Por Fray Hugo L. Blotsky, de la Orden de San Benito.
Joe (ese no es su nombre real) tiene 41 años y es padre de cuatro hijos. Después de 20 años de matrimonio Joe se divorció de su esposa Sandy (tampoco es su nombre real).
Su primer hijo, John Peter, fue abortado para salvar un nuevo matrimonio. Joe siente mucha culpa y vergüenza por la pérdida de su primer hijo. Él le escribió una carta de disculpa a su hijo, pidiéndole que lo perdone. Esta carta es parte de un proceso de recuperación.
Cuando los individuos llegan a mí pidiendo ayuda para enfrentarse con la muerte de un hijo por haber nacido muerto, por aborto espontáneo o provocado, los conduzco a través de un breve servicio de recuperación. El hacer que los padres den nombre al niño, y después le escriban una carta a su hijo fallecido, con frecuencia produce una recuperación a un nivel profundo. Yo le sugerí a Joe que le escribiera una carta a su hijo abortado John Peter.
Joe me pidió que leyera esta carta a otros, para evitar a los padres el dolor y el sufrimiento que él ha soportado durante los muchos años que han pasado. Joe quiere que los demás sepan que hay recuperación para los padres después de un aborto.
Mi querido John Peter:
El fin de semana pasado hice algo que debía haber hecho hace mucho tiempo: confesé tu muerte por aborto. John, hoy tú serías un joven de 20 años, vibrante y vivo. Al permitir tu aborto pequé contra ti y contra Dios. Perdóname, John, porque lo hice por motivos que eran todos erróneos.
La razón principal, John, fue que yo tenía miedo; miedo de que el stress que hubieras añadido a la vida de tu madre pudiera arruinar nuestro matrimonio. Sin embargo, John, ahora sé cuánto hubieras añadido y cuánto hubieras enriquecido mi vida, y muy probablemente la de tu Madre.
John, yo traté de justificar tu muerte para convencerme a mí mismo de que eras solo un grupo de células de tejido, quizá no más de lo que un huevo es un pollo crecido. Traté de convencerme de que lo que había sucedido estaba bien, de que, al destruir ese tejido ya había salvado mi matrimonio. Después de todo – pensé – después tendremos tiempo de tener más hijos.
John, a partir de esa noche siempre he tenido un «nudo» en mi estómago. Por mucho que me esforcé, no pude borrarte de mi mente por completo. Quizá esa sea la peor clase de pecado, hijo mío: el que molesta a la persona tan profundamente. A veces, cuando vienes a mi mente, pienso en la edad que tendrías, lo que podrías estar haciendo a esa edad. James, tu hermano, a veces me hacía acordarme de ti, al igual que las muchachitas.
John, tenías mucho potencial. ¿Sabías, John, que podrías haber sido cualquier cosa? Me vienen lágrimas de nuevo, John, como lo hicieron el sábado por la noche. Estoy lleno de dolor, John, y las lágrimas son poco efectivas para lavar el dolor. Sin embargo, Pequeñín, es por ti por lo que busqué la reconciliación; no la del tipo usual, en la que voy a confesarme, cumplo mi penitencia y me voy sin ninguna clase de contrición. Pequeñín, son tu muerte y mi culpa las que finalmente me han llevado a confesar este pecado. Sí, lo había confesado antes, pero lo había hecho para «apostar a lo seguro», para «estar a salvo» por si acaso lo que había aprendido era cierto. El sábado, cuando me confesé, estaba llorando: sentía una sensación de remordimiento y culpa tan profunda que casi deseé morir. John, si por morirme ahora yo pudiera traerte al mundo, yo ofrecería mi vida.
Como sabes, John, tu Mamá y yo ahora estamos divorciados. Tu Mamá puede que ni haya confesado este pecado. John Peter, si pudiera pedirte un favor, te pediría que por medio de Jesús hicieras en Sandy lo mismo que has hecho en mí. Tu Mamá también era joven, John. Para ella, en aquel momento tú representabas una tremenda amenaza a la carrera que ella había escogido. Por favor, perdónala también. Por favor, mi Pequeñín, intercede por nosotros dos ante Jesús.
Hallo en extremo irónico, Pequeñín, que sea yo el que le pida tales favores a uno al que maté, o mejor, al que dejé matar. Sin embargo te los pido, Pequeñín, porque he llegado a quererte de una manera que es al mismo tiempo profunda y pura.
En el otoño, John, cuando las hojas caigan de los árboles, pensaré en ti, porque tú también caíste de la vida. En el frío del invierno, John, la nieve me hará recordarte, porque igual que la nieve, tú eras y sigues siendo blanco y puro. En la primavera, John, pensaré en ti, porque el nacimiento de la primavera me recordará que tú también tenías que haber nacido a este mundo. John, pensaré en ti en el verano: me imaginaré tu risa. Te veré como podías haber sido: un niñito que corría y jugaba, arañándote las rodillas por una caída. Echaré de menos, John, todo lo que podía haber ganado con tu vida.
Mi Pequeñín, John Peter, ahora solo puedo pedirte que me perdones como Jesús y Dios lo han hecho.
Que descanses en los brazos de Dios.
Papá