenido el arado, la carreta, o el barco; el hacha ha extendido los límites de nuestros asentamientos, y las minas, tanto de hierro y carbón, como de metales preciosos, han producido aún más abundantemente que anteriormente. La población se ha incrementado continuamente, a pesar del desperdicio que se ha hecho en los campamentos, el sitio, y el campo de batalla; y al país, regocijándose en la conciencia del aumento de fuerza y vigor, se le permite esperar continuidad por años, con un gran incremento de libertad. Ningún consejo humano ha ideado, ni tampoco mano mortal ha logrado estas grandes cosas. Ellas son los regalos de gracia del Dios Altísimo, quien, aunque enojado por nuestros pecados, no obstante ha recordado la misericordia. Me ha parecido justo y apropiado que sean reconocidas solemne, reverente y agradecidamente, como con un sólo corazón y voz por todos los americanos. Por lo tanto, invito a mis conciudadanos en todas partes de los Estados Unidos, y también a aquellos que estén en el mar y aquellos que estén viajando en tierras extranjeras, a apartar y observar el último jueves de noviembre próximo, como un día de Acción de Gracias y Alabanza a nuestro caritativo Padre que mora en los cielos. Y les recomiendo que al ofrecer las atribuciones que justamente se le deben por tales bendiciones y liberaciones, también, con humilde penitencia por nuestra desobediencia y perversidad nacional, encomienden a su tierno cuidado a todos aquellos que se han convertido en viudas, huérfanos, enlutados o sufridos en la lamentable lucha civil en la que estamos comprometidos ineludiblemente, y que imploren fervientemente la interposición de la Mano Todopoderosa para sanar las heridas de la nación, y para que la restaure tan pronto como sea consecuente con los propósitos Divinos para el completo disfrute de paz, armonía, tranquilidad y Unión.
En testimonio de lo cual, he aquí asiento mi firma y hago colocar el sello de los Estados Unidos.
Firmado en la ciudad de Washington, el tercer día de octubre, en el año de nuestro Señor mil ochocientos sesenta y tres, y a ochenta y ocho años de la independencia de los Estados Unidos.
Por el Presidente: Abraham LincolnWilliam H. Seward,
Secretario de Estado