No se equivoque: los que quieren controlar las armas desean despojarle de su derecho a la defensa propia

Scott Morefield | 26 de marzo de 2018

(Townhall.com) – En agosto de 1999, el granjero británico Tony Martin, cuya casa y granja habían sido invadidas muchas veces en el transcurso de los años, agarró una escopeta de «mazorca» y abrió fuego contra un par de ladrones que descubrió en su casa, matando a Fred Barras, de 16 años, e hiriendo a Brendon Fearon, de 33, en la pierna.

En vez de ofrecerle ayuda legal gratis, y quizás hasta una medalla por su acto de heroísmo, Martin fue arrestado por las autoridades británicas, acusado de asesinato y de heridas con intención y sentenciado a cadena perpetua Aunque su sentencia fue finalmente reducida a homicidio, a Martin le negaron su libertad anticipada basándose en el hecho de que no había mostrado «remordimiento, y seguiría siendo una amenaza para…»

Escuche esto…

«…cualesquiera otros ladrones».

En cuanto al ladrón que sobrevivió, el tiempo que estuvo en prisión, un total de 18 meses de una sentencia de 3 años, resultó siendo menor que los tres años que Martin tuvo que soportar por defender su casa. Para colmo de injusticia, al criminal habitual le concedieron £5,000 en ayuda legal para acusar a Martin por «pérdida de ingresos».

En agosto de 2010, el canadiense Ian Thompson se despertó y halló a cuatro hombres enmascarados parados en su jardín, gritándole amenazas de muerte y lanzando bombas de fuego a la casa y la propiedad circundante. Tristemente, el minuto o más que le tomó a Thompson  sacar su arma de su estuche con candado, cargarla, salir y hacer tres disparos de advertencia a los intrusos para asustarlos fue un tiempo demasiado corto para las autoridades canadienses, que acusaron a Thompson de tener la munición de su arma «demasiado accesible».

¿Qué sentido tiene disponer de leyes de armas con «sentido común», si uno no puede acceder a sus armas antes que los incendiaros puedan tener éxito en quemarle su casa?

Antes de conformarse con la acusación de «guardar descuidadamente un arma de fuego» que fue finalmente desechada por un juez, las autoridades habían tratado de acusar a Thompson de «uso descuidado» y de «apuntar» un arma de fuego. Al parecer se dieron cuenta que un jurado podría simpatizar con un dueño de casa que usara un arma contra unos hombres que trataban quemarle la casa. Afortunadamente, Thompson salió libre de esta, pero no sin perjuicios, lo cual es un testimonio a favor de un poco de sentido común pero también de lo absurdo de las leyes de armas de Canadá, redactadas pobremente.

En otro caso de supuesta culpabilidad de los propietarios de casa que se defendían de agresores, Andy y Tracey Ferrie pasaron tres noches en la cárcel mientras los fiscales británicos decidían si acusarlos o no por causar lesiones corporales, luego de disparar una escopeta a una pandilla de cuatro hombres que penetraron en su hogar en mitad de la noche. Sí, las autoridades terminaron haciendo lo correcto al final, pero en primer lugar ¿debían haber sido arrestados?

Mientras tanto, aquí en los Estados Unidos, Tonya Wooten, de 52 años, fue arrestada en diciembre pasado y se halla en espera de cargos, luego de dispararle a un ex novio que trató de patear la entrada al apartamento de ella en Nueva York. ¿Su delito? No tener su arma registrada en Nueva York, aunque era legal en Carolina del Norte, su anterior estado de residencia.

Pudiéramos seguir una y otra vez con casos como estos; por supuesto, cada uno con sus detalles propios y especulaciones de  «¿qué hubiera pasado si…?», pero cada uno marcado por un rasgo común de profunda injusticia, al menos para los que como nosotros apreciamos el valor del derecho inherente, dado por Dios, a la autodefensa. Ese rasgo común de injusticia profunda es causado, no tan siquiera por el bien y el mal que son innatos a las acciones humanas de todas las personas involucradas, sino por las absurdas políticas gubernamentales y las leyes draconianas redactadas como si fuera para hacer víctimas a las buenas personas que se defienden con éxito de los que les quieren hacer daño.

Leyes que parecen más preocupadas por la protección de los ladrones que por la de las víctimas.

Leyes que parecen más preocupadas por si un arma estaba o no en el lugar correcto de la casa de alguien en vez de que un individuo pueda defenderla adecuadamente.

Leyes que parecen más preocupadas por el hecho de que un arma fue disparada que por detener a los criminales a los que les dispararon el arma.

Leyes que parecen más preocupadas por si un arma está o no registrada apropiadamente que por reconocerle a una mujer el derecho a protegerse de un asaltante violento.

Leyes que, incluso cuando las cosas salen bien al final, colocan a las buenas personas en la situación trágica de tener que defenderse por acciones que la mayoría consideraría inherentemente correctas.

A raíz del tiroteo de Parkland, se ha desarrollado un movimiento entre muchos jóvenes de los Estados Unidos, un movimiento que pretende detener la violencia con las armas al prohibir o al menos dictar regulaciones estrictas contra las propias armas. Sin embargo, ¿cuántos criminales obedecerán las leyes que ellos piden? Es más: ¿cuántos nuevos criminales –que de otra forma respetarían las leyes – no crearán las nuevas leyes?

Después de todo, si una ley está en los libros debe ser implementada, ¿verdad?

Durante el evento del sábado de la «Marcha por Nuestras Vidas» las pocas cosas buenas que dijeron los jóvenes activistas del control de armas fueron opacadas por el absurdo, y una de las más ridículas fue la de una estudiante que le dijo a la multitud que vitoreaba: «Las armas no defienden; lo que hacen es matar, mutilar y destruir».

El problema es, como cualquiera con un mínimo de sentido común sabe, las armas en las manos correctas sí defienden.

Entonces, ¿cuántas buenas personas que se defienden con armas estarán dispuestos esos manifestantes a poner tras las rejas para promover su agenda izquierdista?

Pues los Estados Unidos, a pesar de la Segunda Enmienda, están a la distancia de unas pocas «leyes de sentido común» de Gran Bretaña y Canadá, países que no sólo han restringido severamente las armas, sino que en consecuencia e inevitablemente han restringido de manera severa el derecho de sus pueblos a defenderse.

Porque ese SIEMPRE es el paso siguiente.

Años más tarde, Martin sigue sin arrepentirse de su papel en lo que sucedió aquel día fatídico de 1999.

«Lo he dicho antes y lo diré de nuevo: todo hombre tiene el derecho de defender su casa» -le dijo al Daily Mail en 2009 -. «Esa es la marca de una sociedad civilizada. Nada que haya ocurrido desde mi problema me ha hecho cambiar mi opinión al respecto».

«El argumento siempre ha sido que, si en cada pueblo hubiera un Tony Martin en potencia, la cantidad de robos disminuiría« -opinó el Daily Mail– «Pero, ¿eso haría a nuestra sociedad más civilizada?».

Si una persona «civilizada» puede leer los relatos que encabezan este artículo sin conmoverse, quizás entonces deberíamos reevaluar la definición.

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