Un Apocalipsis escurridizo: El fin del mundo a causa del calentamiento global sigue postergándose

Troy Senik | 25 de septiembre de 2013

Harold Camping es una de esas figuras que personifica el dicho de Andy Warhol: «En el futuro, todo el mundo tendrá fama mundial durante quince minutos». Si el nombre de Camping suena vagamente familiar es porque el evangelista radial obtuvo brevemente los titulares nacionales hace unos pocos años con su predicción de que el mundo llegaría a su fin el 21 de mayo de 2011.

Cuando eso falló, Camping subsiguientemente «reinterpretó» su visión para predecir una desaparición el 21 de octubre de 2011 –al parecer, había sido víctima de un error de imprenta divino. Después que esa fecha también pasó, Camping se sometió a la única reacción posible: se calló la boca. Muchos de los grupos cristianos más importantes se mantuvieron alejados de él, pues no querían que sus adherentes creyeran que la lealtad a su fe exigía estar de acuerdo con la rara clase de profecías de Camping.

Es instructivo que Camping y sus seguidores, que creían que estaban recibiendo revelaciones de la verdad divina, demostraran tener una mayor capacidad de reconocer su error que los devotos, igualmente apocalípticos, de la teoría del calentamiento global catastrófico, que es al parecer el fruto de una ciencia rigurosa y humilde.

En 2007, la BBC, citando a un científico estadounidense que decía que sus predicciones eran «conservadoras», pronosticó que el calentamiento global iba a dejar al Ártico completamente desprovisto de hielos para el verano de este año. Pero cuando la estación concluyó, el fin de semana pasado, el Polo Norte tenía un 60 por ciento más de hielo que el año anterior. El Paso del Noroeste había estado cerrado por los hielos el año entero. 

Fue también en 2007 que el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, de las Naciones Unidas (IPCC) –que terminaría por compartir un Premio Nobel con Al Gore– emitió un informe sobre la amenaza para el planeta, con un incremento previsto en las temperaturas globales de 0.36 grados Fahrenheit por década. Una fuga reciente de la próxima actualización del Panel a ese informe reconoce que el aumento real fue de sólo 0.09 grados. En otras palabras, los hombres y mujeres que quieren que sus adivinaciones sean la base de la política económica occidental exageraron la amenaza en cuatro veces. 

Un estudio de 1,000 páginas publicado la semana pasada por el Panel No-Gubernamental sobre el Cambio Climático del Instituto Heartland (que se basó en muchas de las mismas fuentes que el IPCC) dio una nota mucho menos alarmista, al no encontrar un calentamiento estadísticamente significativo durante los quince años anteriores. El Panel dijo que la amenaza era tan pequeña que estaba «formando parte de la variabilidad del sistema natural del clima». Atemperada, empírica, moderada, así es como luce la ciencia real. 

El problema de la religiosa certeza con la cual la izquierda se enfoca en el calentamiento global (estas son personas que en realidad comparan a los escépticos de una teoría muy cuestionada con los escépticos del Holocausto) es que no pueden responder las muchas preguntas que deben ser respondidas para hacer un estimado razonable de cómo el gobierno debe responder (o si debe responder) al cambio climático: ¿Es real? Si es así, ¿cuán peligroso es? ¿En qué medida es causado por el comportamiento humano? ¿Es posible frenar o detener su avance? Si es así, ¿los beneficios de tales acciones exceden los costos?

No encontrará ninguna de tales meditaciones en la izquierda, en particular, no del presidente Obama, que dijo en su Segundo Discurso Inaugural:

 «Responderemos a la amenaza del cambio climático, sabiendo que si el no hacerlo sería una traición a nuestros hijos y a las generaciones futuras. Puede ser que algunos todavía nieguen el abrumador juicio de la ciencia, pero nadie puede evitar el impacto devastador de los incendios incontrolables, y las dañinas sequías y de más tormentas poderosas.» 

Aparte del melodrama, hay algunas exageraciones de los hechos aquí. Como señaló recientemente Roger Pierce, de la Universidad de Colorado, ante el comité Senatorial del Ambiente y las Obras Públicas: «Es desorientador, y simplemente incorrecto, decir que los desastres asociados a los huracanes, tornados, inundaciones o sequías se han incrementado en el tiempo, ya sea en los Estados Unidos o en el mundo. Es aun más incorrecto asociar los aumentos en los costos de los desastres con la emisión de gases de invernadero».

La exageración liberal tiene un precio. Usar un lenguaje ligeramente menos ominoso para describir las consecuencias del calentamiento global podría haber costado a la izquierda un poco de impacto con el asunto, pero no tanto como le costará con el tiempo, cuando las predicciones de desolación no produzcan fruto. Por cierto, una encuesta de Pew en junio, que arrojó que el 60 por ciento del público estadounidense estaba renuente a clasificar el calentamiento global como una «gran amenaza», podría ser un indicador mayor de lo que ya está ocurriendo.

Usted podría pensar que, para ahora, el presidente Obama –el de los proyectos listos para empezar, del «puede quedarse con su seguro de salud si lo desea» y el de la raya roja en Siria– habría aprendido una lección o dos respecto a eso de estar demasiado seguro de cómo funciona el mundo. O usted podría pensar que, como Harold Camping, al menos haya aprendido a callarse la boca.

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