Recordando a Thomas

Responsabilidad, culpa y un niño que nunca nació

Por Phil McCombs, redactor del Washington Post 

La Marcha por la Vida de este año, en la que 45,000 opositores del aborto protestaron frente a la Corte Suprema, no tuvo en mí el impacto emocional que habitualmente estos eventos producen. Yo estaba saliendo de la ciudad por negocios y apenas lo noté.

Mirando más tarde los reportajes, parecía que todos se habían comportado de la mejor manera. Los opositores del aborto dejaron claro que se oponían al uso de la violencia para cerrar las clínicas. Y las contra-manifestaciones de los defensores del derecho al aborto, como les llamamos cuidadosamente, eran escasas.

Me gusta orar. Es todo lo que me queda. Y dolor. 

Cuando el aborto se llevó a cabo yo también estaba fuera de la ciudad por negocios. Me aseguré que así fuera. Cualquiera que haya sido la agonía física, emocional y espiritual que la mujer sufrió, no estuve a su lado para apoyarla. Aparté mi rostro. Mi comportamiento fue en todos los aspectos cobarde, inmoral.

Por alguna razón instintiva, o simplemente imaginativa, he llegado a pensar que era un niño, un hijo a quien quería muerto porque en aquel momento su existencia me hubiera molestado. Yo me había divertido. Él no encajaba en mis planes.

Su nombre, que está grabado en mi corazón, era Thomas.

Mis sentimientos de responsabilidad y de culpa no disminuyen por el hecho de que la mujer tenía la autoridad legal para tomar la decisión por su cuenta, de cualquier forma, sin consultar conmigo ni informándome. De hecho, me lo consultó de manera abierta, expresando nuestra responsabilidad compartida y yo hubiera podido presentar argumentos para tener al niño. En su lugar, la exhorté para que siguiera el camino de la muerte.

Y salí de la ciudad.

Tampoco es de mucha ayuda emocional o espiritual que los sumos sacerdotes del sistema jurídico estadounidense hayan dado su aprobación a esta forma particular de lo que yo personalmente considero como una masacre de inocentes. Después de todo es la tarea del gobierno decidir a quién podemos o debemos matar, y no necesariamente para proveer servicios terapéuticos después. Recuerdo haber sido entrenado en el ejército, a expensas de los fondos públicos, en el «espíritu de la bayoneta», dicho en otras palabras, «para matar». El espíritu del aborto es el mismo desde mi punto de vista, con la diferencia que el enemigo no está disparando en respuesta.

Me siento como un asesino, lo que no quiere decir que culpe a los demás, o piense que los demás son también asesinos. 

Es simplemente la manera en la que me siento y todos los razonamientos del mundo no han cambiado esto. Todavía siento dolor por el pequeño Thomas. Es un océano de dolor. Desde algún lugar en el pasado lejano recuerdo la frase de Shakespeare: los mares tumultuosos, «de color carmesí».

Cuando vaya al río de vacaciones este verano, no irá a navegar conmigo en el encantador bote de madera motorizado que no puedo permitirme poner en el agua, pero que tampoco me atrevo a descartar.

No estará tumbado sobre la hierba cerca de la tienda de campaña mirando el cielo estrellado y preguntando: «¿Cómo se llama esa, papá?»

Porque no había lugar en la Tierra para Thomas.

Él está muerto.

Las últimas cifras muestran que los abortos en Estados Unidos han estado alrededor de los 1.5 millones anuales. Eso es mucho dolor.

Las organizaciones seculares de hombres han tendido a concentrarse en el asunto de «No digas nada, no pagues nada». 

«Estos hombres se sienten violados», dice Mel Feit, del Centro Nacional para Hombres [National Center for Men]. «Pierden todo aquello por lo que trabajaron durante todas sus vidas. En muchos casos tenían un acuerdo con la mujer de no tener un bebé y cuando ella cambia de opinión, ellos me llaman y dicen: «¿Cómo puede ella hacerme esto? ¿Cómo puede salirse con la suya?»». Feit planea presentar una demanda en un tribunal federal.

Estoy más interesado que muchos hombres en el dolor traumático, al igual que las mujeres a menudo se sienten después de un aborto. Es necesario un proceso sanador de reconocimiento, luto y por último perdón.

«Es muy ambivalente para los hombres ponerse en contacto con su dolor», dice Eileen C. Marx, ex directora de comunicaciones para el cardenal James A. Hickey, de Washington y ahora columnista de publicaciones católicas. «Ellos no experimentan el embarazo físico, por lo que con frecuencia sienten que no tienen derecho a sentir la tristeza, ira, culpa y pérdida que a menudo las mujeres sienten».

Ella cuenta la historia de un hombre, un amigo, cuya esposa tuvo un aborto. «Él le suplicó que no lo hiciera. Dijo que sus padres podrían criar al niño, o podían entregarlo en adopción. El matrimonio se rompió como consecuencia del aborto y otros problemas. El quedó realmente devastado por la experiencia».

Marx recientemente ha escrito acerca de un ministerio de sanidad post-aborto llamado Proyecto Raquel, en el que cada vez más hombres se están involucrando: maridos, novios e incluso abuelos. Hay 100 sucursales del Proyecto Rachel, incluyendo una en Washington.

Encontré útil el simple hecho de hablar por teléfono con Marx, una persona bondadosa: aunque fue un poco difícil cuando mencionó estar embarazada y escuchar los latidos del corazón y sentir «esta maravillosa celebración de la vida dentro de ti».

Ella dijo que no fuera demasiado duro conmigo mismo, que la curación consiste en perdón y que Dios me perdonaba. 

Yo le dije que sí, que era verdad, pero algunas cosas son difíciles todavía.

 Como mirarme en el espejo.