Ecos del pasado, advertencias para el futuro

Por Ramon Arias

Ignorar la historia no nos exime de volverla a repetir. No sé si alguno de ustedes haya tenido la experiencia de escuchar el eco de su propia voz, es un fenómeno muy interesante y divertido. Lo que no es divertido es ignorar las voces del pasado que nos advierten del peligro cuando se abandona el camino correcto de la vida. Parecería que Estados Unidos de Norteamérica se obstina en ignorar las raíces que le dieron origen al considerar la falsa suposición de que la riqueza y el poder, como potencia, son permanentes, sin importar la moral que se viva. Grandes civilizaciones del pasado, como Babilonia, Grecia y Roma, también lo llegaron a creer y lo que ahora queda de ellas son ruinas visitadas por turistas.

Una de esas voces del pasado que no se deben ignorar es la de Tomás Jefferson, quien en 1781 hizo la siguiente declaración, y cuyos extractos encuentran grabados en el monumento a su honor en Washington, D.C.:

“Dios, Quien nos dio vida nos dio libertad. ¿Y pueden las libertades de una nación considerarse seguras cuando hemos removido su única base firme, una convicción en la mente de las personas de que estas libertades son el Regalo de Dios? ¿De que no deben ser violadas sin la ira de Dios? Ciertamente, tiemblo por mi país cuando reflexiono que Dios es justo; que Su justicia no puede dormir para siempre; que una revolución de la rueda de la fortuna, un cambio de situación, está dentro de los posibles eventos; de que puede llegar a ser probable por influencia Sobrenatural. El Todopoderoso no tiene atributos que puedan estar de nuestro lado en ese acontecimiento”.[1]

El solo hecho de concebir que la libertad de una sociedad depende de los deseos de las personas y de su concepto de libertad, que en realidad es libertinaje, siempre ha sido un error que ha traído enormes consecuencias nefastas. Aproximadamente dos generaciones, 80 años después, de que Jefferson proclamara que Dios es Quien nos da vida y la libertad y que no deberían ser violadas sin hacernos acreedores a las sanciones negativas por parte de Dios, estalló el conflicto armado entre los estados del Norte contra los del Sur. Ambos lados pasaron por alto el temor del que habló Tomás Jefferson.

Las atrocidades que se cometieron durante el conflicto armado entre el Norte y el Sur sólo se pueden calificar de barbarie. Tal parecería que por ambos lados se olvidaron de Dios, aunque ambos lados buscaban su favor en la victoria uno contra el otro, por más irracional que parezca, así fue.

Un sábado, 4 de marzo de 1865, habiendo terminado el conflicto armado entre el Norte y el Sur, el presidente Abrahám Lincoln, en su segundo mensaje de inauguración, justamente 45 días antes de su asesinato, declaró:

“Ningún partido se imaginó la magnitud de la guerra o la duración que había alcanzado… Ambos leían la misma Biblia y oraban al mismo Dios y cada una invocaba Su ayuda en contra del otro. Parecería extraño que cualquier hombre se atreviera a preguntar por la ayuda de un Dios justo para extraer el pan del sudor del rostro de otros hombres, pero no juzguemos para que no seamos juzgados. Las oraciones de ambos no podían ser contestadas. Ninguna de las dos oraciones ha sido completamente contestada. El Todopoderoso tiene Sus propios propósitos. “Ay del mundo por sus ofensas; porque es inevitable que vengan las ofensas; pero ay de aquel hombre por quien vienen las ofensas”.

Si debemos suponer que la esclavitud americana es una de esas ofensas que, en la Providencia de Dios, debe venir, pero que, habiendo continuado bajo el tiempo señalado por Él, ahora le complace removerlo y que Él le da a ambos, Norte y Sur, esta terrible guerra como merecida aflicción a aquellos por quienes vinieron las ofensas, ¿deberíamos discernir que cualquier desviación de los atributos divinos a los que los creyentes en un Dios viviente siempre se lo atribuyen a Él?

Afectuosamente esperamos, fervientemente oráramos, para que esta poderosa maldición de la guerra pase rápidamente. Sin embargo, si es la voluntad de Dios que continúe hasta que se hunda toda la riqueza acumulada por los esclavos durante doscientos cincuenta años de un trabajo no remunerado y hasta que cada gota de sangre derramada por el azote sea pagada por otro sacada con la espada, como se dijo hace trescientos años, aun se debe decir “los juicios del Señor son verdaderos y juntamente justos”.

Con malicia hacia nadie, con amor para todos, con firmeza en lo correcto, como Dios nos da que veamos lo correcto, esforcémonos a terminar el trabajo en el que nos encontramos, de sanar las heridas de la nación, de cuidar de aquel que llevó la batalla y por su viuda y sus huérfanos-de hacer todo lo que pueda lograr y apreciar una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones”.[2]

A 149 años de que terminará la guerra entre los estados, ¿como se encuentra la sociedad y su reconocimiento a Dios que da la vida y la libertad? ¿Podríamos ser tan soberbios y jactarnos de que ninguna desgracia significativa puede llegar a suceder en esta nación que le quite la condición de poderosa que ostenta en la actualidad? Como si los hechos ocurridos el 11 de septiembre de 2001, o la actual guerra que se libra contra el terrorismo, no significara nada.

¿Qué hay de los casi 60 millones de bebés asesinados por su madre a lo largo y ancho de esta nación? No nos hagamos tontos, dejemos de querer llamarle de otra manera al aborto, una mujer se embaraza automáticamente se convierte en madre y, aunque la definición científica sea feto, no por eso deja de ser un ser humano y en el momento en que la madre decide condenar a su criatura a la muerte es un asesinato no un aborto.

¿Qué hay de la agenda homosexual impulsada por Hollywood y por los medios de comunicación que desean convencer a la sociedad en general de que es un estilo de vida correcto? La lista de la perversión moral en la que se encuentra la nación es muy extensa, a la cual habría que agregarle el desastre en la Iglesia como resultado de la confusión que se vive en la fe y el rechazo a los absolutos de Dios. Una Iglesia infectada por todo tipo de enfermedades, usando la enfermedad como una metáfora, espiritual, intelectual y filosófica. La nefasta guerra entre el Norte y el Sur, de 1861 a 1865, nos debe recordar que la Iglesia puede perder la perspectiva que Dios tiene para la vida y para la libertad.

Los cristianos “nacidos de nuevo” que actúan casi igual que los no creyentes deben considerar seriamente las palabras de nuestro señor Jesucristo cuando afirmó:

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado. Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. «Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada”. (Juan 15:1-5)  

Ésta es la única razón por la que se nos da un nuevo nacimiento, para ser unas nuevas personas en Cristo y producir la justicia de Dios en todas las áreas del desarrollo humano. 

Desde que esta nación se fundó no existe ninguna otra esperanza que la que se pone en el Dios vivo, en el Dios de la Biblia y en Sus absolutos. Una Iglesia sólidamente establecida en la perspectiva bíblica de la vida y la libertad dejará de dar concesiones para acomodar la perspectiva liberal o izquierdista, así como diversas preferencias no bíblicas que tienen las personas. Dios, la presente generación y las futuras generaciones están esperando que la Iglesia ocupe el lugar que Dios le ha dado para que restaure la calidad de vida y la libertad, como Dios lo ha establecido, como la única garantía del verdadero progreso humano.

La pregunta a contestar es ¿estará escuchando la Iglesia los ecos del pasado y se siente advertida de lo que viene para el futuro? 

Notas: 

  1. Jefferson, Thomas. 1781, in his Notes on the State of Virginia, Query XVIII, 1781, 1782, p. 237. Gary DeMar, America’s Christian History: The Untold Story (Atlanta, GA: American Vision Publishers, Inc., 1993), p. 126. 
  2. Inaugural Addresses of the Presidents of the United States – From George Washington 1789 to Richard Milhous Nixon 1969 (Washington, D.C.: United States Government Printing Office; 91st Congress, 1st Session, House Document 91-142, 1969), pp. 127-128.