¿Por qué tantos odian a Estados Unidos?

Ramon Arias | 20 de agosto de 2013

¿Por qué nos odian? Es la pregunta que millones de norteamericanos se hacen continuamente. Las respuestas son variadas, dependiendo de la inclinación religiosa, filosófica e ideológica, de quién da la respuesta.

Entre las respuestas más conocidas y aceptadas son: “nos odian porque somos una nación muy próspera, democrática, libre, tolerante, promovemos esos valores y somos la única potencia en el mundo”. Por otro lado, hay quienes afirman que precisamente porque el querer exportar el estilo de vida norteamericana es lo que causa ese odio. Aunque parecería que son respuestas correctas, no lo son. Hasta este momento no he escuchado que las respuestas que se den sean las acertadas.

Este odio contra Estados Unidos se hace evidente vez tras vez en las reuniones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en las que los presidentes y jefes de estado invitados usan sus mensajes para criticar y humillar a los Estados Unidos. La orquestación de criticas es evidente a todo el mundo.  

Mientras vivía, Hugo Chávez logró expresar el sentimiento de la mayoría de los gobernantes del mundo, quienes le celebraron y aplaudieron sus feroces y denigrantes ataques contra el Presidente Bush y contra la sociedad norteamericana. Chávez afirmó, ante los reporteros, que muy pronto los Estados Unidos perderían su lugar como líder del mundo: “El Imperio de los Estados Unidos va de bajada y en un futuro cercano terminará, Inshallah”. Terminó con la frase árabe que significa Dios mediante.

Millones de norteamericanos están asombrados por la reacción mundial del odio que se les tiene. No comprenden cómo es posible que esto esté sucediendo. Estados Unidos es la nación más generosa del mundo, responde a las catástrofes mundiales con una enorme aportación de ayuda. Está lista para ayudar a quienes piden su ayuda de diversas maneras. Alimentan anualmente a millones de personas necesitadas. Las aportaciones que hacen al año son de miles de millones de dólares para las diversas causas y necesidades. Con todo y esto, no ha sido suficiente para que la mayoría, en el mundo, cambie su odio.

Millones vienen a la nación de manera legal y de manera ilegal para apropiarse del sueño americano. Millones imitan el estilo de vida norteamericano por todo el mundo. Entonces, ¿por qué tanto odio?

Puede ser que la respuesta que daré les aclare a muchos la razón de este odio, otros no quedarán satisfechos, tal vez incomode a algunos o se me juzgue de loco.

La verdad es que el nivel de odio que se respira en contra de la nación no tiene nada que ver con la apreciación que la mayoría tiene y que cree que es la razón de este odio. No es por lo que la nación tiene en su poderío militar, materialista, económico, científico o tecnológico. Es más bien por lo que dejó de ser, una nación que buscaba estar bajo Dios. No olvidemos que esta nación nació como una nación, o república, cristiana, ése es su verdadero fundamento, eso fue lo que verdaderamente le dio su grandeza y admiración favorable en el mundo. Al dejar de construir sobre este fundamento comenzó a tener la indignación, no solo del mundo, sino de Dios mismo.

Recordemos lo más básico que hace que una nación sea engrandecida y admirada por todos lo encontramos en lo que dijo Salomón: “La justicia enaltece a una nación, pero el pecado deshonra a todos los pueblos” (Proverbios 14:34). Tú sabes perfectamente bien que la maldad predomina en toda la nación y esto es algo que deshonra y provoca la indignación de Dios, no sólo hacia los Estados Unidos, sino a toda nación.

No debemos culpar el odio que se le tiene a la nación por parte de los islamistas radicales, de los socialistas europeos, de los latinoamericanos, los caribeños, los africanos; de los chinos, los norcoreanos y los cubanos, con su comunismo, y otras corrientes de creencias. Es tiempo de aceptar la verdad y esa verdad es que la rebelión y el odio de la mayor parte de esta sociedad en contra de Dios y de Sus estatutos es lo que ahora se ve reflejado en el odio que va en aumento en el mundo hacia Estados Unidos. No reconocer esta verdad y querer decir que son otros factores por los que se nos odia no es otra cosa más que una peligrosa y soberbia negación, ignorancia hacia lo históricamente revelado, a imperios y naciones, o una demagogia barata al ignorar la justicia de Dios.

Cuando Salomón afirmó que: “Cuando los caminos del hombre son agradables al SEÑOR, aun a sus enemigos hace que estén en paz con él” (Proverbios 16:7), no deja lugar a dudas su significado. Salomón mismo experimentó una paz nacional que su mismo padre David no había experimentado por las luchas que éste libró contra las naciones vecinas. Pero Dios le había prometido a David que en el reinado de Salomón la nación tendría paz y así fue hasta que Salomón se rebeló en contra de Dios y su heredero al trono trajo la división nacional. Cuando los caminos de la nación son agradables a Dios, históricamente está demostrado que hace que los enemigos de esa nación estén en paz con ella.

Hasta este momento, Estados Unidos no ha sido invadido ni destruido por otra nación, o naciones, no porque no quieran o puedan, sino porque Dios lo ha detenido, por ahora. Pero esto no quiere decir que no pueda suceder. No seamos tan ingenuos ni tampoco busquemos refugiarnos en la idea de que el poderío militar o económico salva a una nación, la historia desmiente esta lógica.

Haríamos bien en aprender de Nehemías, quien hace un recorrido histórico del comportamiento de los israelitas desde que salieron de la esclavitud de Egipto hasta que la nación de Israel de nuevo se encontraba en una total desgracia. Prestemos mucha atención y aprendamos cuál fue la verdadera causa:

“Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo; los hiciste entrar en la tierra que bajo juramento les prometiste a sus padres. Y sus hijos entraron en la tierra y tomaron posesión de ella. Ante ellos sometiste a los cananeos que la habitaban; les entregaste reyes y pueblos de esa tierra, para que hicieran con ellos lo que quisieran. Conquistaron ciudades fortificadas y una tierra fértil; se adueñaron de casas repletas de bienes, de cisternas, viñedos y olivares, y de gran cantidad de árboles frutales. Comieron y se hartaron y engordaron; ¡disfrutaron de tu gran bondad! Pero fueron desobedientes: se rebelaron contra ti, rechazaron tu ley, mataron a tus profetas que los convocaban a volverse a ti; ¡te ofendieron mucho! Por eso los entregaste a sus enemigos, y éstos los oprimieron. En tiempo de angustia clamaron a ti, y desde el cielo los escuchaste; por tu inmensa compasión les enviaste salvadores para que los liberaran de sus enemigos. Pero en cuanto eran liberados, volvían a hacer lo que te ofende; tú los entregabas a sus enemigos, y ellos los dominaban. De nuevo clamaban a ti, y desde el cielo los escuchabas. ¡Por tu inmensa compasión muchas veces los libraste! Les advertiste que volvieran a tu ley, pero ellos actuaron con soberbia y no obedecieron tus mandamientos. Pecaron contra tus normas, que dan vida a quien las obedece. En su rebeldía, te rechazaron; fueron tercos y no quisieron escuchar. Por años les tuviste paciencia; con tu Espíritu los amonestaste por medio de tus profetas, pero ellos no quisieron escuchar. Por eso los dejaste caer en manos de los pueblos de esa tierra. Sin embargo, es tal tu compasión que no los destruiste ni abandonaste, porque eres Dios clemente y compasivo….Tú has sido justo en todo lo que nos ha sucedido, porque actúas con fidelidad. Nosotros, en cambio, actuamos con maldad. Nuestros reyes y gobernantes, nuestros sacerdotes y antepasados desobedecieron tu ley y no acataron tus mandamientos ni las advertencias con que los amonestabas. Pero ellos, durante su reinado, no quisieron servirte  ni abandonar sus malas obras, a pesar de que les diste muchos bienes y les regalaste una tierra extensa y fértil. Por eso ahora somos esclavos, esclavos en la tierra que les diste a nuestros padres para que gozaran de sus frutos y sus bienes. Sus abundantes cosechas son ahora de los reyes que nos has impuesto por nuestro pecado. Como tienen el poder, hacen lo que quieren con nosotros y con nuestro ganado. ¡Grande es nuestra aflicción! Por todo esto, nosotros hacemos este pacto y lo ponemos por escrito, firmado por nuestros gobernantes, levitas y sacerdotes” (9:23-31, 33-38).

¿Ha cambiado Dios Su ética porque vivimos en otros tiempos? ¿Ha cambiado Dios Sus exigencias morales porque no somos la nación antigua de Israel? Muchos erróneamente, y porque así conviene a sus intereses meramente terrenales, afirman que Dios ha cambiado sus exigencias éticas, ¿pero que dice la Biblia al respecto? o ¿quién es nuestra máxima autoridad, el ser humano o Dios? El salmista habla de la inmutabilidad de Dios al expresar: “Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin”. (Salmos 102:27)

Dios mismo por medio del profeta Malaquías habla de su inmutabilidad: “Yo, el Señor, no cambio…” (3:6)

El escritor de la carta a los Hebreos afirma que Dios y Jesucristo son los mismos desde todos los tiempos (1:12; 13:8). El apóstol Santiago en su carta reafirma la naturaleza de Dios: “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras”. (Santiago 1:17)

 

La antigua nación de Israel quedó como un modelo de lo que debe ser una nación que refleje los valores del carácter ético moral de Dios. A Él le interesa que una persona, una familia o una nación demuestre los beneficios de serle fiel a Dios y a Sus preceptos. Esa manifestación estimula a otros a querer aplicar los mismos principios para obtener los mismos beneficios. Desde un principio ha sido el plan de Dios, así se lo dijo a la nación de Israel y así se lo dice a Estados Unidos de Norteamérica: “Miren, yo les he enseñado los preceptos y las normas que me ordenó el Señor mi Dios, para que ustedes los pongan en práctica en la tierra de la que ahora van a tomar posesión. Obedézcanlos y pónganlos en práctica; así demostrarán su sabiduría e inteligencia ante las naciones. Ellas oirán todos estos preceptos, y dirán: En verdad, éste es un pueblo sabio e inteligente; ¡ésta es una gran nación! ¿Qué otra nación hay tan grande como la nuestra? ¿Qué nación tiene dioses tan cerca de ella como lo está de nosotros el Señor nuestro Dios cada vez que lo invocamos? ¿Y qué nación hay tan grande que tenga normas y preceptos tan justos, como toda esta ley que hoy les expongo?” (Deuteronomio 4:5-8)

El odio del que ahora somos testigos en contra de Estados Unidos terminará sólo cuando ésta se determine a ser una nación bajo el gobierno de Dios. Ningún otro plan funcionará, así lo ha establecido Dios y Él no cambia. Toda persona que profesa su lealtad a los absolutos de Dios como están revelados en Su Palabra debe renovar su pacto con Dios de la misma manera que lo hicieron en el tiempo de Nehemías las autoridades Israelitas: “Por todo esto, nosotros hacemos este pacto y lo ponemos por escrito, firmado por nuestros gobernantes, levitas y sacerdotes”. (Nehemías 9:38)

Esto es lo que espera Dios de cada creyente y no cederá a nada menos. Es tiempo de recordar lo que implica ese pacto con Dios y vivirlo en toda nuestra vida cotidiana. Ésta es la única acción que salvará a la nación, no sólo del odio de otras naciones, sino del juicio de Dios mismo que puede eliminar la condición actual de la nación.

No lo digo yo, la historia de la humanidad nos lo está advirtiendo.

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