Los Peregrinos probaron con el comunismo y no les funcionó

Bryan Fischer | 22 de noviembre de 2017

(barbwire.com) – Cuando decimos que ni el socialismo ni el comunismo han funcionado jamás, sus partidarios sencillamente sonríen de manera indulgente y dicen: «Bueno, eso es nada más porque todavía no lo han intentado las personas adecuadas».

En este sentido ellos están equivocados por completo. El comunismo tuvo su prueba más pura en los primeros tiempos de la historia americana y fue un fracaso abismal, abyecto y total. Lo intentó un pequeño grupo de personas que estaban comprometidas unas con otras, eran devotas de Dios, trabajaban duro y eran ingeniosos. Si este equipo no pudo hacerlo funcionar, más nadie, nunca lo va a hacer funcionar.

Nuestros antepasados los Peregrinos desembarcaron cerca de Plymouth Rock en el otoño de 1620. Habían salido de Inglaterra rumbo a la colonia de Virginia, pero el viento los desvió de su rumbo y en vez de eso desembarcaron en Massachusetts. Abandonados a su suerte, establecieron su propia forma de gobierno y su propia economía.

La forma de gobierno que ellos establecieron está plasmada en el Pacto del Mayflower, que fue la primera constitución establecida en América con el consentimiento de los gobernados. De esa forma se convirtió en el modelo de nuestra Constitución federal y de las constituciones de los 50 estados individuales.

He aquí como decía el Pacto del Mayflower:

En el nombre de Dios, Amén.

Nosotros, cuyos nombres están escritos debajo, los súbditos leales de nuestro Temible Soberano Señor Rey Jaime, por la Gracia de Dios, de Gran Bretaña, Francia e Irlanda Rey, Defensor de la Fe.

Habiendo emprendido para la Gloria de Dios, y el Avance de la Fe Cristiana y el Honor de nuestro Rey y Patria, una travesía para plantar la primera colonia en las Partes Norteñas de Virginia; hacemos por este presente, solemne y mutuamente en la Presencia de Dios y unos con otros, Pacto y nos combinamos juntos en un Cuerpo Político Civil para nuestro orden y preservación y fomento de los fines antedichos; y por virtud de esto establecemos y aprobamos, constituimos y formamos tales justas e iguales leyes, Ordenanzas, Actas, Constituciones y Oficios, de tiempo en tiempo, según sea considerado muy propio y conveniente para el Bienestar General de la Colonia, a la cual prometemos toda la Obediencia y Sumisión debidas.

En fe de lo cual hemos suscripto nuestros nombres a esto en Cape Cod el once de Noviembre, en el año del Reinado de Nuestro Soberano Señor Rey Jaime de Inglaterra, Francia e Irlanda, el dieciocho y de Escocia, el cincuenta y cuatro. Año del Señor 1620.

Vale la pena observar, a propósito de la discusión de si los Estados Unidos fueron fundados como una nación cristiana, las frecuentes referencias a Dios y la referencia explícita al propósito final de la Colonia, que era promover y avanzar la fe cristiana en lugares desconocidos. El llamamiento de Dios a América (tema para otra ocasión) es cumplir la Gran Comisión de Cristo «haced discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19). La Colonia de Plymouth estaba comprometida a cumplir su parte y estableció este noble objetivo para todos los colonos que los seguirían a estas costas nuestras.

No solo establecieron ellos su propia forma de gobierno –en esencia una república constitucional-  sino también su propia economía. Como colonia «de una compañía», la Plantación de Plymouth operaba bajo reglas establecidas por la Compañía de Virginia, de Londres.

Esas reglas establecían un sistema comunal para los Peregrinos, en el cual todo el capital y las ganancias de los primeros siete años debían permanecer en el «fondo común». No había nada parecido a la propiedad privada, y todas las actividades de negocios pertenecían al colectivo, sin que nada perteneciera a individuos ni a familias individuales.

Durante aquellos siete años, «todas las ganancias y beneficios que se obtienen del comercio, tráfico, traslado, trabajo, pesca y cualesquiera otros medios por cualquier persona, o personas, permanecerán en el fondo común». Todo el mundo tenía que «recibir su comida, bebida, vestimenta y todas las provisiones del fondo y bienes comunes».

Después, en este esquema utópico, al cabo de los siete años «el capital y las ganancias, es decir, las casas, tierras, y bienes muebles, serían divididos entre los aventureros* y los plantadores».

Eso, igual que el comunismo de hoy en día, sonaba ideal y noble y, bueno… cristiano. Todos serían iguales, al dejar de lado sus aspiraciones personales de acumular riquezas y propiedades a fin de dedicar de manera desinteresada  todas sus energías y talentos al bien común.

No obstante,  no era ideal, ni noble, ni siquiera cristiano. Era marxismo antes de Marx, y como todos los sistemas socialistas y comunistas, estaba destinado a un colapso agonizante y demoledor del espíritu. 

El gobernador William Bradford, in Of Plymouth Plantation [Acerca de la Plantación de Plymouth] no vaciló en calificar al experimento como un «fracaso», y dejó claro que el fracaso no estaba en las personas, sino en el sistema. «El fracaso de ese experimento de servicio comunal, que se intentó durante varios años, y por parte de hombres buenos y honestos, prueba el vacío de la teoría de Platón y otros antiguos, aplaudida por algunos en los tiempos recientes, – de que la eliminación de la propiedad privada y la posesión de la misma en común, por una mancomunidad, haría a un estado feliz y floreciente; como si fueran más sabios que Dios…»

El comunismo, en otras palabras, fue un despliegue de arrogancia y engreimiento humanos, pues se predicó sobre la falsa creencia de que el hombre sabe más que Dios. El resultado era fácil de predecir. Bradford dijo:

… La propiedad en común se halló que engendraba mucha confusión y descontento, y retardaba mucho el empleo que hubiera sido para el beneficio general…

Porque los hombres jóvenes que eran los más capaces y adecuados para el servicio ponían objeciones a que los forzaran a trabajar para las esposas e hijos de otros hombres, sin ninguna recompensa…

Ni el hombre fuerte ni el de inventiva tenían mayor cantidad de alimentos, ropas, etc., que el hombre débil que no podía hacer ni la cuarta parte de lo que hacían los otros. Eso se consideraba una injusticvia.

Los hombres de edad e importancia, que eran igualados en trabajo, alimentos, ropa, etc., con los más humildes y jóvenes, pensaban que era un tipo de indignidad y falta de respeto hacia ellos.

En cuanto a las esposas de los hombres que eran obligadas a prestar servicio a otros hombres, tales como cocinar, lavar sus ropas, etc., ellas consideraban esto como un tipo de esclavitud, y muchos maridos no soportaban esto…

Hummm. De no ser por la «confusión, descontento, injusticia, indignidad, falta de respeto (y la esclavitud)» que producía el comunismo, aquello era el paraíso terrenal.

Bradford se apresuraba a explicar que, si uno estaba buscando las «personas adecuadas» para implementar el comunismo, aquellas eran las personas adecuadas:

«Si todos iban a compartir por igual, y si todos iban a hacer lo mismo, entonces todos tenían una igualdad completa y uno era tan bueno como otro, y así, si eso no abolía realmente las mismas relaciones que el propio Dios había establecido para los hombres, al menos reducía grandemente el respeto mutuo que es tan importante de preservar entre ellos.

»Que ninguno diga que esto se debía al fallo humano y no al plan comunístico de la vida en sí…»

Así que, si el «plan comunístico de la vida» era un fallo abismal, ¿qué lo iba a remplazar? Bradford explicó que los Peregrinos habían descubierto que el capitalismo era la respuesta.

Dios, en Su sabiduría, vio que había otro plan de vida que era más adecuado para ellos…

Así que empezaron a considerar cómo cosechar más maíz y obtener una cosecha mejor que la que habían tenido para no continuar soportando los sufrimientos de la escasez…

Al final, después de mucho debate, el Gobernador, con el consejo de los principales de ellos, le permitió a cada hombre plantar maíz para su familia…

Así, a cada familia se le asignó una parcela de tierra, en proporción a la cantidad de sus miembros…

«…Esto tuvo mucho éxito. Hizo a todos los hombres muy industriosos, de manera que se plantó mucho más maíz del que podían haber pensado de alguna manera el Gobernador o cualquier otro, y le ahorró una buena cantidad de problemas y produjo mucha mayor satisfacción.

»Las mujeres iban ahora de buena gana al campo y llevaban a sus pequeñuelos con ellas a sembrar maíz, mientras que antes alegaban estar débiles e incapacitadas, y haberlas obligado hubiera sido considerado una gran tiranía y opresión».

El «plan comunístico de la vida» requiere inevitablemente un Estado más y más poderoso para obligar a cumplirlo, porque va en contra de la misma esencia de la condición humana dada por Dios. Pronto un Estado todopoderoso remplaza al Dios Todopoderoso como objeto de la veneración y adoración de la sociedad, y pronto se manifestarán los horrores de un Estado totalitario, que no estará atenuado por la pureza del Evangelio.

Acaban de cumplirse 100 años de la revolución bolchevique que llevó a los comunistas al poder en Rusia. Formas similares de Estados opresivos y ateos surgieron en China, Vietnam y Corea del Norte, donde un dictadorzuelo de pacotilla amenaza la paz y la estabilidad del mundo entero. Incluso en Alemania Hitler sustituyó las imágenes de Jesucristo por fotos de  sí mismo y recibía su poder del ocultismo en vez de Cristo.

El costo humano ha sido enorme. Hay una cosa que todos los Estados totalitarios y ateos tienen en común, y son los cadáveres. Los historiadores estiman que más de 100 millones de vidas fueron sacrificadas en el siglo pasado al dios idólatra del comunismo.

Por tanto, en esta Acción de Gracias, incluyamos una palabra de gratitud para nuestros antepasados los Peregrinos que vieron, «más allá de los años… ciudades de alabastro que brillaban, sin estar empañadas por lágrimas humanas».

Unámonos en oración en este Día de Acción de Gracias para que Dios, una vez más, derrame Su gracia sobre nosotros y corone nuestro bien con hermandad, desde un océano al otro.

Bryan Fischer es el Director de Análisis de Temas de la Asociación American de la Familia. Posee títulos de la Universidad Stanford y del Seminario Teológico de Dallas. Ha pastoreado durante  25 años en Idaho, donde fungió como capellán del senado estatal y fue coautor de la enmienda matrimonial de Idaho. Ingresó en la AFA en 2009.

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