La historia de Carol

TESTIMONIO RELATADO EN  WASHINGTON, D.C.

EL LUNES, 22 DE ENERO DE 2007

por Carol 

El invierno pasado, cuando decidí sanar de un aborto que me había hecho 24 años antes, no tenía idea de lo que Dios tenía preparado para mí. Me embarqué en una difícil jornada de abrir viejas heridas. Me había hecho un aborto por mis motivos egoístas. No estaba lista para ser madre. Era demasiado inconveniente. Y me importaba demasiado lo que la gente pensaba de mí.

Aunque siempre he recordado detalles vívidos de mi proceso, había sepultado mi dolor tan profundo que ni siquiera lo sentía. Ni siquiera sabía que existiera. Y, a pesar de todo, nunca había pensado en cómo el aborto me había afectado en realidad, al cambiar a la persona que yo iba a ser. La ira y los ataques de depresión se convirtieron en parte de mi ser. Me convertí en una persona controladora y manipuladora. El único sentimiento que tenía en aquel entonces era el nerviosismo, un temor a lo desconocido. Después del aborto me invadió una ola de alivio. Se había acabado mi «problema». Ya no tenía más preocupaciones. 

Así que me hizo falta un duro esfuerzo para ser sanada, perdonada y liberada. Un estudio bíblico post-aborto hizo todo eso para mí. Y la libertad que experimenté entonces aumenta cada vez que hablo de mi experiencia… ¡He decidido no callar más! 

Cuando les conté a otras mujeres aquella jornada de sanación, me di cuenta de que la pesadilla la viven otros aparte de las mujeres que se hacen abortos. Mi hija tiene una hermana. Mis padres tienen una nieta.  Mi hermana, una sobrina. Mi marido, una hijastra.

Le doy gracias Dios cada día porque mi hija, Helen Elizabeth, está segura en Sus brazos. Cuando me di cuenta de que mi niñita había sido restaurada y está ahora viva en el cielo, comencé a pedirle a Dios que me mostrara a otros que hubieran sido impactados por el resto de sus vidas de maneras que yo nunca podría entender. Después de todo, yo nunca había entendido por qué yo había cambiado. Nunca se me ocurrió que el aborto había hecho de mi vida un sufrimiento. Me habían dicho que iba a ser la solución de todos mis problemas.

Una vez que mi atención se dirigió hacia otras personas, recibí la carga emocional más grande de mi vida. He podido llegar a conocer y a preocuparme genuinamente por un hombre que ha realizado más abortos de los que puede contar. Vive en una prisión autoimpuesta de alcoholismo y privaciones. Los demonios que residen en él no están dispuestos a ceder sin presentar pelea. He decidido ayudar a este doctor a pelear la batalla, día tras día. Oro con él y por él. Me preocupo por su destino eterno y, a menudo, lo veo convertirse en uno de los hijos escogidos de Dios, que usa su nueva vida para hablar en contra del aborto y de lo que éste hace a cada alma que participa en el asesinato de las pequeñas vidas.

Dios ha puesto en mí un sentir por este doctor y por otros profesionales de la medicina que han ayudado a las mujeres a asesinar a sus propios hijos. Tengo la intención de luchar por esos doctores, para que reciban la sanación que ellos necesitan tan desesperadamente. Mi propósito de ser una parte visible y vital de la obra para acabar con el aborto no es sólo por las vidas de las mujeres que son cambiadas para siempre. Voy a apoyar la sanación de cada persona que haya sido atormentada y torturada por su papel en esta epidemia de infanticidio. 

Si usted es una mujer que ha pasado por un aborto, un médico participó en él. Esos hombres y mujeres necesitan nuestras oraciones. Necesitan nuestro amor. Les hace falta que nosotros extendamos nuestras manos y los alentemos a sanar de las heridas que puede que no vean ni sientan en la superficie. Creo firmemente que una vez que somos sanados y estamos en una senda de libertad tenemos la responsabilidad ayudar a otros que tienen necesidad de esa misma sanación y de esa misma liberta. ¡Es por eso que no me callaré más!