¿Qué más da?

Ramón Arias | 13 de abril de 2015

Todos estamos demasiado familiarizados con la contaminación y el daño que causa. El impacto de la contaminación se siente incluso en tierras lejanas. Se puede ver en el paisaje, en los suelos peligrosos, los océanos, los lagos, los ríos, las plantas y los animales muertos; los seres humanos también sufren las consecuencias. Hay datos que demuestran lo dañino que es la contaminación para todo lo que tiene vida en el planeta Tierra. ¿Hace alguna diferencia entonces cómo vemos a la contaminación y la responsabilidad que todos tenemos para contenerla? ¡Definitivamente!

Hay otro tipo de contaminación mortal que demasiadas personas se sienten cómodas  viviendo así. Este contaminante es uno que la mayoría de las personas fácilmente hacen caso omiso y lo pasan por alto ignorando lo que los hechos históricos revelan sobre su fuerza destructiva. ¿Cuál es este contaminante tan destructivo? ¡Las mentiras! 

Estados Unidos está contaminado por las mentiras no cuestionadas que se ha permitido que continúen con la esperanza de que las cosas algún día se compongan solas. Tal vez la próxima generación será más sabia y más valiente para hacer las cosas bien. Mientras tanto, aquí estamos.

Quizá te preguntes, si la norma es que todos mienten, ¿qué más da estar dominados por las mentiras? ¿Realmente hará falta explicarlo? De algo puedes estar seguro de que las personas que viven bajo la mentira y aceptan esa cultura es porque respiran, comen y duermen con el engaño. Esto no es diferente a las personas que piensan que la contaminación de la tierra no es un problema, es decir, hasta que los venenos dañan sus cuerpos.

El diseño original de Estados Unidos tiene un fundamento cultural diferente, en que se construyó sobre la verdad de la Palabra de Dios. La generación de los Padres de la Patria tuvo que lidiar con las mentiras de su tiempo y hemos cosechado los beneficios de su éxito. Considera el discurso pronunciado por Patrick Henry, en la Convención de Virginia, 1775: 

«Es natural que los hombres disfruten de las ilusiones de la esperanza. Tenemos la tendencia de cerrar los ojos ante una verdad dolorosa – y escuchar la canción de esa sirena, hasta que nos transforma en bestias. ¿Es esto parte de los sabios, que participan en una gran y ardua lucha por la libertad? ¿Estamos dispuestos a ser del número de aquellos, que teniendo ojos no ven, y teniendo oídos no oyen las cosas que casi completamente conciernen a su salvación temporal? Por mi parte, cualquiera que sea la angustia de espíritu que podría costar, estoy dispuesto a conocer toda la verdad; saber lo peor, y hacer provisión para ello». 

La generación de Henry luchó contra la mentira, ya que marcó la diferencia para vivir correctamente. Nuestra generación actual ha sido agobiada por las mentiras de las generaciones pasadas y, a partir de lo que podemos ver, parece que la gente quiere que le mientan sin pensar en las consecuencias mortales e inmortales.

La ilusión de la esperanza es sólo eso, una ilusión, que es otra forma de decir mentira. Si cerramos nuestros ojos, los oídos y la boca en contra de esta verdad universal no hará que desaparezca. Henry tenía razón al señalar que cuando la gente escucha la canción de la ilusión sólo serán transformados en bestias.

Los individuos, así como las naciones, que abrazan la mentira como forma de vida y no ven las consecuencias aparentes para su vida no se dan cuenta que han sucumbido al espíritu de mentira. Incluso se regocijan y adoran a aquellos que mienten más, sin embargo, la historia nos enseña que ninguna nación jamás podrá escapar las consecuencias de la contaminación de las mentiras.

Jesús le dijo a los santurrones en Israel que estaban equivocados al pensar que eran favorecidos por Dios a pesar de la evidencia en su contra, que revela claramente una cultura de mentiras. Ellos abrazaron la fuente de mentiras cuando rechazaron la verdad, “Pues ustedes son hijos de su padre, el diablo, y les encanta hacer las cosas malvadas que él hace. Él ha sido asesino desde el principio y siempre ha odiado la verdad, porque en él no hay verdad. Cuando miente, actúa de acuerdo con su naturaleza porque es mentiroso y el padre de la mentira» (Juan 8:44).

Thomas Jefferson en sus Notas sobre el Estado de Virginia, Pregunta 17, 1781 dijo: «Es solo el error el que necesita el apoyo del gobierno. La verdad puede sostenerse por sí misma. Somete a la opinión a la coerción: ¿a quién harás tus inquisidores?»

En una carta a James Smith en 1822 Jefferson le dijo: «El hombre, una vez que entrega su razón, no le resta guardia contra lo absurdo de lo más monstruoso, y como un barco sin timón, es el juguete de todos los vientos. Con este tipo de personas, la credulidad, que ellas le llaman fe, toma el timón de la mano de la razón y la mente se convierte en un naufragio».

Durante el próximo año y medio, hasta las elecciones de noviembre de 2016, ¿escucharemos la verdad o la mentira de los candidatos que se postulan para los cargos en todas las ramas del gobierno? Por otra parte, ¿qué estamos escuchando en el mundo de la academia, las artes, el entretenimiento, los medios de comunicación, los púlpitos de las iglesias y en el hogar? La credulidad ha destruido vidas y naciones porque las mentes de las personas están cauterizadas con mentiras.

La verdad y sólo la verdad de Dios nos liberará de esta presente contaminación de las mentiras. Nosotros, al igual que Patrick Henry, deberíamos estar dispuestos a conocer toda la verdad, independientemente de lo feo que sea. No importa qué tan mal sea. Debemos estar dispuestos a defender la verdad revelada sabiendo que es nuestra única salida, especialmente para reconstruir las bases culturales. Si hacemos esto, las generaciones futuras nos lo agradecerán; si no lo hacemos, nos van a maldecir.

«Hay solo un curso recto, y es la de buscar la verdad y seguirla de manera constante». – George Washington, carta a Edmund Randolph, 1795

¿Qué más da? Es tu decisión.

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