Estado de exclusión

Tony Perkins | 29 de enero de 2014

Cuando el presidente Obama expuso su agenda anoche, había una cosa que faltaba: el Congreso. «Estoy deseoso de trabajar con todos ustedes» dijo él ante un salón repleto, sólo para pasarse la hora siguiente explicando cómo pensaba darles de lado. «Los Estados Unidos no está paralizado, ni tampoco lo estaré yo» -prometió el Presidente-. «Así que, dondequiera y comoquiera que yo pueda dar pasos sin la legislación para aumentar las oportunidades de más familias estadounidenses, eso es lo que voy a hacer». Incluso con esto, algunos de los mismos líderes que el Presidente había declarado irrelevantes se pusieron de pie y vitorearon.

El presidente de la Cámara, John Boehner (Republicano-Ohio) no fue uno de ellos. Antes que comenzara el discurso, Boehner advirtió a la Casa Blanca que chocaría contra «un muro de ladrillos» si insistía en esquivar a la legislatura. «Esta idea de que él sencillamente va a seguir solo… [nosotros] le vamos a tener que recordar que sí tenemos una Constitución y el Congreso es el que dicta las leyes». Hasta el senador Joe Manchin (Demócrata-Virginia Occidental), un miembro del propio partido del Presidente, expresó «preocupación» por el enfoque a la carta que tiene la Casa Blanca de las leyes de la nación.

«Cuando un Presidente puede escoger cuáles leyes va a obedecer, y cuáles va a ignorar, ya no es un Presidente», dijo el senador Ted Cruz (Republicano-Texas). Desafortunadamente, la filosofía de gobierno del Presidente se parece mucho a los eventos de anoche: él les habla a los líderes; no habla con ellos. El propio discurso, las 6,778 palabras, no contenía ninguna sorpresa real. Como de costumbre, el Presidente se las arregló para envolver su liberalismo extremo en un manto de clichés y lenguaje moderado.

Tan moderado, de hecho, que la Campaña por los Derechos Humanos (HRC) se quejó de que el hombre que ha hecho más por imponer la agenda de ellos que los últimos 43 presidentes tomados juntos, no había ido lo suficientemente lejos. Aunque el presidente Obama ha usado la palabra »«gay» 272 veces en  cinco años (lo cual es 270 veces más que el presidente Bush), la HRC se disgustó porque la Casa Blanca no elevó ese total con el discurso de anoche, y se quejó: «Desafortunadamente, el presidente Obama dejó pasar una buena oportunidad de usar el Estado de la Unión para mejorar las vidas de las personas LGBT…».  Bueno, puede que él no haya dicho lo suficiente, pero sí ha hecho más de la cuenta en el transcurso de sus dos mandatos con los beneficios federales, el «matrimonio» homosexual, «No pregunte, no diga», la política del Departamento de Estado, las contrataciones de personal, los proyectos de educación, la estrategia legal, la nominación de jueces y el «orgullo» militar. Ni siquiera eso satisface a su insaciable base, que, después de media década de coquetería del Presidente, deberían ser los votantes más felices en todos los Estados Unidos.

No fue fácil estar sentado en el salón de la Cámara, pero me las arreglé para no reírme en voz alta cuando el Presidente declaró que «el cambio climático es un hecho» (días después que el Canal de los reportes metereológicos anunciara las temperaturas más frías en un siglo). Por supuesto, nadie sintió deseos de sonreír cuando el Presidente metió las narices en los asuntos de los empleadores y exigió a los ejecutivos: «¡Denle un aumento a los Estados Unidos!». El cambio llegó después de la orden ejecutiva de la Casa Blanca, que aumentó el salario mínimo federal a los que trabajan en contratos federales. Pero, al contrario del gobierno, los hombres de negocios no tienen un suministro ilimitado de dinero (y mucho menos después de las regulaciones e impuestos que les ha aplicado la presente Administración).

Como muchas de las propuestas del Presidente, aumentar el salario mínimo suena como una buena idea hasta que usted considera realmente los efectos prácticos. En este caso, es economía básica. Las personas que dependen más del ingreso mínimo son las más perjudicadas por el aumento del mismo. Para costear salarios más altos, los negocios tienen que aumentar los precios, lo cual,  por lo menos, neutraliza el aumento de la paga, y en algunos casos les puede costar más a las familias. Algunas compañías tienen que eliminar puestos de trabajo. Además, incrementa la demanda de trabajadores indocumentados, dispuestos a aceptar los mismos trabajos por menos dinero. La mayoría de los negocios quisieran invertir en el bienestar de sus trabajadores, pero sus manos están atadas por los impuestos más altos, las regulaciones y el ObamaCare de esta Administración. Pedirles a las compañías que hagan eso ahora, cuando están tratando de sobrevivir ante las otras exigencias del gobierno, es como pedirles que hagan ladrillos sin paja. Como dijo Peter Roskam (Republicano–Illinois), el Presidente «no se da cuenta de que él es en realidad parte del problema por el crecimiento económico increíblemente lento».

Como es usual, el Presidente siguió dando un diagnóstico falso de los problemas de los Estados Unidos con relación a la pobreza y el desempleo, al decir que «una de las mejores inversiones que podemos hacer en la vida de un niño es una educación de alta calidad» mientras ignoraba al mismo tiempo la mejor inversión en la vida de un niño: un papá y una mamá casados. A una familia intacta le va mejor económicamente que a una destruida. A sus niños les va mejor en la escuela y los colegios preuniversitarios en mayor medida que a los de familias no intactas. Pero en vez de reconocer el papel de la familia, su Administración la castiga. Apenas ayer, la NPR [National Public Radio – Radio Público Nacional] explicó cómo el divorcio ayudaba a incrementar el subsidio del seguro médico bajo el sistema del Presidente. Si, después de esperar cinco años, queremos una esperanza y un cambio real tenemos que elaborar políticas que edifiquen familias más fuertes y una economía más fuerte. Y no podemos hacer eso sin enfocarnos en el estado de nuestras uniones.

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