La historia de Cathie

De las tinieblas a la luz

Mi historia comienza en 1985. Era una madre divorciada con tres hijos, que vivía sola con mi hija de 3 años. Mis dos hijos, de 12 y 14 años, habían preferido vivir con su padre; no querían dejar su escuela ni sus rutinas. Sintiéndome ya como una fracasada, por romper un hogar y una familia, era libre por primera vez en mi vida de adulta. Verán, yo salí directo de la casa de mis padres a los 17 años a casarme con mi novio, que era el padre de mi hijo por nacer. Estuvimos juntos durante 14 años y quise salirme, diciendo que no era feliz, que ya no estaba enamorada. Mi marido era muy dominante y yo me sentía como que me estaba asfixiando en un matrimonio muerto. Así que obtuve mi divorcio y hallé un apartamento en un pueblo cercano.

Cuando tenía 33 años conocí a un hombre, salimos por un tiempo y quedé embarazada. Él también era divorciado y procedía de una situación desastrosa, que había dado como resultado una hija ilegítima; él no quería más niños y yo ya había formado un lío con la crianza de los míos. Así que, después que le pedí su opinión y me dijo: «Lo dejo a tu criterio. Haz lo que tengas que hacer», tomé la decisión de abortar a nuestro hijo.

Yo estaba decidida a que nadie nunca supiera del asunto, y nunca más se habló de eso; nadie fuera de él y yo, y la gente de la clínica de abortos, lo sabría jamás. Lo eché fuera por completo de mi mente; supongo que a eso ustedes lo llamarán negación. Más adelante me casé con este hombre, el padre de mi hijo abortado. 

Ahora bien, ustedes supondrán que una experiencia como esa uno no querrá repetirla jamás, pero como al año me encontré de nuevo en el mismo lugar en que había estado. Sospecho que uno sepulta los sentimientos tan profundo que se le olvida el dolor. Después del segundo aborto todo lo que puedo recordar es que cuando llegué a casa sollocé en los brazos de mi marido y todo lo que pude decir fue: «No puedo creer que lo haya hecho de nuevo». Me eché encima toda la responsabilidad, porque mi marido hubiera hecho cualquier cosa que yo hubiera querido que él hiciera, pero dejó la decisión final en mis manos. Esa vez cavé un hueco profundo, enterré los dos pedazos de mi corazón que habían muerto junto con mis bebés, y empecé a construir un grueso muro alrededor, de modo que nunca más pudiera sufrir de esa manera.

En 1992 acepté a Jesucristo como mi Salvador y confesé mis pecados, incluyendo los pecados ocultos de mis abortos. Pero no acepté todo Su Perdón y Gracia, pues nunca había enfrentado esos lugares dolorosos que yo mantenía en tinieblas para que nadie los viera. Así que Satanás tenía un jolgorio en esa oscuridad; vean: mientras la cosa es un secreto, él la usará contra usted, hasta que usted deje que la luz del amor de Dios brille allí para obtener Su gracia sanadora.

No fue sino hasta 1999, en una Conferencia Beth Moore, que yo finalmente me despojé de la carga y dejé que Dios comenzara a sanar mi corazón quebrantado. Él me guió hacia un grupo de recuperación post-aborto en el Centro de Salud para Decisiones de Preñez [The Pregnancy Decision Health Center, PDHC] y finalmente pude hacer mi historia. Es muy liberador dejar salir todo: el dolor, las heridas, la ira, la vergüenza y,  sobre todo, el remordimiento de haberle hecho una cosa semejante a mis propios hijos.

Pasé un curso en el PDHC y ahora soy una líder de HEART, que les muestra a otros cómo hallar en Cristo la sanación que necesitan tan desesperadamente. También he participado en un mitin de Silent No More  [No Más Silencio] en el parlamento estatal junto con otras 15 mujeres, contándonos nuestros testimonios y sosteniendo un cartel que decía. «Lamento mi aborto». 

Su historia puede cambiar una vida, y también puede salvar una vida. ¡Cuéntela! Háblele a otros de las consecuencias del aborto. Si solamente una persona es conmovida, ya es suficiente, pero piense en el impacto que eso puede tener. Si no hablamos, el aborto seguirá apagando vidas inocentes, e hiriendo mujeres y hombres para siempre.

En Su Precioso Nombre,

Cathie