Trevaris J. Tutt | 17 de agosto de 2016
(American Vision) – Podemos creer que somos gente de iniciativa y que estamos involucrados en el cambio, en especial cuando calculamos por quién votar en estas próximas elecciones, pero la verdad es que somos complacientes y acomodaticios. Nos imaginamos que progresar es que el Estado cambie las leyes del aborto: de hacerlo ilegal a los nueve meses a hacerlo ilegal a los tres meses. Creemos que progresar es escoger al candidato que parezca más conservador para representar a nuestra nación. Vivimos con un miedo total a que una persona con valores opuestos a los nuestros llegue a ser Presidente.
Muchos envían alegremente a sus hijos a la escuela pública y no se atreven a dejar que sus hijos falten demasiados días para que los Padres no metan en problemas a mamá y papá… es decir, al Estado. Muchos luchan por el derecho a enseñar a sus niños en casa, sólo para someterse con gozo a las regulaciones del Departamento de Educación. Muchos que enseñan en casa someten sus programas con gusto o entregan su dinero de buena gana a maestros «certificados», para asegurarse de que están haciendo bien eso de la educación (porque usted sabe lo incompetentes que somos).
Celebramos con ignorancia cuando recibimos las inscripciones de nacimiento de nuestros hijos. Celebramos las licencias que nos dan permiso para casarnos con alguien y someter nuestras familias a la jurisdicción del Estado. Condenamos a personas que están tratando de ganarse la vida porque no tienen las licencias adecuadas. La gente muestra lo que llamamos dinero en efectivo en los medios sociales, sin darse cuenta que es como mostrar un mazo de pagarés. Alrededor del mes de febrero de cada año, muchos festejan cuando reciben de vuelta su propio dinero, a veces con un extra de sus vecinos. ¿Por qué nos alegramos de tantas medidas de tiranía?
Lo que esto me dice es que tenemos una condición llamada Síndrome de Estocolmo.
El Síndrome de Estocolmo
El Síndrome de Estocolmo se produce cuando un rehén empieza a sentir afecto o confianza por su captor. El nombre de este «diagnóstico psicológico» viene de una situación de rehenes que sucedió en Estocolmo, Suecia. En agosto de 1973, un presidiario llamado Jan-Erik Olsson, que estaba de permiso de la prisión, terminó cometiendo un robo armado en un banco. Alguien pudo accionar el botón de la alarma silenciosa, pero Olsson logró herir a los policías que llegaron al rescate. Hizo exigencias de dinero, de un carro, e incluso de liberación de un amigo. Como tenía rehenes, la policía aceptó sus demandas. No obstante, Olsson exigió que los dejaran marcharse con los cuatro rehenes para asegurar su fuga. La policía le negó esta exigencia.
Sin embargo, mientras los rehenes estaban adentro, en espera de ser rescatados, se dice que Olsson los confortaba. Le entregó una chaqueta a uno que tenía frío; dejó moverse a otro que era claustrofóbico; permitió llamadas a las familias. Los rehenes comenzaron a formar una relación con él, al punto que uno de los testimonios fue que «él nos trataba bien». Los rehenes informaron que tenían más miedo de la policía que de Olsson. Hasta defendieron a Olsson con sus testimonios de que él no los había maltratado.
El Síndrome de Estocolmo se dice que ocurre por varias razones posibles. Debido a que la víctima simpatiza con su captor para sobrevivir, surge una relación después de haber estado con él por un tiempo, comienza a compartir valores, o el secuestrador los alienta.
Este fenómeno me recuerda a la película John Q., en la cual Denzel Washington hace el papel de un padre cuyo hijo necesita un trasplante de corazón. No obstante, su seguro no cubre el gasto, así que se lo niegan. Entonces el desesperado padre toma de rehenes a un salón de emergencia, exigiendo un trasplante de corazón para su hijo. Todos los rehenes son personas que están allí también por sus propias emergencias médicas. Al principio están todos temerosos y frustrados, pero este padre comienza a mostrarles cariño y hallan que todos tienen los mismos criterios sobre el seguro. Empiezan a discutirlo y pronto se encuentran hablando como si estuvieran en un sofá alternando en la casa de alguien. Era como si se hubieran olvidado de que los tenían de rehenes. Al tener una relación recién establecida concluyeron defendiendo a este padre. Algunos incluso terminaron ayudándolo. Una de las señoras que al final fue liberada fue recibida por una hueste de reporteros que estaban ansiosos por escuchar la historia de horror, sólo para oírla decir: «¡Él es un buen hombre!».
En la vida real hay muchos ejemplos del Síndrome de Estocolmo. Niños o mujeres que son secuestrados y con el tiempo desarrollan una relación con su secuestrador y ya no lo perciben como una amenaza. Esto es cierto con frecuencia en el tráfico humano de hoy: muchas mujeres a las que se les fuerza al mismo terminan resignadas a él y no ven un motivo para escapar, aunque tengan oportunidad para ello. De igual manera, aunque había muchos esclavos en el Sur americano que se fugaron o intentaron fugarse, muchos ni siquiera lo intentaron porque sentían que tenían un «amo bueno». Después de todo, se les daba comida, así que no veían la razón para escapar. Mucha gente, después de cumplir una larga condena en la cárcel, no tienen problemas por regresar. Saben que fuera de la prisión la vida es más dura que la certeza de lecho y comida a la que se acostumbraron cuando estaban adentro, y han suprimido psicológicamente la indignidad y la servidumbre.
En nuestra forma de servidumbre nos hemos vuelto complacientes de la misma manera. Igual que Olsson le dio una chaqueta a su rehén que tenía frío, nuestro gobierno nos da un chupón para que nos estemos callados. Nos da incentivos para consolarnos y callarnos. Cuando no funciona el consuelo, usa el poder del Estado policía para asustarnos y someternos. Entonces aceptamos la tiranía a causa de su consolación y su disciplina parental. Después desarrollamos afecto por nuestro captor e ingenuamente lo apoyamos con nuestra devoción por la izquierda o la derecha.
El Síndrome de Estocolmo en la Biblia
Cuando Moisés guió a Israel fuera de Egipto y el pueblo se enfrentó a dificultades en el desierto, comenzaron a recordar a Egipto. Se quejaban y gemían ante Moisés de cómo querían carne y cómo en Egipto estarían comiendo bien. Parecían haber olvidado todo el maltrato y el hecho de que habían sido esclavos en Egipto, o bien ya no les importaba en lo absoluto. Estaban dispuestos a regresar a las dificultades antes que a confiar en Dios y dejar que Él les proveyera. Antes que la responsabilidad de la libertad preferían la esclavitud con sus opresores. Incluso después de ver a Dios hacer maravilla tras maravilla a su favor, de todas formas dudaron de Él cuando se enfrentaron con los muros de Jericó.
Israel siempre tuvo la tentación de confiar en el hombre antes que en Dios. Al ir contra Asiria algunos líderes judíos deseaban una alianza con Egipto en vez de confiar en el poder de Dios. «¡Ay de los que descienden a Egipto por ayuda, y confían en caballos; y su esperanza ponen en carros, porque son muchos, y en jinetes, porque son valientes; y no miran al Santo de Israel, ni buscan a Jehová!» (Is. 31:1).
Esta es también nuestra disyuntiva constante: depositar nuestra confianza en el hombre o en Dios. Parece que es una dura tarea ayudar al pueblo a ver esto cuando, como nación, hemos desarrollado una especie de Síndrome de Estocolmo por un gobierno que se vuelve cada vez más contra Dios.
En tiempos como éstos necesitamos líderes que sepan alentar al pueblo para que deposite su confianza en Dios y no en el hombre, y que alienten al pueblo a no tener temor del hombre ni del Estado tiránico.
La mejor vía estadounidense
Nuestra Constitución, aunque no es perfecta, fue redactada por hombres que estaban resistiendo a la tiranía. Estaba moldeada según los valores bíblicos y derechos dados por Dios. Esta misma Constitución, edificada sobre esos valores bíblicos permite la desobediencia a las leyes inconstitucionales. La Constitución fue escrita para protegernos del tipo de gobierno que tenemos actualmente y que sigue incrementándose. Debemos recordar que las libertades de que gozamos todavía no nos fueron servidas en bandeja de plata, sino en sangrientos campos de batalla. John Adams le escribió una vez a su esposa: «Posteridad, nunca sabrás cuánto le costó a la generación actual preservar tu libertad, Espero que hagas un buen uso de ella. Si no, me arrepentiré en el cielo de haberme tomado la mitad de los trabajos que me he tomado para preservarla». Los hombres estaban dispuestos a luchar y morir por sus libertades, incluyendo la libertad de esos impuestos injustos que muchos celebran cada verano.
Analice cómo este concepto de la Resistencia está plasmado directamente en la Declaración de Independencia:
Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables; que entre estos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los Hombres los Gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que CUANDO QUIERA que una Forma de Gobierno se vuelva destructora de estos principios, el Pueblo tiene Derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo Gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su Seguridad y Felicidad [énfasis añadido].
Hasta en los tiempos de la Revolución Americana, sin embargo, había mucha gente que padecía del Síndrome de Estocolmo. Estos se mantenían leales al Imperio Británico para evitar conflictos y se les llamaba «realistas». Aunque es probable que no les gustara pagar más impuestos, no tenían deseos de ir contra el Rey. Algunos esclavos seguían siendo realistas sólo porque Gran Bretaña les prometía la libertad si peleaban, lo cual puedo entender, pero había también mucha gente que simplemente estaba sentada esperando la libertad y la independencia; algunos que creían que era moralmente malo enfrentarse a la tiranía y creían que sus sufrimientos eran legítimos; algunos eran pesimistas con respecto a la liberación; otros tenían compromisos financieros y muchos tenían compromisos emocionales.
Yo creo que hoy nuestro país está repleto de muchos realistas como aquellos, y por algunas de las mismas razones relacionadas arriba, así como también por ignorancia. Creo que el adoctrinamiento de nuestras escuelas públicas nos ha puesto pasivos. La Revolución Americana, tal como se enseña hoy en las escuelas, nunca estimularía el tipo de defensa de la libertad que existía entonces. Los púlpitos también tienen su culpa. Están llenos de pastores pasivos que no hablan contra la tiranía, cuya única preocupación es el alma y no la sociedad; que predican contra los predicadores que predican contra la tiranía; que tienen la «sumisión» de Romanos 13 estampada en la frente sin una interpretación adecuada, agentes del inciso 501(c)3 y no profetas. Nos hemos puesto demasiado cómodos con nuestro opresor, y depositamos nuestra confianza en su fuerza.
La liberación del Síndrome de Estocolmo
El primer paso es reconocer que tenemos un problema. Necesitamos darnos cuenta del yugo al que estamos sometidos. Mientras actuemos como si el próximo presidente fuera a resolver nuestros problemas, comprometa la ley de Dios para avanzar una pulgada aparente hacia la justicia, y cree nuevas leyes que agobien al pueblo, seguiremos en esclavitud. Mientras pensemos que un país es libre cuando los ganadores de medallas de oro olímpicas son castigados con grandes impuestos por ganar; donde el asesinato es llamado opción de la mujer; en el cual los Servicios de Protección Infantil pueden secuestrar a sus hijos sin explicación, donde el gobierno hace obligatorio el seguro de salud y las vacunaciones, no permite un derecho real a la propiedad y cree que la prisión es justicia para los ladrones y asesinos, entonces seguiremos aferrándonos a nuestro carcelero todo el tiempo, hasta nuestra destrucción. Tenemos que despertar y darnos cuenta de la esclavitud legal que hemos aceptado para nosotros mismos, ver las leyes injustas como un intento de destronar a Dios y oponernos a la tiranía.
La liberación debe empezar por el púlpito. En la época de la Revolución Americana, aunque hubiera otros problemas sociales como la esclavitud, que debían ser resueltos, había predicadores que estaban motivando al pueblo a resistir al gobierno tiránico. Algunos hasta estimulaban a recaudar fondos para el ejército y el apoyo al esfuerzo de guerra. Incluso cuando usted examina la historia de los Peregrinos que huyeron de Inglaterra a causa de la tiranía, ve que fueron motivados por los predicadores desde el púlpito. Los predicadores tenían que motivarlos a buscar la justicia, pero también a que confiaran en Dios y soportaran los sufrimientos.
Los pastores deben dejar de defender a la nación contra Dios, dejar de alentar a una sumisión ciega, y enseñar a sus congregaciones a contar sus costos. Los pastores deben enseñar a sus congregaciones cómo los cristianos pueden tener una voz auténtica en sus comunidades y en la nación, en lugar de permitirles que sigan conectados a la matriz política, votando por «el menor de dos males».
Cuando les enseñamos a nuestras congregaciones a votar por un candidato simplemente por temor al otro, ya hemos aceptado a un gobierno que permite que haya mucho poder en las manos de una sola persona, o en las manos de carceleros que están usando a los candidatos como mascotas. Ya admitimos que tienen demasiado poder; cuando votamos por el actual sistema, por tanto, lo estamos condonando. Debemos reconocer que el sistema completo es fallido y no sólo el Presidente.
La verdad es que, aunque un candidato esté de acuerdo con nosotros en cuanto al aborto, la política exterior, las vacunaciones, los cuidados médicos, etc., debemos recordar que el concepto bíblico del gobierno exige que su papel sea mucho más limitado que el que tenemos. Simplemente, ya es hora de que nos escapemos de nuestro Síndrome de Estocolmo y empecemos a poner límites. Los pastores deben equipar a sus congregaciones para que se involucren en la localidad a fin de reformarla desde abajo. Hay hermanos que ya han colocado fundamentos para movilizar la iglesia hacia esta obra. Los libros Restoring America One County at a Time [La restauración de los Estados Unidos condado tras condado] por Joel McDurmon y The Doctrine of the Lesser Magistrates [La doctrina de los magistrados inferiores] de Matthew Trewhella son buenos puntos para comenzar.