Dios contra el Socialismo: Las sendas por las que vamos hacia nuestra destrucción

Dr. Joel McDurmon | 16 de diciembre de 2015

(AmericanVision.org) – Aunque es útil recordar que la definición técnica de «Socialismo» es bastante estrecha y que con esa definición debemos darnos cuenta que el «Socialismo» es ciertamente una filosofía política y económica muerta, no podemos ser tan esquemáticos que ignoremos lo obvio. Sea que el gobierno técnicamente posea o no los medios de producción, o sea que el gobierno sencillamente meta la mano en todas partes, eso es sólo una cuestión de matices. Yo digo que ambos casos son socialismo, ya que ambos parten del mismo principio: el gobierno roba.

No podemos ignorar lo que es obvio: Marx está muerto y es cosa del pasado, sin embargo su manifiesto todavía ronda nuestra cultura de maneras que se pueden demostrar.

De God versus Socialism [Dios contra el Socialismo]:

La gente no tiene idea de la cantidad de libertad que hemos perdido, de cuán lejos hemos ido.

No es una exageración decir que los Estados Unidos no son lo que solían ser. Muchas personas que aman a nuestro país enseguida se identificarán con este sentir. Lo que hay que hacer, no obstante, es recordarle a la gente cómo y de qué maneras hemos cambiado. La ruta que hemos seguido y dónde hemos terminado necesitan un comentario.

No hace mucho, los cristianos y los conservadores de este país se definían políticamente por ser opositores del comunismo. Apenas escuchamos nada de eso hoy. La idea de que el comunismo era una amenaza real hasta hace poco, pero hoy está totalmente olvidado, presenta un ejemplo clásico de lo corta que es la memoria del público estadounidense. Mencione al marxismo en una conversación actualmente, y de seguro que en unos momentos se queda solo. A nadie le importa; es historia. El muro cayó; nosotros ganamos; pasemos a otro tema.

Sí, el Muro de Berlín cayó, pero cayó en dirección a nosotros. Nadie habla de eso. La Unión Soviética cayó, pero el marxismo y el socialismo hace mucho que inundaron toda la civilización occidental y la oriental. Los Estados Unidos no son una excepción. El marxismo es historia, sí, pero las influencias del marxismo y de las diversas ideas del socialismo nunca han sido más peligrosas que ahora, cuando están listas para propagarse todavía más a todas las esferas del gobierno, y mientras nosotros seguimos dormidos al respecto.

Entonces, permítanme exponerles los problemas de los Estados Unidos según los veo yo. Primero: nos jactamos de una economía de mercado libre y de la propiedad privada de las cosas, pero esas ideas no son más que fantasmas mientras exista el impuesto a la propiedad, que es apenas algo más que un alquiler que se paga al gobierno. Si usted no cree eso, trate de pasar un año o dos sin pagar su impuesto a la propiedad y sabrá quién es el dueño de la casa. Le pondrán una multa, lo echarán a la cárcel o «su» propiedad será embargada o confiscada. No podemos dejar de pagarle la renta al gobierno. Que tenemos un mercado libre es igualmente ridículo, indefensible a la luz de los acontecimientos recientes. Si la Reserva Federal puede «imprimir» dinero a voluntad, y la Tesorería de los EE.UU. puede comprar acciones en los bancos, entonces el mercado no está libre de la manipulación ni la intervención del Estado.

Segundo: tenemos un impuesto sobre la renta que es marcadamente progresivo (o «gradual»). Para los pocos que no lo saben: «gradual» significa que los que ganan más dinero no sólo pagan más impuestos según un porcentaje igualitario, sino que además deben soportar la carga de un porciento mayor. Una riqueza mayor está gravada de manera desproporcionada, lo cual penaliza el éxito financiero. El sistema gradual es injusto, arbitrario y antibíblico. Los Estados Unidos instituyeron el impuesto gradual sobre la renta mediante la Decimosexta Enmienda, en 1913. Desde entonces ha sido incrementado muchas veces, de manera desproporcionada.

Tercero: tenemos leyes duras contrarias a la familia, que incluyen el impuesto a la herencia. En otras palabras, cuando usted muere y le deja su riqueza a sus hijos u otras personas designadas, el gobierno se apodera de entre el 18 y el 55% de la cantidad. Esto es una negación del carácter sagrado de la familia como unidad y del derecho de las familias a determinar el uso de su propia riqueza. También es un doble impuesto a la propiedad y un intento descarado de penalizar la riqueza. Atenta contra la fortaleza de las familias exitosas, porque reduce la capacidad de los padres para asegurar el futuro de sus hijos. Por lo tanto, es un ataque a la estructura de la familia tradicional y al liderazgo de la sociedad en general.

Cuarto: casi inmediatamente después que los Estados Unidos implantaron el impuesto sobre la renta en 1913, llegó el menos obvio Impuesto de Inflación estadounidense, que llegó bajo la forma de la Reserva Federal. El primer banco central de los EE.UU. fue propuesto por Alexander Hamilton y creado en 1791. Lo cerraron veinte años después y siguió abriendo y cerrando de manera intermitente debido a la oposición generalizada, hasta que la forma encubierta emergió en forma de ley en 1913…. Con los acontecimientos recientes, la ruina de muchos bancos ha dejado apenas unos pocos bancos mayores funcionando. Esta «crisis» y las acciones inmorales del Congreso de aprobar las distintas «ayudas» han acercado a nuestro banco central a un monopolio exclusivo.

Quinto: tenemos muchos programas gubernamentales enormes y subsidiados. Todos ellos son transferencias de riqueza basadas en factores que no tienen nada que ver con el mercado. Hay demasiados para nombrarlos aquí, pero los subsidios a las granjas vienen a la mente: a los granjeros se les paga de distintas formas para manipular los precios de las cosechas en general. Solamente el etanol ha recibido subsidios del orden de los $10 mil millones. Eso desvía al maíz de otros mercados hacia uno que de otra manera estaría liquidado (el etanol nunca tendría salida en un mercado libre); el público no solamente tiene que pagar los $10 mil millones, sino que además sufre un aumento del precio de la carne y otros productos que requieren un maíz que, de lo contrario, tendría precios de mercado. Esos miles de millones son una parte minúscula de todo el presupuesto de subsidios que el gobierno otorga, que en 1995 – 2000 está alrededor de $262 mil millones.1

Sexto (y final, por ahora): tenemos una educación pública obligatoria, regulada al nivel federal, estatal y local. Es «obligatoria» porque incluso si enseñamos en casa o en una escuela privada a nuestros hijos, estaremos obligados a pagar impuestos para la educación pública. Es «pública» porque los impuestos se emplean para financiar escuelas manejadas por el gobierno. Esta educación mantenida con los impuestos es presentada como gratis, por supuesto, pero es gratis solamente para los que no pagan impuestos a la propiedad. Nuestro gobierno gasta alrededor de $700 mil millones cada año en la educación pública, apenas en los niveles primario y secundario. El Estado determina cómo, cuándo y qué va usted a enseñar a sus hijos. Si la gente quiere participar en ese sistema, no tengo reparos, pero no me obliguen a mí a pagarlo. Eso es un hurto de libertad. Además, cuando las escuelas funcionan legalmente como «en lugar de los padres», el Estado ha usurpado de nuevo el papel de la familia.

¿Por qué la preocupación?

La preocupación por esos aspectos particulares de los Estados Unidos actuales – y créanme, que hay muchos otros – es que todos ellos son innovaciones impuestas al país en oposición directa a la forma estadounidense de vida. Aún más importante es la fuente histórica de estos puntos en discusión:

Los he tomado, todos ellos, del Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels.

La razón por la cual estos aspectos son antiestadounidenses y antibíblicos es que su fuente fue antiestadounidense y anticristiana por principio.

Lo que he descrito arriba abarca apenas siete de las diez «sendas» del Manifiesto Comunista. Probablemente pueda esforzarme para mostrar otras, pero no tengo el tiempo ni la necesidad. Los puntos relevantes son estos (1, 2, 3, 5, 7, 9, 10): 

(1)   Abolición de la propiedad de la tierra y aplicación de todas las rentas de la tierra a fines públicos.

(2)   Un impuesto sobre la renta altamente progresivo o gradual.

(3)   Abolición de todos los derechos de herencia.

(5)   Centralización del crédito en manos del Estado, por medio de un banco nacional con capital estatal y un monopolio exclusivo.

(7)   Aumento de las fábricas e instrumentos de producción propiedad del Estado.

(9)   Combinación de la agricultura con industrias manufactureras.

(10) Educación gratis para todos los niños en escuelas públicas.

También están claros los vínculos históricos. Por ejemplo, la inspiración del impuesto gradual sobre la renta en los Estados Unidos procede directamente del marxismo. El vínculo es directo e inconfundible. El primer grupo que en la historia estadounidense abogó por un impuesto gradual sobre la renta fue el Partido Socialista Laborista, una colección de marxistas militantes que había sido fundada originalmente como el «Partido del Trabajador de América» en la República Popular de Nueva Jersey en 1876. Su plataforma de 1878 declaraba desvergonzadamente que «luchamos por adquirir el poder político».2 Entre sus numerosas «demandas sociales» estaba «un impuesto progresivo sobre la renta y un impuesto a las herencias, pero que estén exentos los ingresos más bajos».

El efímero Partido Populista les siguió en 1892. Su plataforma denunciaba «una vasta conspiración contra la humanidad» para desmonetizar la plata y monopolizar el oro en las manos de unos pocos, entre otras cosas. El documento contenía una verbosidad clásica marxista, que acusaba a los «accionistas» de querer «reducir el valor… del trabajo humano» y de «cebar a los usureros, a la empresa en bancarrota y esclavizar a la industria».3  El partido desapareció rápidamente, pero tuvo una influencia duradera, y una buena parte de su plataforma fue adoptada por el Partido Demócrata en el siguiente año electoral.

Fue entonces en 1896 que William Jennings Bryan pronunció el más famoso discurso político de la historia de los Estados Unidos: el discurso de la «Cruz de Oro». Bryan adaptó ideas de los anteriores grupos marxistas para agradar a los oídos estadounidenses y persuadir a los corazones estadounidenses. Casi dos años antes él había argumentado a favor del impuesto sobre la renta, al que ahora llamaba «una ley justa» y presionaba por la inflación del suministro de dinero. El éxito de su discurso se debió a que entretejió adecuadamente el marxismo y el lenguaje cristiano. Frases como «la protección [de las tarifas] ha dado muerte a sus miles, y el patrón oro a sus decenas de miles» hicieron eco en las mentes religiosas que de manera irreligiosa envidiaban la riqueza de otras gentes. Llamó a su cruzada «una causa justa» y «santa». Era una propaganda política brillante. Al unir en yugo desigual a Marx y a Cristo (2 Co. 6:14–18), Bryan planteó que el patrón oro sería una crucifixión de las «masas productoras» y de las «masas esforzadas». Las famosas frases finales usaban los sufrimientos de Cristo para la agenda marxista: «No deben colocar sobre la frente del obrero esta corona de espinas: no deben crucificar a la humanidad en una cruz de oro». Por millones, los cristianos se creyeron esta retórica. Decenas de millones todavía se la creen.

Para que no olvidemos la naturaleza fundamentalmente antirreligiosa de esta senda del socialismo en el país, la plataforma del Partido Socialista de 1887 exigía «La separación de todos los asuntos públicos de la religión; que la propiedad de la Iglesia esté sujeta a impuestos» (note la ironía aquí: la Iglesia no podía estar involucrada en los asuntos públicos, pero la  tesorería pública debía beneficiarse de la propiedad de la Iglesia). Lo que el Partido Socialista no había podido lograr con su plataforma explícitamente antieclesiástica, Bryan y sus demócratas lo lograron al apropiarse del lenguaje bíblico para decir lo mismo.

De la misma forma, la socialización de la educación se deriva directamente de la obra de los primeros socialistas de los Estados Unidos. El «Padre de las Escuelas Comunes» fue el abogado y político de Massachusetts Horace Mann (1796 – 1858). Antecedió a Marx, y por lo tanto no dependió de él, ni era un ateo como Marx, sino que asistía con entusiasmo a la iglesia. Su teología, sin embargo, era sospechosa, pues abrazó el unitarianismo en sus primeros tiempos, cuando tenía una mentalidad misionera y se presentaba como la culminación del protestantismo y que estaba listo para llevar la conducción del orden natural. Mann rechazaba el calvinismo ortodoxo y creía seriamente en la «perfectibilidad del hombre».4 Esta creencia naturalista, no obstante, estaba arropada en lenguaje religioso: la educación pública iba a eliminar la ignorancia, la pobreza y el crimen. En su sistema, el Estado sustituía a la Iglesia y a la familia: «La Sociedad, en su carácter colectivo, es un patrocinador  y padrino real, nada nominal, para todos sus hijos» (salvación política clásica).5 Rushdoony concluye: «La obra de Mann tiene dos aspectos: el primero es secularizar la educación, y el segundo, hacerla un feudo del Estado en vez de uno de la comunidad y de los padres».6 La historia de la socialización de la educación, entonces, es el producto de una teología antibíblica. Da como resultado una visión antibíblica de la educación y la sociedad que suprime el papel de la iglesia y de la familia.

Caída y recuperación

¿Por qué repaso estos aspectos específicos de la historia estadounidense, y por qué deberían preocuparle tanto? Sencillo. Estos cambios en el sistema estadounidense reflejan directamente  las famosas Diez Sendas del Manifiesto Comunista. Hemos presenciado una transformación gradual en una América Marxista mientras nos jactábamos todo el tiempo de ser campeones de la libertad. Bueno, la «tierra de los libres y hogar de los bravos» se ha convertido en realidad en «tierra de los federales y hogar de los esclavos». Ya no vivimos en los Estados Unidos que luchaban por la libertad y la búsqueda de la felicidad, sino en los Estados Unidos que pelearán a brazo partido por dinero del gobierno e intereses especiales en la política. Los Estados Unidos de hoy son más marxistas que otra cosa, y una buena parte del público que vota desea hacerlos todavía más.

Digo todas estas cosas dándome cuenta de que muchos me arrojarán tomates y ladrillos, me llamarán antiestadounidense; que odio a los EE.UU. y muy ciertamente antipatriótico. Pero he aquí el motivo: es solo porque amo y adoro de manera absoluta a los Estados Unidos de los Peregrinos, la Declaración [de Independencia], la carta de Derechos, los Padres Fundadores, etc., que señalo lo mucho que hemos perdido. Este no es el mismo país. Ha sido inundado de socialismo. La envidia, la avaricia y la subsiguiente sed de poder político han violado a la Señora Libertad, asolado a nuestra tierra y robado la herencia del Sueño Americano. No es patriotismo seguir diciendo «América, América» cuando la América de nuestros padres ya casi ha desaparecido. Es ridículo cantar «Hermosa América» cuando los socialistas y estatistas han desfigurado las mejillas de su sonrisa, que una vez fue libre y optimista. La América que queda es solo un caparazón lleno de un socialismo de estilo prusiano y europeo, envuelto en rojo, blanco y azul. Eso no es el verdadero patriotismo.

No, el verdadero patriota ama la libertad, la familia y la propiedad. La palabra «patriota» significa literalmente «de los padres». Un verdadero patriota, por lo tanto, conserva los bienes que sus padres edificaron y le transmitieron. Ama los vastos horizontes que no son gravados por frías instituciones marmóreas en distantes Capitolios, sin trabas puestas por radicales vestidos con togas negras. Un verdadero patriota ama al país y su padre es Dios, no el «Estado», ni el «Pueblo»; su tierra está protegida por la ley, respeta la ley y, como último recurso, el derecho a defenderla, no a que sea consumida poco a poco por impuestos hechos por políticos que desean «distribuir las riquezas», ni que sea alquilada por el Estado como un privilegio para vivir bajo su vigilancia todopoderosa.

¿Hay alguna manera de detener, e incluso revertir la tendencia impía de los últimos 150 años? Por pesimista que todo esto pueda sonar, el cambio es posible. Comienza por reclamar mental y espiritualmente nuestros principios fundadores de libertad individual y de empresa. Debemos convencer nuestras mentes y corazones de que vale la pena defender esos principios. Y, al contrario de esos congresistas desvergonzados que, luego de votar «no» en el asunto de los rescates, de forma repulsiva cedieron y votaron «sí» cuando una parte del botín fue lanzada a sus proyectos y distritos mimados, nosotros nunca debemos llegar a un compromiso con nuestros principios.

Después que fijemos esas convicciones debemos transmitirlas a la siguiente generación. Eso quiere decir mantener un firme concepto bíblico de la familia y la educación. La educación debe ser obligatoria (en el sentido en que Deuteronomio y Efesios nos mandan a educar a nuestros hijos) pero eso debe ser obligatorio delante de Dios y no del Estado civil; la educación debe costar (tiempo personal, dinero y esfuerzo) pero a nadie debe obligársele a pagar la educación de otro. Este impuesto para la educación, al parecer sencillo, viola prácticamente todos los límites sagrados que el hombre conoce, en especial cuando el contenido de esa educación comienza y termina en blasfemia. A menos que recuperemos la educación como un mandato francamente orientado a la familia y la Iglesia, seguiremos presenciando cómo la sociedad se desliza al secularismo.

Ciertos pasos adicionales incluyen un esfuerzo continuo por asegurar debates y discusiones en las iglesias y foros públicos. Los debates deben centrarse en la historia cristiana de los Estados Unidos y en la necesidad de que el cristianismo sea el fundamento del orden social. Marx a propósito borró ese fundamento, diciendo que no era sino una abstracción de los problemas reales de la humanidad. Decía que ninguna objeción a su sistema desde un punto de vista religioso «merece un examen serio».7 Pero estaba demasiado opuesto al cristianismo de manera consciente para que su desprecio tuviera nada de verdad. La libertad cristiana, los derechos dados por Dios y la familia y la propiedad protegidas por la ley, todo ello representaba la amenaza máxima a su apropiación homocéntrica del mundo (y por lo tanto, de los demás hombres). Su programa de abolición de la propiedad, abolición de la familia tradicional, socialización de la educación y socialización del sexo estaba todo maquinado como ideas antibíblicas. Era la instauración de su sistema lo que Marx veía, no como el producto, sino como el medio para abolir la religión misma.8 El veía su programa como la contrapartida económica y social de la obra de Darwin en la naturaleza: una explicación del orden social que no tenía en cuenta a Dios.

Quizá el aspecto más infortunado del éxito de Marx fuera el hecho de que pudo tener éxito solamente porque los cristianos, para empezar, se negaron a involucrarse. Marx siempre tuvo eso en mente y lo explotó. Al informarle al Congreso Socialista de La Haya en 1872, Marx hizo la siguiente observación, desafortunadamente certera:

Un día el trabajador tendrá que apoderarse de la supremacía política para establecer la nueva organización del trabajo; tendrá que derrotar la vieja política que apoya a las viejas instituciones si quiere evitar el destino de los primeros cristianos que, por olvidar y despreciar la política, nunca vieron su reino en la tierra.9

Ese «abandono y desprecio» de la política por parte de los cristianos ha continuado en la historia estadounidense moderna, y los Estados Unidos, desde entonces, han seguido el programa anticristiano de Marx y abandonado el de la Biblia. Esa masa de seguidores ciegos ha incluido a muchos cristianos. La inversión de esta tendencia requerirá llevar esos asuntos a la luz como temas de concepción del mundo. La Iglesia debe permitir y alentar la discusión política y económica, y al púbico hay que hacerle saber que tenemos las respuestas. La transformación no sucederá de la noche a la mañana, pero puede suceder.

Notas al final:

  1. La cifras disponibles para el libro en 2009 han sido actualizadas.
  2. «The Socialist Labor Party of North America Platform», 1887; http://www.slp.org/pdf/platforms/plat1887.pdf, accedido el 16 de octubre de 2008.
  3. «National People’s Party Platform»; http://historymatters.gmu.edu/d/5361, accedido el 16 de octubre de 2008.
  4. Citado en R. J. Rushdoony, The Messianic Character of American Education: Studies in the History of the Philosophy of Education (Philipsburg, Nueva Jersey: Prebyterian and Reformed Publishing, 1963), p. 19.
  5. Citado en R. J. Rushdoony, The Messianic Character of American Education, p. 24.
  6. R. J. Rushdoony, The Messianic Character of American Education, p. 27.
  7. Karl Marx y Friedrich Engels, «Manifiesto del Partido Comunista».  Basic Writings on Politics and Philosophy, ed. Lewis S. Feuer (Garden City, Nueva York: Anchor Books, 1959), p. 26.
  8. Karl Marx, «Capital. Tomo I». Karl Marx and Friedrich Engels On Religion (Nueva York: Schocken Books, 1964), p. 136.
  9. Karl Marx, «Sobre el Congreso de La Haya». Karl Marx, Friedrich Engels: Obras Completas, 50 tomos. (Nueva York: International Publishers, 1988), 23:255.
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