Ann Coulter | 2 de octubre de 2013
A los lectores interesados en una columna sobre el Obamacare para esta semana, por favor, remítanse a las 40,000 columnas que he escrito sobre el tema desde 2008 hasta la semana pasada.
Esta de hoy es sobre la exitosa serie de televisión de la AMC «Breaking Bad» [«Volviéndose malo»], la producción más cristiana de Hollywood desde la película de Mel Gibson «La Pasión de Cristo» (¡No es de extrañar que ambas han sido grandes éxitos!).
Puede parecer contradictorio que un programa de televisión sobre un preparador de metanfetaminas pueda tener un tema conservador, y mucho menos uno cristiano, pero eso es porque las personas creen que las películas cristianas se supone que deben mostrar camellos, o un reparto de «La pequeña casa de la pradera». ¡LEAN LA BIBLIA! Está repleta de hechos sangrientos, incesto, celos, asesinatos, amor y odio.
Debido a que la Biblia nos muestra la verdad, las lecciones son eternas, lo cual también marca la diferencia entre la gran literatura y los entretenimientos pasajeros. Recuerden que hasta Jesús demostró sus enseñanzas con historias.
El amable y sentimental drogadicto de «Volviéndose malo», Jesse Pinkman, ilustra –de manera desconsoladora– la importancia monumental de la cruz. Al creer que es responsable de la muerte de su novia Jane a causa de una sobredosis, Jesse acude a cierto centro de rehabilitación hippie impío. Naturalmente, él sigue siendo incapaz de perdonarse.
De una perfecta manera racional, llega a la conclusión: «Lo aprendí en la rehabilitación. Se trata de aceptar quién eres en realidad. Yo acepto lo que soy… soy el tipo malo.» Vuelve a la fabricación de metanfetaminas. A eso siguen el caos, el asesinato y el desastre.
Hay una sola cosa en el mundo que le hubiera permitido a Jesse perdonarse: la comprensión de que Dios había enviado a Su único Hijo a morir por los pecados de Jesse, no importa cuán abominables fueran. No perdonarse a sí mismo después de eso, sería un insulto a Dios, desechar lo que Jesús hizo en la cruz como si no fuera gran cosa.
La esposa del fabricante de metanfetaminas, Skyler, ilustra por qué la Escritura nos amonesta a huir del mal y nos advierte: «No tendrás dioses ajenos delante de mí». Cuando Skyler descubre que su esposo es un fabricante de metanfetaminas se queda con él, a pesar de odiarle por lo que hace. Al final se convierte en su socia en el crimen. Eso le trajo muy malas consecuencias.
La única explicación de la decisión de Skyler de quedarse es que todavía ama a Walt y –como dice ella a su abogado de divorcio– está desesperada por impedir que su hijo descubra que su padre es un fabricante de metanfetaminas. Su marido y su hijo se han convertido en sus «dioses», a los cuales ella valora por encima del único Dios verdadero.
En tales casos, Jesús no mide sus palabras: «y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí.»
Pero la lección que se muestra más constantemente en «Volviéndose malo» es sobre el mayor de todos los pecados: el orgullo. Aparte del Lucifer de Dante o el Yago de Shakespeare, y por supuesto, el Judas de la Biblia, no hay mayor estudio del pecado del orgullo que el personaje de Walter White en «Volviéndose malo».
Maestro de química en una escuela preuniversitaria, Walter comienza como un personaje simpático, aunque usted no crea mucho eso de que un tipo básicamente bueno se vuelva fabricante de metanfetamina para proveer para su familia antes de morir de cáncer del pulmón. Pero a lo largo de cinco temporadas lo vemos devenir en irremediablemente malvado a causa de su orgullo.
Al contrario, el cuñado de Walt, agente de la DEA Hank Schrader, es a veces un bufón al comienzo de la serie, pero a causa de sus decisiones piadosas –el polo opuesto a Walt– termina convirtiéndose en una persona no sólo extremadamente simpática, sino en una profundamente buena y heroica. Hasta sus chistes estúpidos resultan graciosos.
Él es el viril.
Es a Hank a quien llama el hijo menor de edad de Walt después de ser arrestado por tratar de comprar cerveza. Hank es el que advierte al hijo sobre al abuso de las drogas al llevarlo a ver a Wendy, la prostituta adicta a las metanfetaminas. Hank es la voz de una suave rectitud cuando Walt monstruosamente emborracha a su hijo al extremo de que vomita en la piscina.
Junto con algunas imperfecciones humanas normales, Hank personifica todas las virtudes cristianas: paciencia, diligencia, humildad, bondad. Es más, Hank es el único personaje que siempre parece estar ayudando a los demás con sus problemas: robo en las tiendas, separación matrimonial, cáncer, estados de «fuga», en vez de agobiarlas con sus propios problemas.
(De acuerdo con el moderno Código Hays de Hollywood, que prohíbe cualquier descripción realista del cristianismo, no hay ninguna en «Volviéndose malo», lo cual es incluso más raro que el hecho de que todo el mundo en el programa usa todavía teléfonos plegables. En la vida real Hank, Skyler y Jesse debían haber estado echándose de rodillas, orando a Jesús, en cuyo caso la serie hubiera terminado con lo que serían mis cinco minutos favoritos de televisión, aparte del primer debate Obama-Romney: Hank arrestando a Walt.)
Lo que resulta tan fabuloso con respecto al descenso de Walt hacia las tinieblas es que la audiencia es embaucada para que se sume a la claudicación de Walt. Por lo menos durante sus primeros pasos.
Uno de los primeros y más sutilmente actos crueles de Walt (sutil solo en el sentido de que nadie muere) es permitir que un conserje de la escuela sea humillado y arrestado delante de todo el plantel, acusado de robar el equipo de laboratorio que el propio Walt había hurtado para hacer las metanfetaminas.
Hemos visto antes al conserje. Era amable con Walt; limpió después que se lo encontró vomitando en un baño de la escuela a causa de las sustancias químicas, y le ofreció una goma de mascar.
Pero ni nos dimos cuenta del sacrificio de este buen hombre, dedicándole apenas un pensamiento. Sí, fue una salida dura para él, pero ¡al menos nuestro héroe Walt quedó libre! Lo importante era que Walt estaba a salvo de los interrogatorios de su cuñado sabueso. ¡Fiuuu!
Lo peor de todo: cuando Walt observa a la novia de Jesse, Jane, ahogándose hasta la muerte en su propio vómito, a causa de que Walt empujó a Jesse e hizo caer de espaldas a Jane, nos alegramos. Ni siquiera pestañeamos, como pasó con el irreprochable conserje. Jane era un problema: había chantajeado a Walt y amenazaba con chantajearlo de nuevo. Además, había metido a Jesse en la heroína. Bien hecho. Ya murió.
De esta manera, los espectadores son engañados para que sean co-conspiradores de Walt. Pero, afortunadamente, somos sólo observadores. Podemos escapar a las decisiones de Walt. Él no.
Pronto empezamos a darnos cuenta de que los primeros actos malévolos de Walt –¡aquellos con los que estuvimos de acuerdo!– le facilitaron justificar el siguiente y el otro, hasta que no hubo límites a lo que él hacía, incluyendo atacar con violencia a su esposa, secuestrar a su hijita pequeña, ordenar el asesinato de su hijo virtual Jesse y, quizá lo más siniestro: informar fríamente a Jesse que él había estado mirando sin hacer nada mientras Jane se ahogaba hasta morir.
Él no había tomado ninguna de esas decisiones morales cada vez más depravadas por «su familia», como admite al final, en el último episodio. Había sido por sí mismo, para alimentar su orgullo.
Walt siguió su «ética personal», que se informa que el papa Francisco ha dicho que es lo suficientemente buena para Dios. «Volviéndose malo» demuestra lo que nos enseña Proverbios: Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte.