Bryan Fischer | 24 de febrero de 2017
(barbwire.com) – El conflicto fundamental en nuestra cultura y nuestra política en estos momentos es uno bien sencillo. Es un conflicto entre los que aman la vedad y dicen a verdad, y aquellos que odian la verdad y quieren reprimirla.
Las cosas no siempre fueron así en los Estados Unidos. Recuerdo haber escuchado una expresión en la escuela primaria que ya no oímos casi nunca: «Puede que yo esté en desacuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo».
Nosotros los de derecha todavía lo decimos y lo creemos. Estamos a favor del discurso abierto y libre y por el debate abierto y libre. Queremos que todo el mundo tenga la oportunidad de decir lo suyo en el diálogo sobre las cosas que tienen importancia, bien sea el tópico la religión, el homosexualismo, el matrimonio, la política, la evolución o el clima. Estamos deseosos de tener un intercambio vigoroso y abierto con relación a esos temas, y que los mejores argumentos sean los que ganen.
La izquierda, no. Ellos no están interesados en sostener ningún debate. En lo que están interesados es en silenciar el debate, en censurar el debate, en aplastar el debate. Están decididos a acallar a todo aquel que se atreva a cuestionar la ortodoxia secular en cualquiera de esas materias.
Los que creen en un punto de vista científico sobre los orígenes que es consistente con las Escrituras deben ser silenciados. Sus puntos de vista no deben permitirse en el aula ni en la sociedad culta. Los que creen en el matrimonio natural deben ser silenciados y amordazados, porque ahora el matrimonio basado en la sodomía es «la ley del país».
Los que creen que hay dos sexos en vez de 58, como cree Facebook, deben ser silenciados y expulsados de la vida pública, el negocio y la política. Los que creen en la normalidad sexual deben ser castigados y arrojados de los predios universitarios, de las dulcerías, de las florerías, de las oficinas, de las junas de las corporaciones principales y hacerlos sentir indeseables en los vestidores, duchas y baños.
Esta represión tiránica de la libre expresión de los que dicen la verdad es un fenómeno relativamente nuevo en los Estados Unidos, aunque es lo usual en los gobiernos represivos y totalitarios..
Sin embargo, estamos lejos de ser la primera generación de proclamadores de la verdad que se enfrente a estos retos. El profeta Amós descubrió en su época, hace 2800 años, que los que decían la verdad no serían tolerados por los que odiaban la verdad.
«Ellos aborrecieron al reprensor en la puerta de la ciudad, y al que hablaba lo recto abominaron» (Amós 5:10). La «puerta» era el lugar en que la gente se reunía para discutir asuntos, y donde los dirigentes de la ciudad se reunían para establecer las medidas públicas. Era la plaza del mercado y la plaza pública. Lo que descubrió Amós fue que los que decían la verdad no eran bienvenidos allí. Si usted quería reprender una medida pública en la tranquilidad de su propio hogar o incluso dentro de las cuatro paredes de su iglesia, le permitiremos que lo haga. Sin embargo, diga lo mismo en la arena pública – dice la izquierda- y caeremos sobre usted como un barril de cemento.
Una activista lesbiana me lo dijo una vez en mi propia cara: «No me importa lo que digan ni crean dentro de su iglesia. Su iglesia les pertenece a ustedes, pero la plaza pública –dijo ominosamente- nos pertenece a nosotros».
Entonces ¿qué tenemos que hacer nosotros, como pueblo de Dios, y como pueblo de la verdad, al enfrentarnos a tal hostilidad?
Primero: tenemos que seguir orando. Amós descubrió que Dios respondía las oraciones y está dispuesto a salvar de Su juicio a una nación que no nos hace caso, simplemente porque los creyentes se lo piden. Cuando Amós recibió la visión de una invasión de langostas que se avecinaba, oró: «¡Señor mi Dios, te ruego que perdones a Jacob! ¿Cómo va a sobrevivir, si es tan pequeño?» ¿La respuesta? «Entonces el Señor se compadeció y dijo:”Esto no va a suceder”» (Amós 7:2-3).
Cuando tuvo otra visión en la cual la tierra era consumida por el fuego, él intercedió de nuevo por la nación. «¡Deténte, Señor mi Dios, te lo ruego! ¿Cómo sobrevivirá Jacob, si es tan pequeño?» ¿La respuesta? «Entonces el Señor se compadeció y dijo: “Esto tampoco va a suceder”» (Amós 7:5-6).
Segundo: tenemos que seguir hablando. No deje que nadie lo calle (no digo que haya que ser rudo ni molesto, lo que digo es que no podemos estar callados cuando no necesitamos estarlo.) Amasías trató de silenciar a Amós por completo: «No vuelvas a profetizar en Betel, porque este es el santuario del rey; es el templo del reino» (Amós 7:13). En otras palabras: lo que quieres decir es políticamente incorrecto, así que no vamos a permitirte que lo digas en lo absoluto.
¿La respuesta de Amós? «Pero el Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: “Ve y profetiza a mi pueblo Israel”. Así que oye la palabra del Señor» (Amós 7:15-16). En otras palabras: Amós le dijo: «No te rindo cuentas a ti, le rindo cuentas a Dios, y Él me ha dicho que hable, así que voy a hablar. No voy a permitir que me silencies».
Cuando estamos participando en una conversación en la que otros exponen ideas que son opuestas a lo que es bueno y correcto, es perfectamente apropiado, e incluso necesario, que digamos algo como «Bueno, escucho lo que están diciendo, pero yo lo veo un poco diferente. He aquí como yo lo veo…».
Tercero: tenemos que continuar creyéndole a Dios. Creer que Dios puede vencer y vencerá toda oposición espiritual y terrenal y traerá un despertar espiritual y una renovación a nuestra tierra. En Su tiempo, Él usará nuestras oraciones y nuestras palabras para «levantar la choza caída de David. Reparar sus grietas, restaurar sus ruinas y reconstruirla tal como era en días pasados» (Amós 9:11).
Las palabras finales de Amós son de una gran promesa y esperanza para una tierra quebrantada. «Restauraré a mi pueblo Israel; ellos reconstruirán las ciudades arruinadas y vivirán en ellas.… Plantaré a Israel en su propia tierra, para que nunca más sea arrancado de la tierra que yo le di» (Amós 9:14-15).
Nuestra tarea es orar, hablar y creer. La parte de Dios es hacer. Él hará Su parte. ¿Haremos nosotros la nuestra?