Dr. Joel McDurmon | 4 de julio de 2018
En general, somos demasiado propensos a culpar de estas desgracias a la falta de energía de nuestro gobierno, desgracias que hemos traído sobre nosotros mismos por disipación y extravagancia. – «Candidus»
(American Vision) – En una conferencia hace varios años, durante una sesión de preguntas y respuestas, un caballero preguntó (parafraseo): «¿En qué momento las cosas salieron mal en Estados Unidos?». Sin dudas, él tenía en mente el deslizamiento general hacia la tiranía que hemos experimentado desde nuestros queridos padres fundadores. Mi respuesta, creo, sorprendió a mucha gente.
Como recién habíamos discutido someramente sobre Abraham Lincoln y los derechos de los Estados, la respuesta esperada era la Guerra Civil. Retrocedí aún más en el tiempo, hacia el primer gran avance de la tiranía: la Convención Constitucional.
Un par de personas asintieron con la cabeza (seguramente habían leído Politeísmo político de Gary North o algo similar), pero la mayor parte hizo silencio y hubo varias miradas de sorpresa.
Proseguí a explicar. Pocas personas se dan cuenta que la Constitución no creó la libertad estadounidense, sino que fue escrita durante un período de libertad sin precedentes, en el que ésta ya existía para prácticamente cualquier persona en la historia (1776-1787). La Constitución en realidad centralizó muchos poderes y eliminó ciertas áreas de libertad.
Si bien los legisladores prometieron originalmente sólo revisar los Artículos de la Confederación, emergieron de Filadelfia con un documento completamente diferente que centralizó en gran manera los poderes a nivel federal (por supuesto, con relación a lo que era anteriormente). Fue un golpe consciente por parte de ellos a favor de un fuerte poder centralizado. Como Thomas Jefferson escribiría, rememorando hacia al final de su vida, “[en] la Convención que formó nuestro gobierno”, los federalistas “se esforzaron por apretar las cuerdas del poder lo más estrechamente posible”.
La mayoría de las personas no se dan cuenta, entonces, que la Constitución fue en realidad la primera gran expansión del gobierno en este país; una expansión que sentó el precedente de gran parte de la tiranía que experimentamos hoy, lo crean o no.
Además, algunos de los mayores defensores de la libertad en nuestra historia se opusieron vigorosamente a la Constitución a pesar de que perdieron en Filadelfia. Es hora de que revalidemos los ideales de libertad por los cuales estos fundadores olvidados lucharon y que durante algunos años liberaron a este país.
Los verdaderos hijos de la libertad
Muchos de los principales padres de la Revolución Americana vieron venir, en su propio tiempo, los problemas de hoy. A pesar de los sentimientos compartidos, estos hombres iluminados son las figuras menos conocidas, menos leídas y, a menudo, completamente olvidadas de esa época. No son Washington, Madison o Hamilton. No son los autores de los Documentos Federalistas. Estos últimos eran en realidad tiranos a los ojos de aquellos a quienes hago referencia. Estoy hablando de los autores de los Documentos Antifederalistas.
Pocas personas hoy día siquiera leen los ampliamente publicitados Documentos Federalistas. No se nos enseña acerca de ellos en la escuela. El lenguaje y los conceptos de los Documentos a menudo se piensa que son demasiado elaborados y difíciles, a pesar del hecho de que fueron simples editoriales de periódico en su época. Pocas personas los conocen. Menos, los leen.
Aún menos personas han leído la oposición republicana del momento, los radicales del tipo tea-party de aquellos días: los antifederalistas. Sin embargo, estos líderes de mentalidad libertaria vieron las fuerzas centralizadoras que obraban en aquel tiempo como fuerzas de la tiranía. Sabían categóricamente hacia dónde conduciría el poder centralizado del gobierno. Basados en este fundamento, se opusieron a la propia Constitución, ya que ésta cedía demasiado poder al gobierno central.
Uno de ellos, que escribía bajo el seudónimo de “The Federal Farmer” [el granjero federal] (posiblemente Richard Henry Lee), anticipó que la centralización del poder sería no solamente el final de una sociedad libre, sino también la agenda a largo plazo de unos pocos líderes ambiciosos:
El plan de gobierno que ahora se propone [la Constitución] está evidentemente calculado para cambiar totalmente, con el tiempo, nuestra condición como pueblo. En lugar de ser trece repúblicas, bajo un mandato federal, está claramente diseñado para convertirnos en un solo gobierno unificado […]. Esta unificación de los estados ha sido el objetivo de varios hombres en este país durante algún tiempo. Si tal cambio […] puede realizarse sin convulsiones y guerras civiles, si tal cambio no destruirá totalmente las libertades de este país, sólo el tiempo lo dirá1.
La intención judicial oculta
Entre sus preocupaciones destaca el temor de que un Tribunal Supremo crearía un camino para la tiranía (especialmente de los ricos sobre el hombre común). “Candidus”, pseudónimo atribuido a Samuel Adams, advirtió que pudiera “ocasionar innumerables controversias; ya que casi todos los litigios (incluso aquellos que originalmente se daban entre ciudadanos del mismo Estado) pueden ser manipulados para ser llevados ante este tribunal federal”2. Esto significa, en efecto, el fin de la soberanía del Estado, dado que un Tribunal parcializado podría interpretar cualquier decisión a su gusto, y esa decisión representaría a todos los Estados.
Este miedo se materializó rápidamente después de que los defensores federalistas presionaron a los Estados para que adoptaran la Constitución. En tan sólo quince años, el nacionalista John Marshall estructuró el sistema y luego decidió el mismo caso que había armado –Marbury vs Madison (1803) – en favor de los nacionalistas/federalistas y contra los jeffersonianos. La decisión estableció la doctrina conocida como “revisión judicial”, a partir de la cual el Tribunal Supremo puede esencialmente legislar a través de sus opiniones.
Marshall atacó nuevamente los derechos de los Estados en McCulloch vs Maryland (1824), determinando que los directores no electos que actuaran en su propio interés podrían operar bancos nacionales dentro de los Estados y aún así permanecer exentos de la regulación estatal. Toda la decisión fue una estafa nacional que benefició a los grandes bancos y la expansión del gobierno con líderes no elegidos. He tratado este caso en mi artículo Exposing the Scam of Federal Reserve [Revelar la estafa de la Reserva Federal].
En estos casos, tener una Corte Suprema prácticamente aseguraba que la gente sería tiranizada, tal y como dijo Candidus. El “Brutus” antifederalista escribió sobre el aparentemente insignificante tema de los derechos del Congreso para establecer parámetros electorales: “Si el pueblo de los Estados Unidos se somete a una constitución que le otorgará a cualquier grupo de hombres el derecho de privarlos por ley del privilegio de una elección justa, se someterán a casi cualquier cosa”. Cuando una amplia y complaciente población acepta tales avances de la tiranía, se necesitará algo más que educación para restaurar la libertad. Costará sufrimiento:
Razonar con ellos será en vano; deberá dejárseles hasta que, al sentir la opresión, sean movidos a reflexión: tendrán que arrebatarle a sus opresores, con mano fuerte, lo que ahora [¡antes de que la Constitución fuera ratificada!] poseen, y que pudieran retener si ejercieran una participación moderada de prudencia y firmeza.
Las cosas sólo han empeorado con el tiempo. La advertencia del “Federal Farmer” se hizo realidad. De hecho, el tiempo lo ha demostrado: los derechos de los estados fueron virtualmente usurpados por los nacionalistas y con ellos, una variedad de libertades individuales.
Libertad y autogobierno
Si bien los problemas pueden también surgir bajo un sistema de libertad descentralizado, éstos no se compararán con las tiranías que crecen bajo el sistema contrario. Candidus advirtió que debemos “distinguir entre los males que surgen por causas externas y por nuestras imprudencias privadas, de aquellos que nacen de nuestro gobierno”5.
Candidus se dio cuenta que el poder sobre áreas fundamentales de la acción humana – como el comercio, la legislación, la defensa, los impuestos, etc. – era demasiado valioso y frágil para dejarlo en mano de las decisiones de unos pocos hombres que lo legislaran por la fuerza gubernamental; por el contrario, debería dejarse tan descentralizado como fuera posible. Hablando de labios para afuera sobre los líderes populares de entonces, anticipó que “aunque este país ahora está bendecido con Washington, Franklin, Hancock y Adams”, los líderes elegidos no siempre poseen esa integridad y “la posteridad puede traer motivos para lamentarse el día en que su bienestar político dependa de la decisión de hombres que puedan ocupar estos valiosos puestos” 6.
En estos tiempos que previó Candidus, cuando lamentamos las decisiones de esos líderes elegidos, también deberíamos lamentar la naturaleza centralizada del gobierno federal y educarnos con relación al tipo de libertad que menciona. Este tipo de libertad proviene de las personas, no del gobierno. Sin embargo, esto presupone un pueblo que pueda gobernarse a sí mismo y poseerse a sí mismo en responsabilidad e integridad. La libertad comienza con la voluntad de un pueblo de vivir en libertad, no con un pueblo que busca que el poder le asegure beneficios a expensas de los demás. De hecho, Candidus advirtió que “la coerción parece ser el objetivo principal en algunas personas, pero creo que podemos esperar más del afecto del pueblo, que de un cuerpo armado de hombres”7.
La libertad, una vez más, comienza con el afecto del pueblo. Pero al igual que ahora, Candidus vio un gobierno corrupto permitido por un pueblo pacificado, temeroso y codicioso. Él escribió este pasaje asombrosamente profético:
En general, somos demasiado propensos a achacar esas desgracias a la falta de energía en nuestro gobierno, el cual hemos traído sobre nosotros mismos por disipación y extravagancia; y tendemos a halagarnos, con el hecho de que la Constitución propuesta nos devolverá la paz y la felicidad, a pesar de que debemos descuidar el adquirir estas bendiciones por diligencia y mesura. —Me aventuraré a afirmar, que la extravagancia de nuestras importaciones británicas, —el desaliento de nuestras propias manufacturas, y la vida lujosa de todo tipo y grado, han sido la causa principal de todos los males que experimentamos ahora; y una reforma general al respecto, tendría una mayor tendencia a promover el bienestar de estos Estados, que cualquier medida que pudiera adoptarse. —Ningún gobierno bajo los cielos podría haber salvado a un pueblo de la ruina, o haber evitado que su comercio decayera, cuando estaban agotando sus valiosos recursos pagando por excesos, y endeudándose con extranjeros y entre ellos mismos por artículos de locura y disipación: —Si bien este es el caso, pudiéramos discutir sobre formas de gobierno, pero ninguna institución enriquecerá a un pueblo que licenciosamente gasta más allá de sus ingresos8.
No puedo pensar en una advertencia profética más relevante para Estados Unidos, una advertencia que no fue escuchada y por ende ahora soportamos las consecuencias: deuda con naciones extranjeras y corporaciones de consumo en gran parte debido a extravagancias en la vida individual, aunadas a una aversión por el trabajo y por ahorrar – fue necesario un libro completo para reflexionar sobre este pasaje y lo que se necesitaría para recuperar nuestras libertades. Esto es cierto tanto a nivel individual como a todos los niveles de gobierno, acentuado por los rescates financieros para los beneficiarios del Plan Marshall, los grandes bancos sobre-endeudados, y los continuos proyectos – financiados con fondos públicos- para grandes empresas favorecidas. Efectivamente, el gobierno – a pesar de sus promesas interminables de lo contrario- no nos ha salvado del declive y la decadencia moral, ni puede hacerlo.
Si partimos de que la atribución de «Candidus» a Samuel Adams es correcta, tendríamos que esperar un fuerte regaño de su parte de estar aquí hoy. Deberíamos esperar otra Fiesta del Té de Bostón, a raíz de las transgresiones coercitivas del gobierno. De hecho, ¿qué tenemos en nuestra última cuota de pago sino los aranceles (!) – el mismo instrumento que instigó la Fiesta del Té original? ¿Qué tal 20 o 30 veces más el nivel de impuestos por el cual nuestros fundadores estuvieron dispuestos a derramar su sangre?
La tributación con representación ha resultado mucho peor que lo que causó de la guerra. Nosotros mismos somos peores tiranos de lo que el Rey Jorge III alguna vez pensó ser. Vitoreamos los fuegos artificiales cuando celebramos nuestra independencia de él, lo que mientras tanto ha significado una mayor esclavitud a manos nuestras.
Por lo tanto, también deberíamos esperar hoy de Sam Adams un recuento severo de nuestras vidas privadas, nuestra ética de trabajo, nuestra manera de ahorrar y nuestra integridad moral para sacrificarnos por la causa de la libertad.
Hemos fallado en todas estas áreas, y hemos recibido el gobierno que merecemos. Sam podría bien decir: «Te lo dije», y nos lo mereceríamos.
Por alguna razón, sin embargo, dudo que lo haría. Sospecho que preferiría trabajar en la solución adecuada para La restauración de los Estados Unidos, comenzando con el arrepentimiento personal sobre nuestras fallas morales, continuando con el establecimiento de un estilo de vida de trabajo y sobriedad, que conduciría a un programa para reducir el tamaño y el alcance del gobierno hasta que los únicos funcionarios gubernamentales con quienes las personas tuviesen contacto provinieran exclusivamente del condado local.
Notas:
- En The Complete Anti-Federalist, vol. 7, ed. por Herbert J. Storing (University of Chicago Press, 1981), 2.8.4.
- “Essays by Candidus,” en The Complete Anti-Federalist, 4.9.13.
- “Essays of Brutus,” en The Complete Anti-Federalist, 2.9.53.
- “Essays of Brutus,” en The Complete Anti-Federalist, 2.9.53.
- “Essays by Candidus,” en The Complete Anti-Federalist, vol. 7, ed. por Herbert J. Storing (University of Chicago Press, 1981), 4.9.13.
- “Essays by Candidus,” en The Complete Anti-Federalist, 4.9.15.
- “Essays by Candidus,” en The Complete Anti-Federalist, 4.9.15.
- “Essays by Candidus,” en The Complete Anti-Federalist, vol. 7, ed. por Herbert J. Storing (University of Chicago Press, 1981), 4.9.18.