Por Bryan
Todo ocurrió muy rápido y de manera muy inesperada durante mi tercer año de universidad: una nueva relación con una joven, una enfermedad que resultó ser los síntomas tempranos de la preñez y un aborto apresurado que tuvo un efecto dramático en nuestras dos vidas. Sin importar lo difícil o dolorosa que sea experiencia o una situación, Dios siempre se las arregla para sacar algo bueno de ella. En este caso particular, Él me enseñó lecciones valiosas de qué significaba ser un católico.
Aunque Sharon y yo no nos conocíamos de mucho tiempo atrás, con rapidez desarrollamos unos sentimientos profundos el uno por el otro. Al parecer, ni yo ni mis sentimientos por Sharon fueron lo suficientemente fuertes para lo que sucedió a comienzos de nuestra relación. Cuando ella más me necesitaba, fui incapaz de responderle.
Durante casi una semana, Sharon se había estado despertando con náuseas y vomitaba periódicamente durante el día. Ambos estábamos perplejos y preocupados, porque ninguno de los dos sabía por qué le estaba ocurriendo eso a ella, y no parecía estar mejorando, así que un jueves, Sharon se fue a casa para ver a un médico y averiguar por qué estaba enferma todo el tiempo.
En las primeras horas del día siguiente quedé abrumado al saber la causa de las náuseas de Sharon. Estaba embarazada del hijo de su antiguo novio. Quedé aún más abrumado al saber lo que ella pretendía hacer: ella y su ex novio habían sacado un turno para abortar al niño no nacido esa misma tarde. Él iba a llevarla a la clínica y a pagar el aborto. Después que me dijo sus motivos para hacerse el aborto, me preguntó lo que yo pensaba que ella debería hacer.
Son las cuatro de la madrugada y mi novia de dos semanas me acaba de informar que está embarazada del hijo de su ex novio y se va a hacer un aborto en menos de doce horas. Ahora ella quiere saber qué yo creo que debe hacer.
Desafortunadamente, no estuve a la altura de la tarea. Igual que muchas personas que andan por ahí, yo personalmente estaba en contra del aborto, pero me escondí detrás de «es tu cuerpo, tú decides». Aunque yo iba a misa y trataba de ser un buen católico, no me adhería por completo a la enseñanza de mi Iglesia sobre el aborto. Yo estaba contra el aborto, pero no contra la decisión de una mujer, o del llamado «derecho». Yo era anti-aborto, pero no pro-vida. Así que, cuando Sharon me preguntó si debía hacerse el aborto, le contesté con palabras al efecto de «no es mi cuerpo ni mi hijo, y no tengo derecho a decirte lo que tienes que hacer con ninguno de ellos». Le contesté con esas palabras, aunque yo sabía que ella estaba moralmente equivocada al abortar a su hijo no nacido. Me quedé callado porque creí erróneamente que no tenía derecho a decirle lo que debía hacer con su hijo por nacer.
Aunque tuve mucho tiempo para decirle a Sharon que reconsiderara aquella decisión apresurada de abortar a su hijo, me quedé callado. El viernes por la tarde me llamó para decirme que se había hecho el aborto. Dicen que el silencio es oro, pero en este caso demostró ser fatal para el hijo no nacido de Sharon y para nuestra relación.
Cuando Sharon regresó a la universidad, unos pocos días después, toda nuestra relación había cambiado dramáticamente. Nunca me iba a sentir igual con ella, ni con nosotros, ni conmigo mismo. Nunca le dije que estaba aterrado por haberse hecho ella el aborto, ni siquiera en las pocas ocasiones en que me preguntó. Me quedé callado una y otra vez. Hasta el día de hoy no tengo idea de cómo la afectó el aborto emocionalmente, pues nunca hablamos de eso. Como me sentía más y más aterrado por lo que ella había hecho y lo que yo no había dicho, mis sentimientos por ella desaparecieron.
Sharon regresó a casa al final del semestre, y no regresó a nuestra universidad. Sólo la vi una vez más después que dejó la escuela. Para ese entonces, mis sentimientos por ella prácticamente se había evaporado. Le dije que no quería tener una relación de larga distancia. Esa razón era parcialmente cierta. La otra razón, la que no le dije, era que ya no me interesaba a causa del aborto.
De manera que el resultado final del aborto de Sharon fue un niño abortado, una relación abortada, unos estudios universitarios abortados y al menos dos individuos heridos. Aunque en un final el niño era el que más había sufrido y perdido – su vida – Sharon y yo también sufrimos y perdimos. En toda esta prueba, no recuerdo haber clamado a Dios por ayuda ni una sola vez.
Pasó un año y me las arreglé para seguir adelante con mi vida. Sepulté bien adentro los sentimientos asociados con esa experiencia. Tuve relaciones con otras mujeres y pensé que había superado el aborto de Sharon. Me equivocaba, pues no lo había enfrentado adecuadamente. Al final, la culpa y el dolor del aborto de Sharon resurgieron.
No sé exactamente por qué esos sentimientos resurgieron o emergieron cuando lo hicieron. Quizá fue porque yo estaba comenzando a redescubrir mi fe. Tal vez fue por el primer aniversario del aborto de Sharon. A lo mejor fue porque un sacerdote amigo mío me preguntó cómo podía oponerme al aborto y ser pro-elección al mismo tiempo. Quizá simplemente no pude contener más tiempo las emociones. Es posible que fuera una combinación de los cuatro factores, o quizás Dios tenía algunas otras razones de las que no sé nada. De todas formas, este asalto fue peor que el primero en algunos aspectos.
La emoción más difícil de enfrentar era la culpa por haberme quedado callado mientras Sharon abortaba su niño no nacido. Estaba destruido por la intensa culpa de no haber intervenido a favor del niño por nacer de Sharon cuando ambos me necesitaban más. La madre del niño le había fallado. El padre del niño le había fallado. Yo le fallé. Pude haber sido la última posibilidad que tenía el niño para vivir.
Afortunadamente, esta vez sí me volví a Dios en busca de ayuda. Con la ayuda de un sacerdote amigo pude superar el dolor emocional y la culpa del aborto de Sharon. Por medio de él, Dios me ayudó a sanar esas heridas y a tomar partido en la lucha entre la vida y la muerte. He podido aceptar y abrazar las enseñanzas de mi Iglesia sobre el derecho de toda persona a la vida. Como aprendí, uno no puede estar a favor de la vida y estar por el «derecho» de una mujer a escoger la muerte para su hijo por nacer.
Como parte del proceso de recuperación y para hacer reparaciones por mi silencio pasado, comencé a participar en eventos a favor de la vida. Mi primera Marcha Por la Vida en Washington fue una experiencia tremenda para mí, debido a que pude hacer penitencia por mi silencio anterior al marchar por los derechos de los no nacidos. Desde entonces he participado en dos marchas más y en varios otros eventos pro-vida efectuados en mi diócesis. También hablé de mis experiencias en un retiro dirigido por mi amigo sacerdote. Estos eventos me han dado una oportunidad de intervenir a favor de la vida y no permanecer callado. Adicionalmente, con frecuencia oro por Sharon, para que ella busque el perdón de Dios y la sanación por haber abortado a su hijo por nacer.
Yo aprendí por las malas que el aborto no sólo mata al bebé en el vientre. Los fórceps y otros instrumentos que desgarran al bebé también desgarran los corazones y almas de la madre, el padre, el amigo, el hermano, la hermana, etc. Eso hiere a toda persona que quiere a la madre del niño por nacer. Un aborto tiene un efecto doloroso de dominó sobre cada uno de los implicados.
Una de las lecciones más importantes que Dios me ha enseñado mediante esta prueba es que no sólo tengo el derecho a intervenir a favor de la vida y en contra del aborto, sino que, como católico, tengo la obligación de hacerlo. No solamente tenía derecho a decirle a Sharon que no debía abortar a su hijo nonato, tenía la obligación de hacerlo como alguien que la quería. Tenía la obligación para con ella, para con Dios y, lo que es más importante, para con el niño, de decirle: «No tienes que abortar al niño. Hay alternativas. Hay personas que te ayudarán.»
He aprendido que el silencio es mortal. El silencio es una complicidad con el asesinato de un niño inocente. Ha aprendido a no estar callado.
Usted tampoco debería quedarse callado. Si alguien a quien quiere está pensando en un aborto, no debe quedarse callado. Debe decirle que lo que va a hacer está mal. No debe permanecer callado mientras ella comete el peor error de su vida. Sé que no hay garantía de que sus palabras la vayan a convencer de reconsiderar su decisión, pero si se queda callado, usted garantiza que no la reconsiderará. Usted no debe permanecer callado como una vez lo estuve yo.