La historia de Mary

Para Isaiah y Joshua

Les escribo esto desde el Estado que ha sido llamado «la capital del aborto de la nación». Mi bebé hubiera cumplido 32 años en este mes (marzo). Yo tenía 16 años en aquel momento, y el aborto había sido legal en Kansas durante apenas un corto tiempo, pero no les tomó mucho tiempo a los médicos del aborto echar a andar una fábrica de abortos aquí. Yo estaba segura de que estaba encinta antes que lo confirmara la rudimentaria prueba de la orina. Luego de tres pruebas no concluyentes en la clínica local, fui a ver al médico de familia de mi novio, que me hizo un análisis de sangre. El resultado fue positivo, lo cual no fue una sorpresa para mí. Para ese entonces ya tenía como 8 semanas. Me quedaban apenas 4 semanas para decidir lo que iba a hacer, para cuyo momento el precio aumentaría de $200 a $400 (mucho dinero en 1973). 

Mi novio y yo decidimos que me haría un aborto. Él me propuso que nos casáramos, pero esa proposición me asustaba más todavía. Pensaba que, si pudiera echar mano de un documento de identidad falso, me podrían hacer el procedimiento sin que mis padres se enteraran jamás.

Mi crianza había sido católica, y aunque mi madre era bastante liberal, mi padre era cualquier cosa menos liberal. Si se enteraba de que yo estaba encinta, entonces lo que me esperaba era una boda apresurada. Aunque yo no era particularmente ambiciosa, eso no era lo que yo tenía en mente para mi futuro.

Empezamos a pensar cómo íbamos a reunir el dinero  y obtener una identidad falsa.

Mientras, yo tenía una cita para extraerme la muelas del juicio con un cirujano dental. En el camino a la oficina del doctor, mi madre estalló: «¿Estás embaraza, verdad?». Abrumada por este estallido, todo lo que pude pensar en decir que  no con la voz más firme que pude proferir. La anestesia me hizo sentir más mal que un perro, y en el regreso a casa todo lo que mi madre pudo hacer fue presionarme para que admitiera mi pecado. Finalmente admití que sus presunciones eran correctas, lo que le provocó un ataque de invectivas. Pasé la noche luchando con las náuseas y los vómitos, sin ningún apoyo por parte de mi madre. 

Después que ella consultó con su hermana decidió que era mejor que yo abortara antes que me obligaran a casarme. 

Mi novio reunió el dinero y se programó un día. Cuando digo «fábrica de abortos» quiero decir que era como un cuartón de ganado antes del sacrificio. Nos apretujaron en aquel diminuto cuarto de espera durante lo que parecieron horas, en lo que había sido el viejo hospital para personas negras, mucho antes de la época de los derechos civiles. Era el mes de agosto, y si había aire acondicionado era imposible adivinarlo.

Finalmente me llamaron. Me dijeron que sería virtualmente sin dolor, pero no recuerdo que fuera así. Vomité mientras estaba en la mesa, a pesar de que no había comido nada en las últimas 20 horas. Por un momento pensé detener aquello, pero ellos eran muy «comprensivos», y el procedimiento comenzó. Pareció demorarse una eternidad, pero al cabo terminó. Me tuvieron en un feo salón de recuperación sola, mucho más tiempo del que me habían dicho, hasta que mi madre empezó a preocuparse y preguntó por mí. Le dijeron que, o bien yo estaba más avanzada de las 12 semanas o estaba embarazada de gemelos, porque el procedimiento había sido más complicado de lo que ellos habían previsto.

En el camino a casa tuve que soportar más insultos de mi madre. Quiero recalcar que yo amo mucho a mi madre (quien partió de este mundo hace 12 años) y ahora sé que esa era su forma de resolver el estrés y la culpa. En aquel momento yo me sentía herida, y necesitaba un hombro sobre el cual llorar. Nunca más hablamos del aborto; nunca jamás.

Aquella noche me dieron unas fuertes contracciones y tuve miedo de llamar a mi madre para que me ayudara y confortara. Me puse la mano sobre el estómago y lloré toda la noche. Por la mañana las contracciones habían cesado y yo seguí mi vida, pero hasta el día de hoy puedo recordar cada detalle de aquel día horrible y he llevado la culpa muy dentro de mí todos estos años.

Hace unos pocos años Dios me llamó para que fuera una de sus hijas. El aborto que me había hecho me pesaba ahora mucho más en el corazón. Hace como un año vi a Jennifer O’Neill en el canal de televisión Fox y añadí mi nombre a la lista de correos de Silent No More Awareness [Conciencia de No Callar Más]. Mediante esta organización y el proceso de sanación que ocurrió después que me hice hija de Dios, ahora puedo vivir en paz, al saber que he sido perdonada y he podido perdonarme a mí misma. Pero nunca podré olvidar que marzo es el mes del cumpleaños de mi hijo.

Yo sé que ser parte de la campaña de Silent No More Awareness es uno de los ministerios de los cuales Dios quiere que yo forme parte. Hay todavía millones de mujeres y hombres por ahí afuera que están heridos y quiero estar presente para ayudar a alguien.

Que Dios les bendiga,

MH, Kansas